Lezameando

-Ahora que recién acaba de cumplirse otro aniversario de su natalicio quizás no sea ocioso recordar que una cosa es Lezama, y otra cosa son los lezamianos.

-Y quizás tampoco sea ocioso recordar que los lectores de mi generación (no es que yo tenga una generación, pero es un modo elegante de decir) no tuvieron que lidiar con el mutismo del Lezama censurado, ni con el Lezama que se puso de moda (porque era cool leerlo) a inicios de los noventa después de la reedición de Paradiso.

-En cambio, para llegar a Lezama, para llegar finalmente a Lezama, los lectores de mi generación tuvimos que pasar por encima de la cohorte de lezamianos que inunda el espectro cultural cubano y que se apropiaron de Lezama y lo reificaron como si Lezama fuera un botín invaluable. Que lo es, por supuesto, pero no en el sentido que le han dado.

-Si algo ocurrió con algunas de las grandes cabezas de la literatura cubana –Carpentier, Guillén, Lezama, Piñera-, es que se buscaron muy malos o, por lo menos, muy aburridos albaceas. Lo primero que uno hace, cuando Graziela abandera a Alejo, cuando Arrufat abandera a Virgilio, cuando Reynaldo González (u, horror mortis, Ciro Bianchi) abandera al Gordo, o cuando alguna cofradía de la raza abandera a Nicolás, es cruzar la acera, tomar la senda contraria; la libérrima senda del apóstata.

-Cuando yo leí Paradiso, que, dicho sea de paso, lo leí en trance, tuve por última vez un pensamiento que creía desterrado y que es el tipo de pensamiento que nos asalta cada dos semanas cuando somos adolescentes nobles y nos iniciamos en el vertiginoso rito de la lectura. Pensé, de punta a cabo, que Paradiso era el mejor libro del mundo.

-Pensé, además, que no valía la pena seguir escribiendo, pero es aquí donde, paradójicamente, los lezamianos entran a cumplir su función, porque si Lezama nos reduce a cero, los lezamianos nos levantan. Lo cual podríamos resumir con ese sencillo consuelo que tiene lugar en nuestra psique y que dice: “si los lezamianos escriben, yo también puedo escribir”. Incluso, a veces, en el colmo de nuestro ego: “si los lezamianos escriben, yo soy Nobel.”

-La primera vez que supe de Paradiso fue en una lista de la revista Times -yo tendría unos doce o trece años- donde Paradiso aparecía como el sexto libro más importante, o más influyente o, simplemente, mejor del siglo XX. Nunca se sabe bien qué es lo que miden estas listas, pero algo miden.

-La última vez que supe de Paradiso fue hace unos siete u ocho días, y alguien citaba a Octavio Paz. Paz dijo que con Paradiso, y con el resto de su obra, Lezama pagaba la promesa que Sor Juna le había hecho al idioma español.

-Gregory Rabassa -traductor al inglés de Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar, Jorge Amado, Donoso, Mujica Láinez, Lezama, etc.- dice que ninguna obra como Paradiso se le hizo tan difícil de traducir.

-Podemos entenderle. Pero esto no se debe a que Paradiso sea, como se rumora, una novela impenetrable en sí misma. Esto se debe a algo que apuntaba Alfonso Reyes en su Discurso por la Lengua: “Y al que nos salga con aquel engorro de que tal o cual locución extraña no puede decirse en nuestra lengua, contestémosle que también hay en español muchas locuciones intraducibles, pues en esta irreductibilidad radica la índole estilística de las lenguas.”

-Dice Roberto González Echevarría algo que me gustaría poner en una pancarta, ahora que muchas de nuestras pancartas tendrán que ser removidas: “Todavía el mundo más allá del nuestro -quiero decir de la literatura en lengua española- no se ha percatado de la grandeza de Lezama, en parte porque esta misma hace difícil su traducción. Para Harold Bloom es más fácil acceder a Carpentier e incluirlo en su lista de genios que a Lezama —pero si hay un escritor que merece ser tildado de genio es Lezama.”

-Su genialidad consiste, pues, en moverse como nadie dentro de la índole estilística de nuestra lengua. Incluso en inventarla. Ello tiene un precio.

-Leyendo a Barthes, entendemos que Lezama –descendiente directo del linaje mallarmeano- accede a la literatura mediante el acto último de todas las objetivaciones: la destrucción. La profusión de Lezama es aniquilación del lenguaje.

-El bosque lezamiano –su desmesura- es también un vacío.

-Esa destrucción del lenguaje, ese volver a empezar, se hace perceptible cuando Lezama, para referirse al anón (sí, a la fruta), habla de “la elaboración interna de aquel prodigio de luna fría elaborado por abejas acuáticas”.

-Es una imagen tan poderosa que no podríamos achacársela a un alarde de imaginación, ni siquiera a la voluntariedad de un escritor que domina la lengua como pocos y se aplica a fondo en el empleo de su arte.

-Es una imagen tan poderosa –tan sencilla, tan evidente, tan natural, tan carente de esfuerzo- que solo puede provenir de alguien que mira el anón por primera vez, alguien todo inocencia, todo desvarío. Alguien que está convencido además de que no es algo exclusivo, y que cualquiera que mire el anón abierto lo que va a encontrar es “un prodigio de luna fría elaborado por abejas acuáticas”.

-Lo que yo veo en Lezama, por tanto, no es al campeón del neobarroco, ni un sistema poético de fuerte raíz cristiana, sino al hacedor de su propio lenguaje. Paradiso está escrito en castellano, pero también en algo más. Como si fuera esa la primera vez que el castellano se usara o como si fuera la última vez que el castellano se fuese a usar.

-Que Lezama haya calado el idioma como nadie, que lo haya atropellado, que lo haya vuelto bello pero también incómodo, tiene mucho que ver con que, al final, el idioma en su obra nos parezca un estorbo. Su consagración monástica a la lengua es también la prueba de que la lengua terminó siendo un lastre para él.

-¿Qué significa que el idioma, al final, nos parezca un estorbo? Significa que una lee a Lezama desaprendiendo. Significa que, más que darte, Paradiso te limpia. Te aligera. Te desintoxica.

-Lezama inserta en la lengua su libertad, después de penar muchos años en prisión.

-Parece imposible que el gordo Lezama se mueva como el viento, pero lo hace.

-Lezama es puro desacato. Lezama es al idioma lo que el idioma es a nosotros. El idioma en que el castellano habla y escribe es el idioma Lezama.

-Lo que a nosotros nos atemoriza y remueve, se atemoriza y se remueve ante Lezama.

-Cintio Vitier (creo que es Cintio, lo juro, no es que yo quiero que sea Cintio) dice que en Paradiso Lezama logra impregnarle, dentro de su tono, una voz distinta a cada uno de los personajes. Eso es mentira, por supuesto. Cintio pretende atajar el desliz pero no sabe que ese desliz es precisamente la coronación de la obra, y que al desliz, en vez de esconderlo, hay que mostrarlo.

-En Paradiso se mezclan con sumo descaro distintos niveles retóricos, pero cada uno de estos niveles no está particularizado en cada uno de los personajes, o en cada una de las situaciones, o en cada uno de los capítulos, como haría un novelista normal, incluso como haría un gran novelista.

-En Paradiso todos los personajes hablan igual, y todos hablan como nadie hablaría, y eso no tiene la menor importancia. O sí. Es parte consustancial del milagro. No hace falta que Lezama haga hablar a cada uno de sus personajes de modo distinto, es que justamente en el hecho de que todos hablen igual, o de que todos hablen como nadie hablaría, Lezama logra fundar su territorio. Lezama supera la perfección, pero no con más perfección, sino con torpeza, por decirlo de algún modo.

-En el Capítulo VI, cuando José Eugenio Cemí visita la casa de los Olaya, la abuela Mela exige que canten los sones guerreros, y Rialta dice: “…cantar en el hogar los sones guerreros, no tan solo le hace daño a la paz sino que le quita gallardía a los verdaderos guerreros…”

-Luego, ante los embates de la vieja descortés, todos se ponen nerviosos, menos José Eugenio Cemí, quien sonriente, complacido, le dice, y cito in extenso: “El animal fuerte, poderoso, resistente, que ríe con el testuz lleno de frutas y pájaros insulares, obliga el ámbito al sofoco. El separatismo surge de ese sofoco. Pero solo nos separamos, en una dimensión de superficie, de aquello que sabemos que es una fuerza demasiado oscura, indomeñable para nuestra progresión. Pero el animal fuerte, toro del demonio, un tanto cegato, apenas precisa que alguien se le quiera separar, lo mima, se encariña con él, de noche revisa las piezas para comprobar el pequeño adormecido (…) En el animal poderoso, la conciencia de lo que se quiere separar es el nacimiento de un ojo. Entonces siente al lograrse la separación, la pérdida de un tentáculo de sensibilidad. Y brama rizando el cielo. Es una hermosa pelea. El espíritu de la separación es instantáneo y por eso llora. Al realizarse tiene que estar ya en otro banco de arena. Su capacidad para los comienzos es pobre, se engendró en un contraste. Desaparecida la bisagra de las contrastaciones, es un fantasma gimiente. El cierre de la ruptura, de la separación, es lo implorante, y por eso, lo que usted cree, antaño lo eran, que son cantos guerreros, ahora es salmodiante, son cantos de imploración.”

-No es algo que esté al alcance de los censores. Pero si la primera vez censuraron Paradiso por el capítulo VIII, hoy tendrían que censurarlo por este fragmento del Capítulo VI. Ahora, con ese dato, vuélvanlo a leer.

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