Píxeles

En la foto percibimos un urinario y un hombre frente a un bidé. Si nuestro conocimiento fuera un poco más preciso, o sea, si la costumbre, nuestra particular experiencia del mundo nos hiciera reconocer ese perfil y ese silencio entre los perfiles y silencios posibles, sabríamos entonces que el hombre es Jorge Luis Borges. No sabríamos cuál de los dos, si el que escribe la página o el otro, pero Borges al fin. Una impresión –la foto- que responde a una idea particular –su reconocimiento.

Sabremos, además, por la presumible edad del sujeto, que la instantánea debió ser tomada después de 1960 y seguramente antes de 1980, pero no podríamos asegurar que exista fuera de nuestra percepción. Si cada imagen responde a la creencia, la fe o los presupuestos de los objetos que la componen, esta foto, contraria a las de Marx o el Che Guevara, no perduraría como materia.

Sería tautológico y gratuito decir que hay algo más allá de nuestra observación. No hay foto fuera de nuestra cabeza. Ni hombre, ni urinario, ni bidé. Cuando cerremos esta página, o abramos otra pestaña, Borges, con su mano izquierda en la portañuela y un bastón sujeto a duras penas, dejará de existir. No tiene sentido suponer un mundo externo al mundo de nuestra mente, agregar semejante negativo. La foto existirá mientras alguien la esté mirando, así como Borges -lo que metafísicamente entendemos por tal- existirá mientras alguien lo lea.

Berkeley negó el espacio. Hume negó la conciencia (no hay un “yo” detrás de la percepciones, las percepciones mismas son el “yo”). Borges negó el tiempo. Es un acto fácil y de poco riesgo, pero también ineludible, que ahora yo (sea lo que fuere que eso indique) niegue a Borges, su especificidad.

Un hecho es solo su presente, un instante único e inmortal. Pensemos en una fracción cualquiera, esta misma, y notemos que es irrompible. Todo el pasado es un recuerdo, todo el futuro es una posibilidad, y toda coexistencia es indemostrable. Si miramos a Borges, estamos mirando a Borges y punto. Es precisamente la ilusión del pretérito, incluso la excusa del porvenir, pero sobre todo la sospecha de la contemporaneidad, lo que hace de la foto, y de nuestro acto de mirarla, un suceso preciso. El suceso en sí, sincerémonos, carece de precisión.

Borges argumenta que “a principios de agosto de 1824, el capitán Isidoro Suárez, a la cabeza de un escuadrón de Húsares del Perú, decidió la victoria de Junín; a principios de agosto de 1824, De Quincey publicó una diatriba contra Wilhem Meisters Lehrjahre; tales hechos no fueron contemporáneos (ahora lo son), ya que los dos hombres murieron, aquél en Montevideo, éste en Edimburgo, sin saber nada el uno del otro…”

De tal manera, nuestra época fue contemporánea de Borges, pero no Borges de nuestra época. Inferimos que la foto corresponde a un período entre 1960 y 1980, y que probablemente fue tomada en Buenos Aires, pero su protagonista vivió, tal vez con mayor asiduidad, varios siglos antes y después, en muy distintos lugares. Borges coexistió con las sagas nórdicas, con Snorri Sturluson, con Lucrecio, y con el quinto párrafo del cuarto capítulo del tratado de Sanedrín de la Mishná. Coexistirá también con lectores y mitologías que aún no han nacido. Todos a la vez, en una biblioteca infinita: atemporal e ilocalizable.

El acto de negar a Borges no es parricida, sino ortodoxo. ¿No basta un hecho repetido, de idéntica causa e idéntica consecuencia, para negar la validez del tiempo? Orinar, pues, carece de particularidad. Todos orinamos, no hay trascendencia en ello (¿en qué la hay, qué no se ha hecho ya, o qué se hará que la tenga?).

La única manera de que Borges sea lo que hemos decidir nombrar como tal, y no un bonaerense común, es la siguiente: que la costumbre, nuestra experiencia del mundo nos traicione y ese hombre no esté haciendo lo que suponemos, sino que sencillamente esté leyendo, escribiendo o meditando en una posición y sitio inusual.

Si así fuera, tendríamos que recordar una idea de Platón, de la cual el propio Borges nunca se pudo zafar: “Lo genérico puede ser más intenso que lo concreto.” Por lo que, abolidos el espacio, la conciencia, el tiempo y Borges, hemos arribado finalmente a la esencia de la foto. Dios es un ciego que mea, el mundo un urinario, y la literatura un bidé.

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