¡Poetas!

En un ensayo suyo que vengativamente olvidé, porque era, como todos, un ensayo escrito, Roberto González Echevarría cita a Carlos Fuentes: “La tradición legalista romana es uno de los componentes más sólidos de la cultura latinoamericana: de Cortés a Zapata, solo creemos en lo que está escrito y codificado”.

Ignoro si es esa la razón, o si, en cambio, no es más que otra consecuencia de la neurosis colectiva que yo sospecho nos habita y que nos lleva a pontificar a cualquier mercachifle de esquina como expresión genuina de lo cubano y a condenar, en cambio, algunos de los pocos pero significativos virtuosos que verdaderamente poseemos.

En cualquier caso, y en la medida de lo posible, hay algo que me gustaría reivindicar, porque me parece una de las cotas más altas que hayamos alcanzado alguna vez. Una cota que resuena no como lo cubano dentro de lo mismo cubano, sino como lo cubano en cualquier latitud. El hombre –su altura, su pálpito, su genio- expresado a través de nosotros. Esto es: la controversia guajira.

No me refiero, por supuesto, a Palmas y Cañas, ese anacronismo dentro de la televisión nacional, ya deliciosamente anacrónica de por sí. No me refiero a repentistas que le cantan décimas aprendidas a la ANAP, a la educación gratuita o a la alfabetización del campesino. Me refiero a una larga tradición de poetas genuinos y a una categoría estética que ya más de un premio nacional de literatura quisiera alcanzar por un día de fiesta.

Me permito la mención de los que, para mí, son los dos mejores decimistas actuales. Luis Quintana, de Matanzas. Y Juan Antonio Díaz, de Pinar del Río.

Dice Luis Quintana, por ejemplo, en una cuarteta: “Yo he sido tan sacudido/por un apuro sin calma/ que llegué a pensar que el alma/ se me había desprendido./”

Y dice ya en una décima: “Yo no sé si soy la gavia/que da olores en el viento/o la ampolla de lamento/del horcón de la subclavia/Yo no sé si soy la savia/que rompe la cicatriz/De la tierra a la raíz/viaja hasta que doma el gajo/gigante que para abajo/se le dobla la cerviz./

Dice Juan Antonio, en una cuarteta: “Yo algunas veces no sé/por qué siempre estoy parado/si viendo al grito sentado/soy un silencio de pie./”

Y dice ya en una décima: “Yo a veces me hago el redondo/para parecerme al kilo/y me hago un nudo tranquilo/y yo mismo me respondo/Y a veces mirando el fondo/tiznado de la caldera/ Viendo el humo guano afuera/contagiado por la brisa/conozco por la ceniza/cuánto sufrió la madera./”

Bien. Estos son grandes versos. Así hayan pasado trescientos años para su ejecución. No creo que su valía entre en disputa. Pero el tema, realmente, es que son versos improvisados, extraordinaria catedral oral levantada en segundos. Mientras que para lo escrito somos presas ya de mil recodos (cualquiera que lea o escriba con cierta frecuencia sabrá lo que quiero decir), de mil subterfugios, estos poetas todavía le entran por el camino más recto y limpio al milagro de la palabra.

Y aquí vienen las preguntas que todos nos hacemos cuando presenciamos una controversia no trucada. ¿Cómo lo hacen? ¿Cuáles son sus mañas? ¿Cuál es el entrenamiento mental, en qué consiste? ¿Cómo meten la mano en una gaveta regada y sacan los octosílabos por pares, entre la infinitud de octosílabos que pueden existir? Incluso, fieles a la tradición legalista romana, nos hacemos preguntas de otro orden. ¿Cuántos libros habrán leído? ¿Qué leen estos poetas indomesticados? ¿Y por qué no les interesa armar un cuaderno? ¿Por qué la autosuficiencia de regalar al viento versos por los que cualquiera se cortaría una mano? ¿Será que ellos saben que son inagotables?

Juan Antonio, hace ya varios años, se fue a la Florida. Y, no hace demasiado, volvió de visita. Cantó, como es de suponer, con Luis Quintana, único que le hace mancuerna. Juan Antonio se entiende mejor en la tradición de Naborí y Luis Quintana en la de Ángel Valiente. Juan Antonio es el poeta que se mueve en la ambivalencia, que susurra, que asume la derrota y danza con la tristeza, que desgrana con calma la dispersión de sí mismo, un poeta más introspectivo y lacerante. Luis Quintana es la furia, el poderoso vendaval que solo se admite en la luz, el borboteo, el atollo, parece por momentos tener una garganta demasiado pequeña para todo lo que quiere salirle. Yo, por un palmo de nariz, prefiero a Juan Antonio, y lo digo y casi me arrepiento.

En la canturía del reencuentro, hay unos minutos donde comienzan a improvisar sobre las idas y venidas, el viejo tema de la emigración, las ventajas de quedarse o la inevitabilidad de marcharse. Están, si queremos, hablando de Cuba, y de sus condiciones muy personales, pero sería injusto decir que no están hablando de todo a la vez, y que sus versos no son versos totales.

Este es parte del intercambio:

LQ: Yo tengo un ladrido solo/que es un saludo en mi mano/los que nacen en verano/no tienen pecas de polo/A veces cantando inmolo/la risa que me enaltece/Pero esto que se me ofrece/igual que el párrafo al tomo/desciende del aire como/algo que me pertenece./

JA: Yo tuve un ladrido solo/pero me mudé temprano/y aprendí a comer verano/en la bandeja del polo/Le hicieron a mis gladiolos/jorobas en la pintura/Porque cuando la aventura/me prolongó el pensamiento/le compré el primer asiento/al avión de la locura./

LQ: Yo de la locura mía/saqué el premio de la edad/y con qué felicidad/ando loco todavía/El ají de la alegría/pica pero no hace ampolla/Si el hombre se desarrolla/en su ambiente natural/sabe por qué el lodazal/siente envidia de la joya./

JA: El mundo se desarrolla/yo casi lo he visto todo/y he visto precio en el lodo/envidiado por la joya/El buey sabe por la argolla/lo que duele la nariz/existe esa directriz/porque ni la propia rama/supiera cómo se llama/si no existe la raíz./

LQ: La raíz le grita al prado/qué tamaño el tronco alcanza/y roba en la tierra mansa/el alimento preciado/Yo para no ser tumbado/me eché cemento en la ele/Ele que al dolor repele/y ya estoy de limar riscos/que cuando me doy pellizcos/la uña es la que me duele./

JA: Yo como me he puesto viejo/casi todo me repele/por eso ya no me duele/ni la uña ni el pellejo/No le pregunto al espejo/cuánto me estorba la edad/Y cuando la tempestad/del almanaque me asombra/con una hilacha de sombra/remiendo la claridad./

LQ: Yo soy en la claridad/el abono que la aumenta/cuerpo que sin osamenta/alcanza carne y edad/En tu misma oscuridad/creo que me he puesto viejo/pero por eso no dejo/de ser el mismo que fui/porque si me voy de mí/a quién dejo en mi pellejo./

JA: Qué soy, verdaderamente/yo no sé lo que yo soy/en verdad no sé si estoy/o no sé si estoy ausente/Yo no sé si soy el puente/soy la trucha o soy el río/Soy el fuego o soy el frío/porque si me voy hurgando/yo soy un hueco cargando/la sombra del cuerpo mío./

LQ: Quién soy yo, me he preguntado/pero nadie me responde/en dónde he vivido, dónde/ este tamaño me han dado/El cuerpo mío estudiado/abriendo la anatomía/Yo soy la fotografía/ de alguien que existió una vez/y que se murió después/cuando la tarde caía./

JA: Yo soy la fotografía/de alguien que no vive aquí/que por parecerse a mí/se puso la cara mía/Soy una copa vacía/desbordada de escasez/Una sombra con dos pies/un corazón sin el pecho/y un terraplén al derecho que lo cruzan al revés./

Nada que añadir. Solo que aún tengo la tonada de estos dos poetas lidiando a muerte en el ring de mi cabeza, como una música de fondo, y que, por ello, ahora la simple cadencia del habla me parece una vulgaridad.

 

 

P.D: Entre la estupefacción y el atrevimiento, después de chutarme en vena un par de gygas de controversias, me puse a redactar décimas por primera vez en mi vida. Bien. Es mucho más divertido y excitante que escribir los párrafos de una columna, por lo que es probable que en poco tiempo Esta boca es mía incursione en el terreno de la rima. Se seguirán aprobando todo tipo de comentarios en mi contra. Solo se les pide que, en honor a la igualdad, los lectores molestos, o los que creen que no valgo un céntimo, hagan llegar sus quejas en cuartetas. De no ser así, de lanzar una parrafada cualquiera sin métrica alguna, lamento decirles que no serán aprobados. La casa se reserva el derecho de admisión.

 

 

 

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