Símbolos patrios

En los cortinajes de la Serie del Caribe, los espectadores cubanos asistimos a un duelo medianamente velado y altamente revelador: la pugna entre Rodolfo García y Michel Contreras. O lo que es lo mismo: entre un vocero y un periodista. Muchos seguidores avispados dieron cuenta del conato, que tuvo su momento cumbre cuando Rodolfo, exaltado, creyó que la victoria de Cuba en San Juan le otorgaba finalmente la razón.

No sabemos qué razones tiene Rodolfo, o si es que tiene algunas que no sean consignas, pero todo parece indicar que se cree, en verdad, defensor de algo más importante y trascendental que su abultado chovinismo. Esta vez, sin embargo, la molestia de los espectadores alcanzó niveles insospechados, y la causa primera es esta: Rodolfo quería disfrazarnos su desafío individual de fiesta colectiva. Parecía más contento por lo que él consideraba su éxito periodístico que por el título en sí.

Pero, en rigor, que hayamos ganado la Serie del Caribe no justifica ninguno de los lugares comunes en los que, una y otra vez, se suele escudar. A saber:

1- Que los rivales son jugadores de oficio (¿alguien sabe, letra por letra, lo que eso significa?).

2- Que Cuba tenía que participar con sus mejores efectivos. A su entender, no Pinar del Río reforzado, sino la selección mayor con espolvoreadas pinareñas, un short stop por aquí, un primera base por allá, poco más.

3- Que el resto de los equipos se apertrecha hasta los dientes. Y que, por consiguiente, eso justifica su peregrina idea de lo que significa reforzar (punto 2).

Por supuesto, cada uno de sus argumentos podría rebatirse con facilidad:

1- Los jugadores de oficio son, si bien de calidad, jugadores ya en declive o jugadores cuyo nivel les permite flotar durante años en Triple o Doble A, con fugaces incursiones en las Mayores, pero no más. Lo otro que uno encuentra en las Series del Caribe de hoy son prospectos, nombres promisorios, pero ningún pelotero en pleno estrellato. Por tanto, es bastante probable que los tres mejores bateadores de la última edición fueran, con diferencia, Gourriel, Cepeda y Despaigne.

2- Asegurar un torneo de menos nivel con el equipo destinado para empeños mayores (Clásico Mundial), no demuestra una mejoría, sino que trae una falsa y cómoda ilusión: peligrosa al cabo, como tan bien sabemos después de una década pródiga en funestas derrotas (aún así, esta victoria es valiosísima, por lo que pudiera significar).

3- Las Estrellas del Oriente contaron, en una de las fases, aunque apenas por un par de juegos, con Robinson Canó. Ergo, ¿qué segunda base, no de República Dominicana, sino del mundo, puede significar un refuerzo, lo que se dice un refuerzo, de Canó? ¿No parece, más bien, un remiendo?

Sobre estas refutaciones, esencialmente, basó Michel Contreras sus columnas en Cubadebate, y sus intervenciones en la Mesa Redonda. La muestra de lo bien que lo hace, es que cada día cae más mal (no en la afición, claro). Con una coherencia que le permite errar en los pronósticos, y salir aún mejor parado (porque el quid del periodismo no es la cartomancia, sino la honestidad), Michel transitó sin contratiempos el cachumbambé deportivo que fue la Serie del Caribe para los cubanos.

Ese cachumbambé, por su parte, dejó confundido a Rodolfo García. La veleidad del deporte, la maravillosa indefinición del juego, lo cogió movido entre base y base. Nunca antes quedó tan desenmascarado como en la semifinal contra los Caribes de Anzoátegui. Allí donde nosotros –tal vez algo exagerados en el fervor– creímos revertir la mala suerte de una época, Rodolfo tuvo que improvisar, y pegó el bandazo definitivo.

Hasta la mitad del juego, mordió a rabiar la entraña del equipo, acusándolos de falta de carácter y liderazgo. En la otra mitad, sin sutileza ninguna, los ponderó por bravos y oportunos. Otro rasgo distintivo es que nunca se desplaza en terrenos concretos. Su mirada del béisbol es, por decir lo menos, cuasi antropológica. Nunca ataca estructuras, mecanismos de dirección, políticas estatales. Todo parece definirse en el alma de los jugadores, en su gramsciano ser social.

A mí me gustaría que, solo para comprobar la veracidad de su patrioterismo, le aplicaran a Rodolfo uno de esos test que suelen definir la cubanidad. Si ha leído algo de Fernando Ortiz, si ha declamado el Jicotencal, qué ha escuchado de Lecuona, si hace el setenta en el casino, si come chicharrón, o si alguna vez caminó, emocionado, por Playitas las Coloradas. No sé, cualquier cosa. Sus ganas de ser cubano son tantas, que uno no puede menos que pensar que no lo es.

Michel Contreras corre otros riesgos. El riesgo de no ser didáctico. El riesgo de no aclarar que la victoria en la Serie del Caribe nos pone los pelos de punta y nos vuelve a ilusionar, porque algo así resulta obvio. El riesgo de hacerle la corte solo al lector.

Naturalmente, cada cual tiene lo que le toca. Michel no viaja a ningún lugar. No recibe los favores de nadie. No forma parte del coro disciplinado con visa segura. Pero va a perdurar.

Rodolfo García, en cambio, tiene todas las prebendas, pero carga con el estigma de casi estropearnos la hora en que Mendoza ponchó al último tomatero de Culiacán. No la echó a perder, porque contra eso nadie puede, pero deberíamos repensar el hecho de que un locutor atente directamente contra la intimidad de nuestras muy particulares euforias.

Michel es el mejor periodista deportivo que tenemos, y ojalá un día lo traten como merece. Y Rodolfo no es nada, pero quiere serlo todo: el escudo, el tocororo, la flor de la mariposa.

Salir de la versión móvil