Tania en el pueblo de maravillas

Performance: Retratos

Performance: Retratos

Yo estuve a las tres de la tarde en la Plaza de la Revolución, el pasado 30 de diciembre, con la esperanza mínima de que Tania Bruguera apareciera por una de las esquinas y realizara sin contratiempos su performance El susurro de Tatlin, algo que hubiera sido beneficioso para todos, incluso para el gobierno. Porque como mismo la acusan de querer entorpecer el flujo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos (hace un mes la habrían acusado de hacerle el juego al imperio; siempre, no hay que engañarse, la habrían acusado de algo, porque todo no es más que la misma acusación enunciada de modo distinto), pudieron igualmente haberle agradecido que ayudara al fortalecimiento de dichas relaciones. Si las autoridades cubanas hubieran aceptado por una vez otro tipo de juego, con otras reglas, habrían dado al mundo una imagen de democracia y apertura que francamente les hubiera venido muy bien.

Lo más que la gente razonable ha logrado arañarle a Tania es su supuesto afán de sobresalir (hay algo más cuestionable que la gente que gusta de sobresalir y es la gente que acusa a otros de querer sobresalir), una presunta cuestión de ego. Tania -¿la guerrillera?- robándose los titulares en un momento tenso o distinto, como lo es sin dudas el momento actual. Pero quizás sea todo lo contrario. Si su prestigio artístico y su más elemental derecho ciudadano no hubieran sido pisoteados, yo me atrevería a decir que lo que Tania Bruguera ha hecho es desaparecer, dar un paso al lado, y dejarnos a cuenta y riesgo frente al nuevo escenario que se avecina. Como si nos tomara de la mano, nos colocara ante el óleo y luego diera media vuelta y se marchara. Incluso, si no fuera demasiado decir, creo que ya Tania aclaró un par de puntos básicos sobre Cuba, y menos mal que lo hizo desde bien temprano, antes que acabara el 14.

Que ella supiera que su intento de performance, fuera como fuera, iba a tener éxito, es menos una prueba de su astucia que del estado de ambigüedad en que vivimos los cubanos. Y también, por supuesto, de la urgente definición que necesita el país, o al menos sus actores visibles. Lo que los moderados le pedían -en nombre de la cordura, en nombre de la Navidad, casi rogándole que no cortara el saboreo de la golosina que fue el 17 de diciembre- era que atrasara la hora de mirarnos al espejo. No lo hizo, por suerte, y el resultado, si bien predecible, nos ayuda a colocar nuevamente las fichas dentro de un tablero que aún no ha cambiado pero que, por fuerza, todos sabemos tendrá que cambiar, y que algunos nos ilusionábamos con que ya hubiera empezado a hacerlo.

Me provoca pereza dedicar tiempo a desentrañar el galimatías nacional, cuando yo creo que no hay nada que discutir y que, por tanto, no estaría más que aplicándome a un ejercicio estéril. Que escriba sobre Tania Bruguera se debe más a una molestia imprecisa. En ese sentido, no desconozco que es la propia Tania la que me ha -nos ha- llevado a ello. No a posicionarnos respecto a la artista, sino respecto a la libertad, respecto al gobierno, respecto a la oposición interna, respecto al drama cubano en general.

Mi punto es este: Tania Bruguera tenía todo el derecho de hacer su performance en la Plaza de la Revolución (me desconcierta la torpeza de los funcionarios que dicen que Tania no podía pedirle a Cuba lo que tampoco le puede pedir a otros países, porque eso, además de justificar la incapacidad propia con la incapacidad ajena, desmiente a las claras el eslogan de la absoluta libertad de la nación, que es la razón de ser y el escudo moral de tales funcionarios.) Y este otro: cualquier cuestionamiento de ese derecho, no puede pasar nunca por el arresto de la artista, menos aún sin que hubiera siquiera llegado a la Plaza, el lugar del supuesto delito (algunos íntimos me insisten sobre la legitimidad del evento y de Tania. Siempre corremos el riesgo de que nos defrauden, pero prefiero la ingenuidad que colocarle a alguien un signo de interrogación solo porque disienta).

A partir de ahí, hemos asistido a un debate festinado entre distintos grados de intolerancia, incluida la malvada candidez. Comisarios que le cuestionan su categoría artística. Burócratas que se empeñan en crearle un expediente delictivo (con sus muy políticas ideas de lo que es el delito). Algunos se atreven a señalar que el problema es que su performance resultaba provocador (es decir, que si hubiera realizado su performance en un espacio de menos resonancia, lo habrían aceptado: ignorando con ello que la Plaza de la Revolución, por Dios, era parte consustancial de la obra, que la Plaza de la Revolución lo era todo, y que el performance, en realidad, es la Revolución). De acuerdo. Pero eso es lo que hace el arte. Provocar. Incluso a los gobiernos. Sobre todo a los gobiernos.

Ante una realidad levemente distinta, ante un rostro que los tomó por sorpresa, el poder respondió de la misma manera. Ninguna declaración del más alto nivel. El panfleto típico de la UNEAC. Algún que otro directivo intentando justificar desde la postura pretendidamente mediadora, que ya ni siquiera irrita, sino que nos provoca pena. Y los voceros chillones, entonces, buscando arrastrar a Tania a su pantano, sin el mínimo pudor, como si Tania fuera otro mercachifle de esa pelea de enanos que tiene lugar entre los blogueros comunistas y las cabezas visibles de la disidencia (a mí los llamados disidentes me parecen ilegítimos, de muy cortas luces y no doy un centavo por ellos, pero nadie tiene el derecho de apresarlos sin más, lo cual, por otra parte, es de una torpeza política extrema.)

Tania Bruguera acumula una larga trayectoria alrededor del mundo. No depende del tema Cuba, no vive de él, ni del gobierno ni de sus enemigos (decir que la están subvencionando suena francamente arriesgado). Sus declaraciones, aceradas, denotan vivacidad, mesura. Incluso podemos notar la diferencia clara entre el tono de Tania y el tono de sus propios defensores. Como si la artista se moviera –que, de hecho, lo hace- con más clase, en un estrato distinto al de los activistas cubanos habituales.

Si el gobierno finalmente va a asumir que gente como Tania Bruguera es su enemigo, tendría que asumir también el  lenguaje –mucho más edificante y complejo- en que estos enemigos le plantean el duelo. Tania parece, más que todo, haberlos desesperado. No la detienen por su bulla, la detienen por su ironía. Es solo el comienzo. Imagino su sonrisa de gato de Cheshire.

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