Transplante

En este país siempre hemos confundido lucidez con terquedad, ¿no le parece?

R.B.

No escampa. Pedro Cabrera, director de Relaciones Internacionales y Comunicación del INDER, expresó recientemente, refiriéndose al voleibol cubano y al probable reingreso de varios jugadores, que en algunos casos resulta imposible volver a incluirlos pues sus abandonos ocurrieron poco tiempo antes de competencias fundamentales, lo cual afectó notablemente el resultado. Como ejemplos, citó Londres 2012 y la reciente Liga Mundial. Luego agregó que, no obstante, algunos voleibolistas no causaron tales perjuicios y específicamente con ellos podría establecerse un diálogo futuro.

¿Quiénes son esos voleibolistas, que yo no los conozco? ¿Qué jugador de categoría, sea cual fuere la época del año en que se haya marchado, no dejó un hueco posterior en el equipo? Pasemos por alto la diferenciación. Pasemos por alto el evidente sesgo político y los ajustes personales. Pasemos por alto, también, la frase “diálogo futuro”, que nos supone en una posición de privilegio, con tiempo para conversar, como si el voleibol cubano no padeciese un coma severo y aún pudiéramos andar con remilgos.

La posición del INDER es la posición del ofendido. El padre generoso al que le muerden la mano. Nunca, en ningún caso, ni siquiera por benevolencia o descuido, las autoridades del deporte cubano han ofrecido un argumento que no sea su molestia y su presunto dolor ante la presunta traición. Los cuales, por supuesto, no son argumentos, sino posturas ante hechos ocultos. Abandonar, dicen, entraña una violación ética por parte de los atletas. No existe ya otro procedimiento para justificar el supuesto agravio que no sea la mención de la Patria, pero la Patria, precisamente por el manoseo al que la han expuesto los funcionarios, es un argumento cada vez menos válido y creíble.

¿Por qué se van en masa, como expelidos por una fuerza mayor, nuestros actuales deportistas de alto rendimiento? Creemos que se van porque no les permiten contratarse en ligas extranjeras, probarse en ámbitos acordes a sus posibilidades, o ganar algo de dinero, un menudo que luego les haga la vida un tanto –solo un tanto- más llevadera. Yo estuve hace tres semanas en casa de Roberlandy Simón, y le pregunté si había abandonado el equipo Cuba porque le prohibieron contratarse en Italia o en Rusia. Me dijo que ni siquiera eso. Me dijo que si le hubieran asegurado condiciones normales de vida, una posición razonable, se habría quedado.

Me comentó que un día se levantó y le dijo a su madre que no aguantaba más. Cuando Simón habla de condiciones normales de vida no supongan un carro o una casa en Miramar. Supongan simplemente una nevera con agua fría para los entrenamientos, pelotas que no se desinflen, terrenos que no sean de cemento. No supongan parte del botín que obtenían durante las Ligas Mundiales o los Campeonatos del Mundo. Piensen que cuando esa talentosa generación entrenó en la altura, en Ecuador, tuvieron que contratar un plomero porque las tuberías del hotel de mala muerte donde los hospedaron estaban rotas y los deshechos inundaban las habitaciones.

Cuando Ariel Saínz, vicepresidente de la Federación Cubana de Voleibol, explica que Wilfredo León fue sancionado porque formaba parte de la estrategia del equipo durante varios años y abandona en un momento clave, omite alevosamente lo que Simón días antes me revelara. Que León, el fenómeno más impresionante del voleibol contemporáneo, tenía que lavarse a mano y cargar en cubo el agua de bañarse, hasta el tercer piso del albergue donde vivía.

Contrario a lo que suponen los directivos del deporte nacional, la afición reconoce cada vez más, en estos atletas que desertan, pequeños Espartacos insulares, valerosos signos de rebeldía, las fisuras de una omnipotencia estatal ya insostenible. El país que somos se descascara y el país que inevitablemente vamos siendo asoma el cogote, querámoslo o no. No sabremos qué males habrá, ni cuáles serán las atrofias, pero en ningún caso la centralización homicida.

De todas las fugas, no hay una tan mediática ni espectacularmente preparada como la de Dayron Robles. Yo he empezado a reconciliarme con Robles desde que los cubanos furibundos comenzaron a vituperarlo. No importa que agarrara a Xiang, no importa que violara las reglas elementales del deporte. Mientras no transgrediera los muy reducidos límites de la nación oficial, Robles seguiría siendo un héroe, la muestra de nuestra exitosa gestión. Así siguiera impostando lesiones y tumbando rivales, nuestro inacabable chovinismo podía seguir arropándolo durante toda la vida.

Las recurrentes excusas que siguieron a Beijing 2008 molestan justo ahora, cuando Robles acumula un poco de valentía y larga un portazo definitivo, muy probablemente por causas semejantes a las de León. Nunca, en el atletismo, se nos había marchado una figura tan rutilante, un titular olímpico tan preciado. Nunca nadie se había presentado tan pronto en las pistas y había puesto a correr a la Federación Cubana de Atletismo como lo ha hecho Dayron Robles. Los ha sacado de sus casillas. Si aceptamos nuestra tradición indomable y rebelde, tendremos que reconocer, digámoslo martianamente, que nunca en los últimos tiempos fue más cubano Dayron Robles que cuando se contrató por el AS Mónaco. Aprovechó la reciente reforma migratoria y escapó de la draconiana y cada vez más absurda jurisdicción que es el movimiento deportivo cubano, un cónclave al cual, según Alberto Juantorena, Robles ya no pertenece, por lo que no puede representarnos.

Nosotros, en nombre de las glorias pasadas, sabríamos perdonarle a Juantorena cualquier dislate que su deber como funcionario le ponga en la boca, pero no tenemos por qué hacernos eco de sus declaraciones. Los cubanos hemos olvidado la impotente agonía del INDER, sus recurrentes actos de soberbia, y hemos asumido a cuenta y riesgo, casi en la clandestinidad, un país más inclusivo. Paradójicamente el beisbol, nuestro deporte más politizado, ya contrató al menos tres peloteros en la Liga Mexicana (yo creo que ahí está la mano de Víctor Mesa, pero si lo afirmo me acusarán de fanático), lo que demuestra una plausible incoherencia institucional.

Gústele a quien le pese, Robles seguirá representando a Cuba, y si corriera por Francia o por cualquier otra nación, sabremos que, como a Simón o a León, no le dejaron alternativa. Casi ninguno de los que se fue hubiera preferido irse. Y todos quisieran, hoy, ahora, lo antes posible, conversar, pero la evocación enfática de la Patria no lo permite.

Contamos, en julio de 2013, con el mejor voleibolista del mundo -Osmany Juantorena (el apellido no es casual)-, con un titular de la Organización Mundial de Boxeo -Guillermo Rigondeaux-, con el campeón en el Derby de Jonrones del Juego de Estrellas de la MLB -Yoenis Céspedes-, y con el novato sensación -Yasiel Puig. ¿A nombre de quién se apuntan esos triunfos? ¿Del mar? Alberto Juantorena, el gran Juantorena, tendrá que saber que Cuba es otra, un país infinitamente distinto al de Montreal 76, y, además, hacerle saber al INDER que debido a su tozudez los atletas actuales ya no corren con el corazón en la mano, sino con otros órganos. Los riñones, por ejemplo. Las entrañas.

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