Aguacero de mayo

Llueve en La Habana

Llueve en La Habana

Ya estamos en mayo y uno aguarda con fruición el primer aguacero, las primeras lluvias del verano, cálidas o todavía algo templadas, aguacero colosal o llovizna tímida, el primer aguacero de mayo, mítico y místico, ¿de dónde habrá salido la tradición de bañarse en esas aguas? Busco en internet y no saco nada en limpio. Los orígenes de la práctica se pierden en el laberinto de la historia. No importa, esperemos el aguacero, salgamos a la calle a mojarnos, a chapotear en los charcos, a dejar que el agua nos recorra el cuerpo, a limpiarnos las suciedades más o menos metafóricas. Catarsis, purificación, purga. Ojalá que no truene (cuando era niño me bañaba en todos los aguaceros, siempre y cuando no relampagueara; mi abuela decía que no había que tentar a los demonios, si tronaba un poquito, nos mandaba para la casa; mi hermano y yo cruzábamos los dedos y si se escuchaba un trueno en la lejanía, rezábamos para que mi abuela no lo escuchara), ojalá que sea un aguacero rotundo, como los de antes, de esos en que es difícil ver las casas y los árboles que están apenas a unos metros, esos son los buenos, los que calan hasta los huesos.

Ahora no llueve tanto, me parece. Habría que preguntarle a un meteorólogo, pero me parece que ya no llueve con tantas ganas (bueno, sí, a veces llueve con ganas, pero casi siempre es cuando hay un ciclón, un desastre). Quizás es que la memoria nos juega malas pasadas, pero yo recuerdo que cuando era niño, por estos meses, no dejaba de llover. En la casa de mis abuelos —pleno campo, imperio de la tierra colorada— los fangos no tenían tiempo de secarse. Precisamente en casa de mi abuela escuché por primera vez aquello de que bañarse en el primer aguacero de mayo daba buena suerte, limpiaba todo lo malo. Nos los dijo una haitiana que debería tener casi cien años. Llegó corriendo un 1ro de mayo (lo recuerdo bien, pasábamos siempre el feriado en la finca) con un nubarrón pisándole los talones.

—Luisita, va a llové. Saca lo niño pa que se limpien.

—Si no hay relámpagos, que se bañen —respondió mi abuela.

—No, es agua buena, lo huelo.

—Pues debería bañarse usted también… —ahora mismo no recuerdo el nombre de la haitiana.

—¡Qué va! El agua hace daño lo hueso de una vieja…

Y rompió a llover con todas las fuerzas. Mi hermano y yo estábamos ya bañaditos, perfumados y esperando la comida. Pero la haitiana casi nos empujó al patio.

—¡Pa que se vaya lo maldá!

Qué va, ya no llueve como antes. Incluso, creo recordar que no hace mucho tuvimos un mayo casi sin agua. Vino a llover —una lloviznilla temerosa— casi en junio. No me bañé porque quise, el agua me cogió en la calle. Me mojé los zapatos y enseguida escampó. Maldije a todas las fuerzas celestiales: “Si va llover, que llueva con ganas”. Hasta que me en la casa me di cuenta de que había sido la primera lluvia del mes. Y recordé a mi abuela, a la haitiana, a los muchachos del batey que se tiraban fango… Y puse los zapatos a secar, porque 15 minutos después de la lluvia el sol ya rajaba las piedras.

Evidentemente, ya no llueve como antes… A ver si este año hay más suerte.

Foto: Beatriz Verde Limón

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