Alicia es Giselle

Para Alicia, a setenta años de su debut en Giselle

Tenía un profesor de Física en el preuniversitario  —un profesor ciertamente amanerado, extremadamente simpático, extraordinariamente capaz; uno de mis mejores profesores de toda la vida— que amaba el ballet, la música de concierto y el teatro con todas las fuerzas de su corazón. La frase puede sonar cursi, pero él la decía con tanto convencimiento que a mí —muchacho inocente, inquieto y curioso, deseoso de ver mundo—llegaba a emocionarme. Humberto Calvo se llamaba aquel profesor (ojalá se siga llamando, han pasado casi veinte años desde la última vez que lo vi y no era entonces una persona joven). Vivía en Morón y se lamentaba que hubieran ubicado una antena transmisora de radio cerca de su casa, porque no podía escuchar su emisora preferida, obviamente CMBF Radio Musical Nacional. A mí me chocaba un poco que teniendo tanta cultura humanística se dedicara a dar clases de una ciencia tan exacta. Él se reía: “La física es todo, está en el principio de todo, hasta en el arte. La música es de alguna forma física, la danza es en muy buena medida física, incluso, algo tan impalpable como la poesía puede nacer a partir de un impulso meramente físico”. No entendía mucho aquello, pero ahora lo achaco al hecho de que yo odiaba la física, casi siempre estaba por debajo del índice que exigía la enseñanza en un pre vocacional de ciencias exactas. Una tarde de sábado (yo estaba particularmente aburrido) Calvo se me sentó al lado. “Te voy a contar una historia, te la cuento a ti porque eres un muchacho sensible. Probablemente vivirás en tu vida cosas tan emocionantes como esta, pero para mí es uno de mis más grandes recuerdos. Yo vi a Alicia Alonso bailar su última Giselle en Cuba. Fue en el Gran Teatro de La Habana. Yo pude conseguir una entrada para el gallinero, y allí lo vi todo, sin saber que era la última vez que Alicia hacía su Giselle. Te lo cuento y me erizo”.

Yo también me ericé al escuchar el cuento. Supongo que Calvo hubiera adornado su narración, evidentemente algunas cosas (con los años lo supe) no encajaban con la versión “oficial” de esa función. Tampoco fue la última vez que Alicia bailó Giselle en La Habana. A principios de los noventa todavía hizo escenas del segundo acto. Era una venerable anciana, pero viendo la grabación, uno todavía se asombra por la ligereza de sus saltos. (Mi querido Juan Orlando Pérez —uno de los mejores periodistas de la historia de este país, sin exagerar— publicó en la revista Alma Mater una crónica maravillosa de esa función, la guardo como un tesoro). Lo dijeron los grandes de su momento, así que no es nada que yo lo repita: Alicia Alonso fue Giselle. Ella —como pocas, como casi ninguna— le otorgó al personaje una carga espiritual (“un impulso galáctico” —creo que decía Calvo) que iba más allá de la excelencia técnica y estilística. Uno ve filmaciones de diferentes momentos de su larga carrera artística y en todas encuentra algo más que una interpretación: es algo casi místico, es un resurgir. Dichosos los que la vieron bailar ese rol inmortal (inmortal, en alguna medida, gracias a ella misma), fueron testigos de uno de los grandes acontecimientos escénicos del siglo XX. “Yo me puedo morir tranquilo porque tuve la suerte de estar ese día en el Gran Teatro”, decía Calvo después de hacerme la crónica detallada. Yo lo miraba con la boca abierta. En esa época yo veía ballet por la televisión, ni siquiera tenía idea de que Alicia ya no bailaba los grandes clásicos. Humberto Calvo me abrió las puertas de un mundo al que entré decididamente unos pocos años después, cuando vine a estudiar a La Habana. He visto decenas de bailarinas bailando Giselle, me atrevería a decir que más de cien funciones. Nunca vi a Alicia más allá de las grabaciones. Calvo resumía, con grandilocuencia: “Te lo perdiste, naciste tarde”.

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