Cada loco con su tema

Foto: Del autor

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Todos los pueblos tienen sus locos, criaturas amables o terribles, bufones o seres trágicos. Todos los pueblos tienen su mitología, su cuerpo legendario, y los locos son personajes imprescindibles. Los locos singularizan el paisaje. En la Violeta de mi infancia, no faltara más, había más de un loco. Célebres en el estrechísimo ámbito del pueblo. Pero célebres en fin. Eso de que todo un pueblo te conozca de nombre e itinerario personalísimo, que te trate con confianza un poco descarada, que te haga partícipe o protagonista de bromas más o menos pesadas, todo eso debe abrumar un poco… o mucho. Claro, a los locos casi nunca les importa. Cada loco está obsesionado con su tema y lo demás es puramente circunstancial, teatro cambiante del mundo. Los locos son los más felices, decía mi abuelo. Pero a mí me quedan algunas dudas, porque he visto locos sufrientes, para los que la vida era solo sucesión de desgracias soñadas o reales.

En fin, en la Violeta de mi infancia vagaba por las calles una mujer extraña: María Victoria la loca. Pocas veces la vi sonreír, siempre iba con rostro adusto, mirando el horizonte como si se le hubiera perdido algo. No era una loca agresiva, es más, si no fuera por su estrafalaria manera de vestir, por su andar hierático, nadie repararía en ella. María Victoria no hablaba con la gente. Nunca la vi detenerse, parecía siempre en marcha. Doblaba por una esquina, avanzaba con paso decidido varias cuadras, y doblaba por otra esquina. Yo le tenía miedo a María Victoria. Los niños de mi escuela inventaban historias tremebundas. Decían que había perdido a todos sus hijos y que se había obsesionado tanto con la pérdida que dejó de hablar. Decían que iba por el pueblo buscando a sus hijas. Decían que si te la encontrabas por la noche debías cruzar los dedos y correr hasta perderla de vista. Decían que no convenía seguirla, a no ser que buscaras también perder la locura. Decían que debajo del pañuelo lleno de flores con el que se cubría la cabeza anidaban serpientes… Le conté todo a mi mamá y ella sonrió:

—Todo eso es mentira. María Victoria es una mujer buena, un poco golpeada por la vida. Pero está bien atendida. ¿Alguna vez la has visto sucia?

—¿Y por qué no habla?

—Si no hay nada interesante que decir, es mejor ni hablar.

De todas formas, no le perdí el miedo a María Victoria. Y un día terrible me la encontré en un trillo por el que yo cortaba camino para ir a casa de mis tías. Me horroricé. Me quedé sin voz, inmóvil, tembloroso… María Victoria avanzó hacia mí sin mirarme a la cara. Pasó por mi lado, ni siquiera me rozó. Me ignoró olímpicamente, dejó detrás un aroma de colonia.

Había otros locos en Violeta. A uno le decían Pipo. Este era mucho más sociable, lo que se dice: un personaje popular. Se vestía como el héroe de turno de las aventuras televisivas y recorría el pueblo en busca de aventuras. Le gustaba ir a las escuelas en el horario del receso, montaba en el patio su espectáculo. Durante una temporada se vistió de negro, con máscara y capa: decía ser el Zorro. Los niños le hacían coro, corrían delante o detrás (dependiendo de la historia que viviera Pipo). Un día lo conminaron a que entrara en un aula, en plena clase. Le dijeron que la profesora era una malvada, que había que castigarla. Pipo arremetió contra la pobre señora, que corrió despavorida. Desde ese día le prohibieron la entrada a la escuela. Pipo se quedaba tranquilito en la puerta del patio, hasta que sonaba el timbre de salida. Y cuando salían los niños, se volvía a montar en su caballo (un palo, un simple palo) y cargaba contra los malos imaginarios (o no tan imaginarios, algunos pobres paseantes recibieron circunstanciales bastonazos).

No sé qué habrá sido de María Victoria y de Pipo. Nunca más supe de ellos, cuando vaya a Violeta le preguntaré a mi mamá, o mis tías que siempre están más enteradas. Ahora mismo no conozco a los locos de Violeta. Supongo que haya alguno por ahí, tiene que haberlo. Supongo que todavía debe de haber alguno divirtiendo a los niños. O asustándolos, sin proponérselo.

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