Ciudades fantasmas

Acabo de regresar de Camagüey, fui a cubrir el Festival Internacional de Videoarte. No les voy a hacer el cuento completo, solo les diré que fue un festival muy interesante. En una de las galerías de la calle República se exhibía una instalación interactiva: 49 valses para Motorlandia: Detroit (2013), de los artistas Roberta Friedman y Dan Loewenthal. En un cuarto a media luz se proyectaba una imagen en la pared. En el centro de la habitación había una pantalla táctil con un mapa de la ciudad de Detroit. El público podía tocar cualquier punto señalado del mapa y en la pared aparecía una perspectiva de 360 grados del lugar escogido, casi siempre intersecciones de la urbe. Yo estaba encantado, recorrí la ciudad en poco menos de media hora. Pero no imaginen que el periplo fue animado. Detroit es casi una ciudad fantasma, en esas calles suele haber menos gente y menos autos que en cualquier capital provincial de Cuba. En algunos barrios no se ve a nadie en las aceras, las casas parecen abandonadas. Un silencio inquietante lo cubre todo, una calma densa, un sopor…

En el pasado siglo, Detroit fue uno de los grandes centros económicos y culturales de los Estados Unidos. Hoy es una ciudad oficialmente en bancarrota. Más de la mitad de la población abandonó sus casas, en busca de mejores perspectivas. La caída de la ciudad está estrechamente relacionada con los vaivenes de la industria automovilística. La robotización, la rentabilidad de las factorías de autos en el extranjero y la crisis financiera incidieron en la clausura de muchas fábricas de algunas de las más renombradas marcas automotoras de los Estados Unidos. Esas fábricas eran la columna vertebral de la ciudad. Ahora Detroit es uno de los más grandes símbolos de la decadencia de un sueño. Todavía atesora una de las más importantes colecciones de arte de los Estados Unidos, pero las autoridades han sugerido venderla al mejor postor para saldar las deudas. Desde hace algunos años es la ciudad más peligrosa del país. “Da miedo atravesar estas calles” —dice una muchacha en uno de los videos.

Viendo los panoramas de Detroit, pensé en una situación parecida, aquí en Cuba. Claro que hay que salvar muchísimas distancias, los contextos son disímiles. Pero la tensa modorra de Detroit la he sentido en algunos antiguos bateyes azucareros, después de la crisis de la que fuera nuestra principal industria. Algunos barrios de Detroit me recordaron —por su arquitectura, su disposición urbanística y por su soledad— al precioso centro del batey del central Bolivia, antiguo Cunagua, en la provincia de Ciego de Ávila. El central Bolivia cerró hace algunos años, sin posibilidad de reapertura, víctima de la ineficiencia y la obsolescencia. Ahora Bolivia —Cunagua para los más viejos— parece un pueblo moribundo. A las tres de la tarde casi no hay nadie en las calles. El central es una mole desmantelada. Los chalets de madera y techos de tejas, del más auténtico estilo estadounidense, son mudos testigos de años mejores. El pueblo parece un museo, y museo de algún modo es: hace un tiempo fue declarado Patrimonio Nacional. Un anciano, antiguo trabajador de la fábrica, me resumió el espíritu de muchos de los habitantes del lugar: “Estoy contento porque Cunagua sea un lugar histórico, pero me gustaría mucho más que fuera un lugar con futuro”.

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