De pelota, otra vez

Mi hermano, que casi nunca lee mis columnas de OnCuba por falta de conexión, me llama desde Ciego de Ávila y me pide que escriba de pelota. “Ojalá yo ahora mismo fuera periodista. La cantidad de cosas que hay que decir sobre el béisbol cubano ahora mismo. Mira el descalabro de tu equipo en la Serie del Caribe, ¿por qué no escribes de eso? (aquí abro un paréntesis para explicar que mi equipo es Ciego, aunque yo viva en La Habana; el equipo de mi hermano es Industriales, aunque él viva en Ciego de Ávila). Mira la quedada de los Gurriel, ¿por qué no haces un análisis de eso? Mira lo mal que juegan los equipos en la Serie Nacional. Escribe sobre eso, por favor”.

Le respondo a mi hermano que cada quién a lo suyo, que en OnCuba hay periodistas que escriben de pelota con toda la autoridad del mundo, que yo no paso de ser un simple aficionado, que no es mi tema, que ya me esperaba el descalabro en la Serie del Caribe, que sobre los Gurriel prefiero no pronunciarme, que de todos modos Ciego de Ávila va a ganar la Serie Nacional por muy mal que se juegue en la Serie, que debería darle vergüenza vivir en Ciego y no irle a Ciego…

A lo que mi hermano riposta: “¿Y a ti no te da pena vivir en La Habana, una ciudad que te acogió y te da de comer, e irle a otro equipo? ¡Eso es ser un malagradecido! Pero no me cambies el tema, hazme el favor de escribir un comentario sobre la pelota nacional para esa revista donde escribes y después me lo lees por teléfono, para debatir…”

Yo le digo que ya veré lo que hago, pero en realidad tengo decidido que voy a escribir sobre Alla Pugachova, esa celebérrima cantante rusa, muy conocida en Cuba hace unos treinta años y de la que ahora casi nadie habla; es que vi un video de ella cantando Millón de rosas y me acordé de mi infancia… Está claro que ese tema tiene que ver mucho más con la línea habitual de esta columna.

Pero leo en algún lugar un comentario que afirma que en Cuba muchísima gente se alegra de las derrotas del equipo nacional y decido dejar a la rusa para la semana que viene.

Así que sí, hablaré de pelota, aunque no desde la posición del comentarista deportivo (análisis, crítica, previsiones), sino desde la del cubano que se alegra cuando su equipo gana y sufre cuando su equipo pierde. Digan lo que digan (y el comentarista en cuestión esgrimía unos cuantos argumentos), alegrarse por la derrota de tu equipo me parece casi una barbaridad. A lo mejor es que yo sigo aferrado a nociones “demodé” del patriotismo. O quizás es que le otorgo al deporte una trascendencia que probablemente no tenga. No me voy a meter en ese berenjenal.

Yo nunca jugué pelota de niño, por más que las auxiliares pedagógicas de mi escuela me recalcaran que jugar pelota era cuestión de machos y quedarse dibujando en el aula era de niñas o de niños flojitos. Pero en mi casa todo el mundo veía la pelota por televisión, así que terminé por aficionarme, aunque fuera incapaz de formarme una opinión contundente sobre los aspectos del juego. Ahora mismo, tantos años y tantos juegos después, todavía me cuesta decidirme a dar mi criterio en las tertulias que se arman en cualquier lugar.

Pero sí me atrevo a decir algo: el amor del cubano por la pelota trasciende circunstancias puntuales, consideraciones político-ideológicas, polémicas decisiones organizativas… Yo puedo entender que alguien critique fuertemente la manera que se juega pelota en Cuba (en este mismo sitio he leído muchos artículos enfáticamente críticos), yo creo incluso que ese debate le hace bien al deporte nacional; pero me cuesta admitir que sea un auténtico aficionado al béisbol ese que equipara al deporte con un proyecto político que aborrece y espera que el fracaso de un equipo sea la clarinada del fracaso del proyecto.

Ya sé que la política está en todo, pero no todo es política (en el sentido más habitual del término).

Alguna vez, en esta columna, escribí que no me sentía en condiciones de cuestionar a un profesional por su decisión de abandonar el país. En ese momento hablaba de bailarines, pero también podría hablar de peloteros. Yo no lo haría, pero yo soy yo. Y no me gusta tirar la piedra. Es cuestión de prioridades, de necesidades, de expectativas, de compromisos y la manera en que todas esas cuestiones lidian entre sí. Alguien (“alguienes”) tendría(n) que tomar nota de ese flujo de excelentes profesionales hacia horizontes más prometedores. Pero lamento parecer pesimista: eso va a seguir pasando, aunque las vacas engorden un poco. El deporte cubano (como el arte, la ciencia, la medicina, y un largo etcétera) siempre va tener delante la gran tentación del primer mundo, que en buena medida también es la concreción de legítimos sueños de realización personal y profesional.

Con esos bueyes hay que (aprender a) arar. Muy tarde lo han comprendido algunos.

Perdimos en Santo Domingo y para muchos es un sensible golpe en la autoestima, para otros es una vergüenza… y para no pocos no significa nada. No todo el mundo tiene que compartir esa obsesión de que la pelota es el orgullo nacional. Yo quiero creer que el episodio forma parte de la dinámica de la vida: unas veces arriba, unas veces abajo. Yo quiero creer que vendrán momentos mejores para el béisbol cubano, de la misma manera en que espero que un día la libra de carne de puerco esté a cinco pesos. Pero mientras tanto, mientras aparecen las soluciones, yo sigo apostando por mi equipo; en las buenas y en las malas, no faltara más…

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