Esther

Esther Borja cumplirá cien años este jueves, edad casi bíblica, edad que pocos de nosotros celebraremos. Cien años es la rueda completa, el ciclo perfecto que se cierra y se abre para algunos elegidos. El privilegio sería cumplirlos con plena conciencia, con la mayoría de nuestras aptitudes mentales. En el caso que nos ocupa no es así, lamentablemente. Cien años cumplirá el cuerpo de Esther Borja, el templo latiente, el amasijo de venas y tendones… pero Esther Borja, la dueña de la tarde, no nos acompaña desde hace algún tiempo. Debe estar revoloteando entre los naranjos, sumergiéndose en las aguas cristalinas de una fuente, nadando en jirones de nube… permítanme el recurso literario, viene muy bien con la idea que nos hicimos de la cantante. El caso es que Esther abandonó su cuerpo hace algunos años y con esa despedida súbita acabó una época: la de las apacibles canciones líricas cubanas, entonadas al crepúsculo con una levedad de ave. No es que no se sigan cantando las canciones de Roig o Lecuona. Pero ya no se cantan igual. Esther Borja no fue la mejor de las cantantes de su época —de cualquier forma, es difícil afirmar que esta o aquella fueron las mejores—pero sí fue una de las más capaces e inteligentes. Y además, una de las intérpretes más sensibles e inspiradas. Escucho una y otra vez esa joya discográfica que es Esther canta a dos, tres y cuatro voces… Más allá de la corrección técnica, de los alardes más o menos evidentes de su virtuosismo, en ese disco hay una atmósfera. Las canciones están dichas con una contención muy elegante, con un buen gusto y un refinamiento que admiran. Pero sobre todo con un lirismo sin afectaciones. Lo dicho: ese disco instaura un ambiente, más allá del contexto en que sea escuchado. El apartamento de microbrigada feo y frío (el apartamento donde vivo) adquiere los aires de la estancia cubana paradisíaca. Uno juraría que un perfume se adueña de la estancia.

Yo entrevisté a Esther Borja el día en que recibió el Premio Nacional de Televisión, hace ya más de una década. Se lo otorgaron junto a otras destacadas personalidades de los medios, así que la sesión de entrevistas fue larga. Cuando aquello yo trabajaba en Haciendo Radio, en Radio Rebelde, y esa fue mi prueba de fuego. El director me dijo: “hoy te graduarás de periodista: ¡seis entrevistas por teléfono en vivo!” Me puse a temblar, pero logré sobreponerme. Fui entrevistando a grandes de la cultura cubana: María de los Ángeles Santana, Eddy Martin, Cuca Rivero. En algunas entrevistas me fue bien, en otras me puse muy nervioso. La última fue Esther, ya pasadas las ocho de la mañana. Temí que la hubieran despertado para hacer aquello, pero ella me tranquilizó momentos antes de salir al aire: “No te preocupes, yo me despierto muy temprano”. La felicité por el premio (“yo esperaba cualquier premio, pero no el de televisión, verdad que hice muchos años Álbum de Cuba, pero otros tienen más méritos que yo”), le expliqué cómo iba a ser la entrevista (“bueno, tú me dirás, si ves que me voy por las ramas me atajas, que yo ya no tengo veinte años”), le pedí disculpas por adelantado por mis probables imprecisiones… El problema es que estoy recién graduado —me justifiqué— y hablar con una artista como usted me pone muy nervioso. Al otro lado de la línea Esther Borja se rió. “Yo estoy aquí muy nerviosa por esta entrevista, y el culpable de que tenga que pasar por esto me dice que también está muy nervioso. Vamos a hacer algo, vamos a hacer como si nos conociéramos de toda la vida, vamos a hablar como si estuviéramos sentados en la sala de mi casa”. Fuimos al aire y tengo que decir que la entrevista fue un éxito. Esther Borja siempre fue una mujer muy precisa e informada. Otra vez por interno, me dijo: “Te invito a que vengas a mi casa a tomar un café”. Nunca fui, me daba mucha pena.

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