Feijóo, mi abuelo y los güijes

Samuel Feijóo (1914-1992) fue sin dudas uno de los más versátiles creadores cubanos. Poeta, novelista, editor, pintor… Prolífico como pocos, publicó decenas de libros de poesía, narrativa, ensayo… y también volúmenes recopilatorios de la mitología cubana, cuentos de campesinos, leyendas rurales, historias sobrenaturales. Mi abuelo fue contemporáneo de Feijóo, de hecho, nació 15 días después de él, también en Las Villas. Mi abuelo admiraba mucho a Feijóo, le gustaba mucho que yo le leyera los cuentos de güijes que el escritor había recopilado en sus andanzas por los campos villareños.

—Esos cuentos de güijes y aparecidos los estoy escuchando desde que era un niñito. Tenía una prima que juraba que un güije le había mordido una nalga un día que se estaba bañando en una poceta.
—¿De verdad abuelo? ¿No te daba miedo?
—¿Miedo de qué? Nunca creí en güijes ni en la madre que los parió. Y estoy seguro que el que le mordió la nalga a mi prima fue un negrito majadero que vivía cerca de la casa.
Mi abuelo era muy descreído. A mí esas historias de criaturas sobrenaturales me ponían la carne de gallina. Sobre todo cuando las leía de noche, justo antes de acostarme a dormir. El libro había perdido las tapas de tanto manoseo, ni siquiera recuerdo el título. Pero sí recuerdo nuestras veladas nocturnas leyéndolo en voz alta. Mi abuelo se reía de lo lindo:
—¡Ese Samuel Feijóo tiene cada cosas! Yo estoy seguro que muchos de los cuentos él mismo los cambió, para que fueran más graciosos.
Cuando Feijóo murió, lo dijeron por el noticiero de la noche. Ahí fue cuando mi abuelo se enteró de que habían nacido el mismo año.
—Bueno, parece que ya me estoy poniendo viejo. Ahorita me toca a mí.

No le tocó. Todavía vivió más de una década. De cuando en cuando me pedía que le leyera algunas de las narraciones. Hasta que en una mudada se extravió el libro. Ya en los últimos años de su vida hablábamos de otras cosas. Escuchaba una noticia interesante en el radio y me pedía detalles. Le gustaba que le leyera el periódico. Un día publicaron un artículo sobre Feijóo y me abuelo recordó el libro perdido.
—¡Ay, cómo me gustaría ahora releer los cuentos de los güijes que escribía mi paisano! ¡Nada más que de pensar en ellos me acuerdo de mi prima!
Y se pasó buena parte de la tarde recordando las historias (ya he dicho en esta columna que mi abuelo tenía una memoria fabulosa). Pasaron los años, mi abuelo murió y alguna que otra vez leía viejas revistas Signos en la casa de Lester. Los artículos de Feijóo me recordaban a mi abuelo. Un día, leyendo un libro de Antón Arrufat sobre Virgilio Piñera, me enteré de que Feijóo había sido uno de los más reputados enemigos de los homosexuales en los años grises (más bien negros) de la cultura cubana. Los acusaba de desviados, de amorales, de enemigos del nuevo orden y un largo etcétera. Claro que no me gustó saber eso, pero después me senté a pensar que las circunstancias en que vivió Feijóo de alguna manera explicaban su actitud beligerante. La explicaban, no estoy diciendo que la justificaran. Mi abuelo tampoco alcanzó a entender algunas cosas. Un día me dijo que un hombre podía tener muchos defectos, pero que uno de los más vergonzosos era querer acostarse con otros hombres. Si supieras, abuelo —me dije ese día. Pero no lo contradije. No tenía sentido. “Los hijos tienen que ser mejores que sus padres, esa es la lógica de la vida” —repetía una y otra vez. De alguna manera él asumía que los nuevos no heredarían los prejuicios de los viejos. “Tus hijos no van a creer en los güijes”.

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