Las manos de Alicia

Detalle de las manos de Alicia Alonso. Foto: Jürgen Vogt. Cortesía del Museo de la Danza.

Detalle de las manos de Alicia Alonso. Foto: Jürgen Vogt. Cortesía del Museo de la Danza.

—Alicia, ¿usted sueña que baila? —le pregunté a Alicia Alonso, hace cinco años, el día en que me recibió en su casa para responder una entrevista, a sus 90 años.

—Sí, mucho. Bailo y bailo y bailo… pero despierto y me pongo un poco triste.

Fue la última interrogante de una conversación serena y fluida, en la que habló de lo que mejor puede hablar: de la danza.

Con tantas y tantas entrevistas, la gente ya no sabe qué le va a preguntar a Alicia.

Y entonces ella ha tenido que hablar de la paz mundial, de la vida extraterrestre, de la conservación del medio ambiente, de la política y la ciencia.

Yo me dije: hablaremos de ballet. Y la entrevista salió tan bien que apenas tuve que hacer correcciones de estilo. Lo que dijo lo transcribí. Y punto.

Sentada en la sala de su casa, cómoda, acariciando a su perra, Alicia no era la diva, la musa, el símbolo… Alicia era una mujer amable, simpática, conversadora.

De cuando en cuando apoyaba lo que decía con un gesto, un movimiento de manos, a veces apenas perceptible. Y ahí “salía” la bailarina.

Alicia ha vivido mucho, mucho más que la mayoría de los mortales. Su secreto es simple: quiere vivir, quiere estar, quiere que cuenten con ella…

“No puedo quedarme en la casa, descansando. Yo siempre tengo que estar haciendo algo. Creo que desde que tengo uso de razón no he perdido un día”.

De Alicia podrán decir (y dicen) muchas cosas. Buenas, malas, regulares. Pero nadie podrá negar que ella haya ofrecido un ejemplo sobresaliente de perseverancia, de entrega, incluso de sacrificio, por mucho que ese término sea a estas alturas más utilizado de la cuenta.

Ese día, en su casa, Alicia me trató de usted. Todo el tiempo. Hablaba y hablaba y yo le miraba las manos. A veces yo me quedaba mirándole las manos largo rato. Casi fascinado.

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