Maestro, ante ti me inclino

tumba de martí en santiago de cuba

"Debajo, en medio de una estrella de cinco puntas, escoltado por los escudos de todos los países de América, está el nicho de Martí" / Foto: Cortesía del autor.

Estuve en un lugar sagrado, un lugar que deberían visitar todos los cubanos, aunque sea una vez en la vida. Estuve en el mausoleo que atesora los restos del más grande de todos los nacidos en esta tierra, en el sepulcro de José Martí, allí en el cementerio de Santa Ifigenia. Lástima que haya sido tan tarde, tuve que esperar más de tres décadas para rendirle mi homenaje íntimo al héroe y mártir. Solo una vez antes había estado en Santiago de Cuba, fui como parte de un equipo de mi escuela a un encuentro de conocimientos, hace ya 16 años. Cuando tuvimos un día libre, alguien preguntó a dónde queríamos ir. Yo no lo pensé dos veces: ¡A la tumba de Martí! Pero mis compañeros no estuvieron de acuerdo: prefirieron ir al Cuartel Moncada, que queda cerca de la principal heladería de la ciudad. Me gustó ir al Moncada, por supuesto, pero me quedé muy frustrado. Yo siempre había soñado con ponerle una rosa blanca a Martí en su urna, pero nunca había tenido oportunidad de ir a Santiago de Cuba. En primaria participé en un concurso de composiciones sobre el héroe y al final de mi texto escribí: “Quiero ir a su tumba para llevarle flores y decirle ¡Gracias Maestro!” Al jurado le encantó mi entusiasmo, me otorgaron el primer lugar. Pero seguí sin poder ir a Santiago.

Esto me lo decía mi abuelo desde que yo tenía cinco o seis años: “En Cuba hemos tenido grandes héroes: Maceo, Máximo Gómez, Céspedes, Agramonte… Pero entre todos el más importante es José Martí. Martí no era un hombre de pelea, no era lo que se dice un guapo. Lo de Martí era escribir y hablar. Pero se dio cuenta de que hablando no iba a derrotar a España, que había que hacer una guerra. Y él mismo unió a los mejores cubanos y se fue a combatir. La gente dice que Martí estaba fajado con Maceo y Gómez, y a lo mejor es verdad. Una guerra es una cosa muy complicada. Pero el caso es que fajado o no con ellos, vino a Cuba a luchar. Y eso es lo importante. Martí era el cerebro de la guerra. Pero además era un hombre muy fino y muy inteligente, que escribía poesías. Si Martí hubiera decidido dedicarse nada más a escribir poesías, a lo mejor también sería famoso. Pero los mejores hombres son los que hacen lo que deben hacer, aunque no les guste. Él quería tanto a su patria que murió por ella. La patria estaba por encima de todo. Ese es el ejemplo que debes seguir. Y cuando vayas a Santiago, ve a ponerle una flor en su tumba. Ahí siempre tiene rosas blancas. Yo nunca he podido hacerlo, hazlo por ti y por mí”.

Regresé a Santiago de Cuba. Y enseguida fui a Santa Ifigenia. Había visto unas fotos desoladoras del último ciclón. El desastre fue mayúsculo. Pero el cementerio se ha recuperado, parece cosa de milagro. Es una joya del arte funerario, en Cuba y América toda. Destacado entre todos los monumentos descubrí el mausoleo de Martí. Llegué a tiempo para un último cambio de guardia, antes de una lluvia que ya era inminente. Es una ceremonia esencial, hermosa en su contención y simbolismo. Nada que ver con los excesos de parafernalia de algunos actos de homenaje. Cambió la guardia y enseguida comenzó a llover. Subí al mirador. Debajo, en medio de una estrella de cinco puntas, escoltado por los escudos de todos los países de América, está la urna de Martí. El agua de lluvia comenzó a correr por el suelo. Como si fuera un río, más bien, dos ríos… Alcancé a comprender el símil: junto a la tumba de Martí el agua corre como en el lugar de la muerte del héroe: dos corrientes que se hacen una. La tarde era gris, el silencio casi absoluto. Al pie de la urna, las rosas blancas. La escultura rigiendo el espacio, como si se elevara. Me emocioné, sentí una apretazón dentro del pecho. Ante el lugar del reposo eterno del Maestro me incliné humilde. Gracias —susurré apenas.

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