Mi novela familiar

Un amigo virtual, un amigo de las redes sociales, me decía (chat mediante) que la vida de cada uno de los hombres puede ser una novela apasionante. “De hecho —seguía mi amigo— la historia de cada uno de nosotros es un best-seller en potencia. Cada quién tiene el germen de la gran trama universal”. Me quedé pensando. Una y otra vez he dicho que hay millones de buenas historias que se quedan sin narrar (el aire está lleno de memorias/ que no serán contadas nunca —escribí hace poco en un poema). La cosa está encontrar el cronista. Le respondí a mi amigo: todo el mundo será un best-seller, pero no todo el mundo tiene quién se lo escriba. “Contundente respuesta” —dijo él y seguimos hablando de otras cosas. Pero en estos días he vuelto una y otra vez al asunto y he llegado a la conclusión de que la historia de mi familia, particularmente la historia de mi familia paterna, bien que se merece un libro. A lo mejor hay historias por ahí mucho más interesantes, pero les aseguro que a la de mi padre no le falta gancho y peripecias. Juzguen ustedes mismos: mi abuela paterna era una muchacha de catorce años que quedó embarazada; fue un verdadero escándalo, teniendo en cuenta que era una niña de respetable familia; no hubo manera de sacarle el nombre del padre; mi abuela calló y lo único que hacía era llorar; mi bisabuelo la encerró en un cuarto de la casa, hasta que tuvo el niño, mi papá; a la hora de inscribirlo, ella insistió en ponerle un nombre que no existía (ni existe, obviamente) en el santoral: Nórido; nadie sabe de dónde sacó ese nombre, ni hubo manera de disuadirla; le quisieron quitar el bebé, entregarlo en un orfanato, pero ella lo defendió con todas sus fuerzas; enfermó de tuberculosis, tuvo que ingresar en un sanatorio; nadie quiso quedarse con el bastardo; por fin lo dejó en un asilo de la iglesia en Camagüey; murió tísica, cuando mi papá tenía apenas ocho años… Y ahí empieza la odisea de mi padre.

No me negarán que con eso se puede armar una buena novela. Es más, todo se presta para grandes fabulaciones: ¿quién fue el padre de mi padre? ¿Y si fue un hombre poderoso? ¿Qué significa ese extraño nombre: Nórido? ¿Es un acrónimo? ¿Es un mensaje? Aunque, ahora que lo pienso, no hace falta fabular mucho. Las historias de mi padre en el asilo tienen de todo: aventuras, drama profundo, pura tragedia (el día que murió mi abuela, a mi padre le dejaron hacer lo que le dio la gana, antes de acostarse un sacerdote le dijo al niño: ¿sabes por qué no te regañé en todo el día? Porque tu madre ya no está entre los vivos. Decía mi papá que nunca volvió a sentir tanto dolor en su vida), también diabluras, devaneos románticos (mi papá se enamoró de una niña que pasaba todos los días frente al asilo, con sombrerito de plumas e institutriz, pura estampa trasnochada de la Belle Époque), y momentos de desgarrador melodrama, como esa despedida de mi abuela frente a la puerta del asilo: “Voy a regresar a buscarte, Nórido, niño mío. Me voy a poner buena y viviremos juntos toda la vida…” Se fue caminando lentamente, llorosa, sin fuerzas para mirar atrás, mientras que mi padre se desmayaba por la desesperación tras la puerta que cerraba. Yo se los digo: a más de uno se le saldrán las lágrimas, como se me salían a mí cada vez que mi papá me hacía los cuentos. Como las buenas novelas folletinescas habrá un villano. Y tampoco hay que inventarlo: será mi bisabuelo, que según mi padre fue el hombre más despreciable que conoció nunca. Avaro, jugador empedernido, mujeriego, mentiroso, cínico, ingrato, manipulador… y muy bien parecido, como era de esperar. Me estoy embullando, pronto les haré algunas historias de ese señor, les parecerán increíbles. ¡Está decidido! De cuando en cuando voy a utilizar esta columna para comenzar a armar ese entramado. Espero que no se aburran…

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