Niños

Acompañé a mi cuñada a Morón, a hacer unas compras. Íbamos con mi sobrino más pequeño, así que ella se sentó en uno de los asientos para madres con niños. Me asombró una circunstancia: en el ómnibus viajaban cinco mujeres con niños menores de un año. No voy a pecar de exceso de optimismo, ya sé que los índices de natalidad están por debajo de lo deseable. Pero me gustó ver tantas madres jóvenes, tantos bebés. Si yo fuera mujer, si tuviera las condiciones físicas para parir, no me conformaría con menos de tres niños. Mi cuñada y mi hermano tienen dos: una de dos años y uno de seis meses. Los que me conocen saben que esos dos niños son lo más grande de mi vida. Lo digo sin titubear: lo daría todo por ellos. No pueden imaginarse cuánto lamento vivir lejos, verlos cada dos o tres meses, no poder estar allí mientras crecen. Siempre me gustaron los niños, y desde que era chiquito, al decir de mi mamá, siempre tuve “sangre” para ellos. Que lo digan todos mis primos y los hijos de mis primos. Ahora con mis dos sobrinos estoy “chocho”, al decir de todos mis amigos. Ya he llegado al punto de que cada vez que entro a una tienda por departamentos lo primero que hago es ir a la sección de juguetes… Así vamos.

En la guagua, rumbo a Morón, las mamás de los bebés se pusieron a conversar. Y el tema, obviamente, eran sus hijos. Todas contaron las particularidades de sus partos, cuánto pesaron los niños, las peripecias de todas las madres con los recién nacidos. Lucían contentas, satisfechas. Se sumaron a contar sus experiencias otras mujeres del ómnibus, madres hacía años. Unos asientos detrás viajaban dos embarazadas. No hablaron, pero lo escuchaban todo con mucha atención. La tertulia duró casi todo el viaje. Mientras tantos los niños dormían plácidamente, ajenos al barullo. Miré a mi sobrino —que no es porque lo diga yo, pero es un niño precioso— y la ternura me aguó los ojos. Quiero tener un hijo. O dos. O tres. Está difícil, mirando el contexto. Un hombre homosexual perfectamente asumido no tiene muchas posibilidades de concretar ese sueño en Cuba, a no ser que violente algunas normas. Me limita (¿me asusta?) también el hecho de que la familia que pudiera contribuir a fundar no sería la más convencional. Pero a lo mejor no es imposible. Mi cuñada cree que yo puedo ser un padre excelente. Modestia aparte, yo creo que puedo serlo. Vamos a ver qué me deparan los próximos años, los mantendré al tanto.

Mi cuñada está convencida de que si a los hombres les hubiera tocado parir, el mundo se hubiera despoblado hace mucho tiempo. “Los hombres son muy cobardes, por más que se hagan los valientes. Son capaces de enfrentar grandes cosas, pero yo estoy segura de que un dolor tan íntimo, tan desgarrador como el de parir está por encima de sus posibilidades, por lo menos por encima de las posibilidades de la mayoría. Eso solo lo hacemos nosotras, las mujeres. Porque duele mucho, pero es el dolor más maravilloso del mundo. Te lo digo yo, que ya tengo dos niños: no hay momento de felicidad más grande en esta vida que cargar por primera vez a tus hijos, amamantarlos, dormirlos sobre tu pecho. Los que no han sentido eso, a lo mejor no están de acuerdo conmigo. Pero yo sé que la mayoría de las madres saben de lo que estoy hablando. A mí alguna gente me decía: ¿para qué vas a parir?; vas a perder los mejores años de tu vida. Pero yo te digo que los mejores años de mi vida son estos”. Yo admiro a las mujeres como mi cuñada, como mi madre, como tantas otras… Y admiro a los hombres como mi hermano, como mi padre, como tantos otros… Dar vida es el acto más grande del ser humano, digan lo que digan. Es el acto supremo de generosidad.

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