No puede haber soledad

Teresita Fernández nos dejó hace más de una semana y yo no le he hecho todavía su homenaje. Mi homenaje a una cantautora es poner algunas de sus grabaciones y cantar con ellas. Ese día en que murió Teresita, apenas le di la noticia, Lester se puso a cantar No puede haber soledad, que es la canción de Teresita que más le gusta. A mí también, por cierto. Pero es una canción difícil, temo no estar a la altura, así que mejor entonaré algunas de sus temas para niños, esos que nos han acompañado siempre. Porque a nosotros, los nacidos a finales de los setenta, Teresita nos acompañó desde el círculo infantil. Recuerdo que cuando tenía cuatro o cinco años integré un corito con otros niños de mi salón. Cantábamos algunas canciones infantiles —por supuesto que no podía faltar el clásico de clásicos: Barquito de papel—, pero el cierre del “espectáculo” era la ronda musicalizada por Teresita: “Dame la mano y danzaremos, dame la mano y me amarás, como una sola voz seremos, como una sola y nada más…” Nos poníamos a dar vueltas con las manos tomadas y al final no se entendía ni lo que cantábamos. Pero nos divertíamos una barbaridad. Una vez, cuando estaba recién graduado de periodismo, me mandaron a cubrir un concierto de homenaje a Teresita. Salió un grupo de niños muy chiquitos a cantar El gatico Vinagrito. Desentonaban como ellos solos, pronunciaban pésimamente, se equivocaban una y otra vez. Teresita los miraba complacida. Alguien le dijo: “Disculpe, los niños cantan muy mal, son muy pequeños, quizás no debimos programarlos”. Teresita lo fulminó con la mirada: “Un niño nunca canta mal. Esa canción no está pensada para una cantante de ópera, la escribí para que la cantaran los niños. Y en mi opinión, estos niñitos la han interpretado mejor que yo misma”. Los que conocieron a Teresita Fernández saben que podía ser lapidaria. El “organizador” se esfumó.

Una vez, si mal no recuerdo todavía yo estaba en la universidad, el trovador Jorge García presentó un disco con canciones de Teresita interpretadas por otros cantantes y trovadores. El concierto de presentación fue en la Casa de las Américas, a los pies del gran Árbol de la vida. La sala Che Guevara estaba repleta. Teresita estaba allí, muy calladita, sin hacer el menor ruido. Los intérpretes se sucedieron y antes de cantar siempre le dedicaban algunas frases cariñosas que ella agradecía con una inclinación de cabeza. Fue una tarde memorable, todo el mundo esperaba que Teresita cantara, pero ella no quiso cantar. Al final del concierto se dirigió al auditorio. Habló de muchas cosas: de los niños, del arte, de la amistad, de la doble moral, de la música infantil, de los animales, de su vida… Todo el mundo la escuchaba en silencio. Teresita Fernández no podía ser Teresita Fernández si no soltaba algunas de sus sentencias tremebundas: “Yo no entiendo a esas mujeres que tienen más de tres pares de zapatos. Si piensan que la felicidad está en la cantidad de zapatos que se tenga, pues debo decirles que sigan buscando, porque la felicidad está en otro lado”. En aquella sala debía haber unas cuantas mujeres con más de tres pares, es más, algunas de las que cantaron con toda seguridad tendrían una buena colección. Una reconocida intérprete se movió nerviosa. Pero a Teresita le importó poco. “Yo siempre digo lo que pienso, duela o no duela. En eso me parezco a los niños” —afirmó en la única entrevista que le hice, que nunca llegué a publicar. Al final me acerqué a Jorge García (que estaba, como tantas veces, al lado de mi buena amiga Marta María) y le dije que el disco con música para niños era una maravilla, pero que ya era hora de hacer uno con las canciones de amor de Teresita. Sonrió: “Es un buen plan, ¿verdad Marta?” Se hizo de noche y Teresita seguía dentro, saludando amigos.

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