Paisajes

De Oriente a Occidente, de provincia a provincia, el hombre que recorre Cuba puede deslumbrarse por la belleza del paisaje. Unas provincias más que otras, eso está claro, aunque también depende del camino. Pero en todas partes hay lugares excepcionalmente hermosos. Ya lo decía, algunas regiones parecen particularmente privilegiadas: las cuatro provincias más orientales; las que comparten el Escambray; Pinar del Río (aunque de esta última sé por fotografías, nunca he puesto un pie ahí)… Estoy seguro que todo el mundo puede citar parajes únicos. Lo triste de este asunto es que muchas veces se trata solamente de parajes. Hubo un tiempo —eso nos contaban en las clases de Historia de Cuba— en que toda la isla era un vergel maravilloso. Se podía ir desde el Cabo de San Antonio hasta la punta de Maisí bajo la sombra. Pero eso es historia antigua. Ahora el hombre que recorre Cuba también puede espantarse por las grandes extensiones donde mal crece la hierba (tierras erosionadas, cansadas o mal atendidas)… Es un paisaje arduo, castigado por el sol. Parecen desiertos. Los terrenos dedicados a la agricultura o la ganadería no suelen ser particularmente bellos, pero no hay que deprimirse demasiado por esa falta de plasticidad, es obvio que hay que comer. Este que escribe estaría contento si en los lugares en que no hay bosque, hubiera grandes sembradíos. Pero muchas veces lo que “adorna” el paisaje es el espinoso encaje del marabú. Eso duele, la verdad. No hay visión más fea en Cuba que la de los márgenes de buena parte de la Autopista Nacional. Por suerte, a medida que uno avanza hacia el oriente la cosa va cambiando, y cuando se sale de Bayamo rumbo a Santiago, y de Santiago a Guantánamo, y de Guantánamo a Baracoa, la belleza excepcional se hace regla. Ese viaje lo hice ya bastante crecidito, a mediados de los noventa. Fue una revelación.

Rumbo a Oriente, de niño nunca pasé de Camagüey. A La Habana sí fui mucho, pero ya sabemos lo aburrido que es el viaje por la autopista. Me quedaba dormido o me entretenía contando vacas. Cuando estaba en la escuela me rebelaba ante aquello de que Cuba era la tierra más hermosa del mundo. Los maestros lo cacareaban y los niños lo repetían de carretilla. Tenía en mi casa un libro de fotografías de la Unión Soviética, y ante la magnificencia de aquellas vistas rurales —montañas nevadas, bosques frondosos, praderas verdísimas en la primavera— no me parecía que los uniformes campos sembrados de caña compitieran. Un día mandaron a escribir una composición con el siguiente tema: La belleza de Cuba. Escribí algo así: “A lo mejor Cuba fue muy hermosa, pero ahora hay países más hermosos que Cuba. Hay partes muy lindas con árboles, pero casi siempre los campos son feos…” No voy a hacer el cuento muy largo. Cuando la leí en voz alta, la maestra se insultó. Tuve que reescribir la composición. En el receso, mi compañera de pupitre —que se llamaba Yamircy Beritán y había emigrado con su familia desde Granma— me dijo: “El campo de Violeta es feo, pero el de mi casa allá en Oriente sí es bonito. Ojalá pudieras verlo un día”. Pasó el tiempo y pasó y no pude ir a Oriente hasta el último año del preuniversitario. Fui a una competencia de conocimientos en Santiago de Cuba. Salimos de madrugada y a la salida de Bayamo me quedé profundamente dormido. Me desperté de repente y me encontré en medio de un laberinto vegetal. Y cuando la guagua salió de allí, se abrió ante mis ojos un valle tan hermoso que se me llenaron los ojos de lágrimas. Fui en éxtasis hasta Santiago. Iba pensando que Cristobal Colón y Yamircy Beritán tenían razón: Cuba es la tierra más hermosa que ojos humanos han visto. (Ya sé que es una exageración, pero no me dirán que el paisaje de la foto no es maravilloso).

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