¡Qué concierto!

Foto: Calixto N. LLanes

Foto: Calixto N. LLanes

Pues sí, estuve en el concierto de The Rolling Stones, fui testigo presencial del acontecimiento, quedé deslumbrado por el extraordinario espectáculo, vibré (y hasta hice como si bailara), me emocioné casi hasta las lágrimas, vi a celebridades del cine, la música y la moda, compartí con buenos amigos… Tuve la suerte (privilegios de mi trabajo como cronista cultural) de estar ubicado en el estrado de la prensa, una plataforma elevada sobre el nivel del público, hasta el punto de que pude verlo todo sin el menor de los esfuerzos: todo el escenario ante mí, ese maravilloso alarde de luces y efectos, esas pantallas de altísima resolución… ¿Qué les voy a contar? Ya puedo decir que estuve en un concierto de The Rolling Stones, un concierto con todo, el más grande que haya visto nunca…

Pero no los voy a engañar, estaba allí y sentía que otros tenían más derecho que yo a disfrutarlo como lo estaba disfrutando yo. El caso es que delante de mí (sin que obstaculizaran mi visión) había una gran sección de invitados, decenas de miles de personas que recibieron un pase especial y pudieron llegar a la primera línea, el público que interactuó con Mick Jagger y el resto, el que cantó y brincó hasta el delirio, el que aparecía de cuando en cuando en las pantallas. Pero detrás mí (y yo sí les obstaculizaba en buena medida la visión) había cientos de miles de personas, el gran público, la masa anónima y palpitante, la gente entusiasta que vino desde todas las esquinas de la ciudad (y más allá de la ciudad) para vivir un sueño.

Uno miraba al frente y era la explosión pirotécnica; uno miraba hacia atrás y era la constelación de luces de celulares, galaxia mucho menos fulgurante, pero también hermosa. Me fijé en esa multitud, separada por vallas de metal. (Bueno, como era de esperar teniendo en cuenta las dimensiones de la convocatoria, las vallas eran aquí indispensables, de lo contrario hubiera sido el quítate tú para ponerme yo; no es que esté cuestionando el aparato de seguridad). Me fijé en la multitud y descubrí a cientos de personas ataviadas con pulóveres y camisetas de The Rolling, gente con carteles y banderolas, familias completas… Ahí, con toda seguridad, había muchos que escucharon a los Rolling hace décadas, en la intimidad de sus cuartos, con pequeños radioreceptores de onda corta. Ahí había gente que desafió prejuicios y arbitrariedades, que siempre fue fiel a la banda y a otras tantas bandas, en los tiempos buenos y en los malos tiempos.

Esa gente hoy también puede decir que vio a los Rolling frente a frente, que estuvo en un concierto —¡qué concierto!—, que coreó los clásicos, que saltó e hizo olas… ya forman parte de una élite universal en la que nunca imaginaron poder estar… aunque hayan visto el espectáculo a través de las grandes pantallas, a cientos de metros del escenario.

Satisfaction con Rolling Stone

 

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