Una playa para estar desnudos

Venía en la ruta 400 y alguien me reconoció:

—Tengo un tema para tu columna en OnCuba. Escribe sobre la necesidad de contar con playas nudistas.

Ahí mismo no supe muy bien qué decir:

—Bueno, no había pensado en ese tema. No se me ocurre qué escribir.

—Di que alguien te reconoció en la 400 y te pidió que escribieras sobre el tema. Y por ahí empieza.

Por ahí empiezo, y sé también que a buena parte de mis lectores habituales no les gustará mucho la columna de hoy.

A algunos de mis lectores les gusta que hable de flores, de pequeñas historias familiares, de personajes cotidianos y de ensoñaciones más o menos líricas.

Pero cuando hablo de temas más polémicos y picantes, me suelen regañar:

“No te metas en lo que no sabes. Vuelve a tus croniquillas de siempre”.

Pero bueno, como dice un amigo, debemos salir de cuando en cuando de nuestra zona de confort y lo digo sin más preámbulos: ¡Necesitamos por lo menos una playa nudista!

En estos días se lo he comentado a unos cuantos amigos, que expresaron disímiles opiniones al respecto. Pero todos están de acuerdo en algo: eso no se va a concretar ni a corto ni a medio ni a largo plazo.

—¿No te das cuenta de que eso sería una agresión para la mayoría de la gente? —me dice una compañera de trabajo.

—¿Por qué?

—¡Porque nadie tiene la obligación de ver a nadie desnudarse delante!

—¿Y por qué tendrían la obligación de ver a alguien? Si no quieren ver a gente desnuda, que no vayan a esa playa.

—Las playas son libres. No le puedes negar a nadie el derecho de ir a una playa.

—Nadie les niega el derecho. Que vayan si quieren, pero que no pretendan coartarles el derecho a los que quieran bañarse en el mar o tomar el sol en la arena como sus madres los trajeron al mundo.

—¡Ahora estar encueros por ahí es un derecho humano!— se altera mi compañera.

—Yo creo que sí, siempre y cuando no violente el derecho ajeno. Por eso sería bueno tener playas nudistas.

—Final de conversación, no nos vamos a poner de acuerdo.

Otros amigos no verían mal la existencia de esas playas. Algunos, incluso, serían visitantes habituales. Pero son poco optimistas. Reproduzco otra conversación:

—Este es un país esencialmente conservador puertas afuera aunque dentro de tu cuarto hagas lo que te dé la gana. Nunca lo van a aceptar.

—En países más machistas y conservadores que este hay playas nudistas.

—Son otras las circunstancias.

—Mira, si hace treinta años alguien hubiera sugerido que un día íbamos a tener una playa gay, lo hubieran tomado por loco o amoral. Y ya tú ves, ahí está Mi cayito, hasta con una bandera multicolor y nadie se ha muerto. Es cuestión de costumbre.

—Eso es una cosa, pero otra es permitir que la gente ande desnuda. Si ahora, que está prohibido, hay gente que se lo quita todo en la playa y hasta tiene sexo, ¡imagínate si les ponen luz verde! ¡Esa playa sería una orgía legal!

—En todas partes las playas nudistas tienen reglas.

—Sí, vamos a ver qué reglas le puedes imponer a tu cuerpo cuando tengas delante a alguien que te guste completamente desnudo.

—¡El sentido común!

—¡No jodas!

Le comento el tema a una colega y me dice divertida:

—¿Y los “pajuzos”?

—En todas partes hay “pajuzos”.

—Puede ser. Pero en esa playa se concentrarían todos.

—Supongo que llegue el momento en que pase la furia, que se haga normal.

—Lo dudo, pero adelante: ¡escribe la columna!

Hablando y hablando me he dado cuenta de que soy más heterodoxo que la mayoría de mis amigos. Hay gente que tiene una vida sexual muy activa y muy abierta, gente que incluso no tiene problemas para posar desnudo para mis fotografías y sin embargo no irían a una playa nudista.

—¡Ni loco me aparezco yo por ahí! ¿Tú irías?

—Yo creo que sí. A lo mejor no me desnudo, a lo mejor sí. Pero no tendría problemas con ir.

—¡Tú estás enfermo!

El muchacho que me propuso el tema en la 400 cree que poco a poco la gente se va a ir acostumbrando.

—Todavía tenemos muchos prejuicios con el cuerpo desnudo. Pero no hay nada más natural que bañarse sin ropas, es la libertad plena. Yo soy del campo, nací en medio del monte. Y nunca en mi vida usé una trusa para bañarme en un río. ¡Quiero hacer lo mismo en la playa sin que me pongan una multa o me lleven preso!

Escuchándolo recordé una escena de mi infancia, en una turbina cerca de la casa de mis abuelos, en el campo. Fui sin permiso a bañarme y me encontré con cuatro o cinco muchachos de la zona. Casi todos estaban desnudos. Me metí en el agua en short y uno ellos me recriminó: “Ahora tu abuela sabrá que te metiste en la turbina. Si te lo hubieras quitado todo no se hubiera dado cuenta. ¡La gente del pueblo es bruta!”

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