Aventuras y desventuras de las brujas

El festival Aquelarre número 22 ha transcurrido del 3 al 10 de julio en el Karl Marx y los teatros de la calle Línea.

Asistí al espectáculo inaugural el domingo 3 en el Karl Marx… y el teatro estaba semivacío, el público a duras penas llenaba la platea baja. Kike Quiñones, de hecho, bromeó al respecto durante su discurso. Y la puesta (Deja que yo te cuente) no era poca cosa: Osvaldo Doimeadiós, Nelson Gudín, Miguel Moreno, Carlos Gonzalvo… Había llovido, pero de ordinario eso no detiene a la gente. En los días que siguieron las cosas indudablemente mejoraron –el unipersonal A pululu, de Omar Franco, llenó el Mella, y la gala de entrega del Premio Nacional del Humor a Mario Limonta– pero es indudable que por ahí ha sonado un timbre de alarma. No se me quita de la cabeza que algunos habaneros empiezan a cansarse; parecen preferir que alguien filme los espectáculos con su teléfono móvil y los distribuya después en el paquete semanal.

El Aquelarre nació en los tempranos 90, en la época en que Fernando Rojas era el presidente de la AHS y La Seña del Humor, Sala-Manca, NOS-Y-OTROS, La Leña del Humor, Los Hepáticos, Onondivepa y otros grupos de origen universitario constituían la vanguardia del humor cubano. La iniciativa de crear un festival fue de NOS-Y-OTROS en una reunión con Rojas; el membrete Aquelarre, de hecho, fue idea de Orlando Cruzata. Al principio se habló de un evento y una revista con idéntico nombre; Aquelarre, la publicación tuvo un primer número aparecido a finales de 1993, en el que trabajamos entre otros Luis Felipe Calvo, Enrisco, JAPE, Cruzata y yo. Para el segundo volumen se armó una bronca irreconciliable con un opaco –y, como casi todos, efímero– dirigente de la UJC, con el previsible resultado de que el número ya armado y diseñado no llegó a ver la luz. El primero, por consiguiente, constituye un valioso incunable. El evento, esto es, el Aquelarre, tuvo mejor suerte y, con altas y bajas, ha llegado hasta hoy.

Su primera virtud es, desde luego, existir. Y defender el humor, batalla no pequeña si se considera que durante mucho tiempo los humoristas, como los rockeros, recibieron de las autoridades poco más que suspicacia y hostilidad. El Centro Promotor del Humor, otra conquista del movimiento humorístico de los 90, ha ido construyendo respeto y prestigio gracias al talento de los artistas y la ejecutoria de sus directores: Virulo, Osvaldo Doimeadiós, Iván Camejo y Kike Quiñones.

Pero no todo sabe a miel para las brujas. Aunque ha mantenido históricamente en competencia la categoría de humor literario y ahora está empeñado en resucitar la de humor audiovisual, el Centro no ha conseguido que esas convocatorias y sus resultados trasciendan más allá del gremio. Los escritores serios ignoran el Aquelarre, los realizadores jóvenes parecen decididos a mirar la comedia con desdén, y en su mayoría no se molestan siquiera en participar. En otras palabras, para el gran público el Aquelarre es un desfile de cómicos por los grandes teatros una semana al año, y punto. También hay un evento teórico en el que no escasean los trabajos interesantes. Ahora bien, si la Editorial Alarcos ha publicado algunas compilaciones de piezas humorísticas para escena, y es justo recordar Cuentos de la bruja, de 2002, que reunió algunos de los primeros textos laureados en Literatura, la mayoría de los cuentos, décimas, ensayos y guiones premiados permanecen inéditos. De la misma manera, falta una colección de discos con grabaciones profesionales de las obras y sketches triunfadores en la vertiente escénica del evento, y habría que pensar en un DVD anual –como los de la Muestra de Cine Joven– con los mejores audiovisuales.

El Aquelarre es, para los grupos jóvenes, el momento de acceder a los grandes teatros; para los grupos de provincia, la posibilidad de presentarse en La Habana siquiera una vez al año (luego, vuelta a casa y no pasó nada: mis socios de la Leña del Humor de Santa Clara se quejaban hace unos días de que solo trajeron un sketch a este Aquelarre, el ingenioso Gran robo, porque total, ganaron con un buen espectáculo en 2015, pero luego transcurrió el año y ni siquiera tuvieron un chance de venir a trabajar a la capital); a los ojos del público, unos días para hacer catarsis; a los de la prensa, un mazacote de género menor. En general, los periodistas siguen refiriéndose al evento como un todo, es muy raro que un crítico analice una puesta concreta, un espectáculo específico; la mayoría disfruta del festival y luego se libra de él con un artículo que, en sustancia, dice que el Aquelarre fue interesante y divertido pero hay que seguir trabajando. Para la televisión, durante mucho tiempo el movimiento humorístico ni siquiera existía. En los últimos años han aparecido programas que sacuden a la gente (Deja que yo te cuente, Vivir del cuento) pero siguen faltando cauces para la teoría y la memoria. Sin ellas, un  evento tan necesario como el Aquelarre no pasará de una especie de guerrilla cultural; como la gripe o el ave Fénix, una entidad condenada a renacer una y otra vez de sus cenizas.

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