Bellas

 

Hay un cuento de Milan Kundera, «Las doradas manzanas del eterno deseo», incluido en su excelente Libro de los amores ridículos (1968), que ilustra de manera brillante la sempiterna fascinación ante la belleza femenina, la sed insaciable que genera el espectáculo de una mujer hermosa e inaccesible. Ni el tiempo, ni el contrato social, ni la naturaleza permiten a los personajes, como tampoco a nosotros, sustanciar más allá de un mínimo porcentaje de las fantasías eróticas que laboriosamente fabricamos, pero no serán argumentos como este los que nos impidan tenerlas.

Desde su origen, el cine ha surtido nuestra imaginación no sólo con aventuras, comedias y dramas, con modelos de conducta e ideologías, sino –y, si se mira bien, todo lo demás es un pretexto para ello- con arquetipos eróticos. Desde mucho antes y hasta ahora, la literatura también ha provisto retratos de héroes y heroínas fascinantes, pero  el cine nos permite verlos, y lo que es aún más sádico, los clava definitivamente en nuestra memoria. Uno sabe que Marilyn murió hace cincuenta años, pero la ves en The seven year itch y no puedes evitar desear a aquella muchacha sinuosa y divertida, te niegas a aceptar que podrías tener las mismas posibilidades enamorándote de Nefertiti. O incluso de la pirámide de Gizeh.

La historia de nuestra vida es también la de nuestros mitos personales. Los jóvenes tienden, como es natural, a deslumbrarse con iconos de su edad, imitar a los de su sexo y conseguir parejas que se parezcan a los del opuesto (o del suyo, según el gusto de cada cual). Lo que quiero decir es que todos los días oyes a una chica decir “conocí a un muchacho idéntico a Justin Bieber, a Gael García Bernal”, y ya eso proporciona al individuo de marras un valor añadido: exhibirse con él o ella es casi como hacerlo con el original. Por mi parte, la primera dama de la pantalla de quien me enamoré, a los ocho años, fue Yvette Mimieux, una oscura rubia que interpretaba a Weena en The time machine (la de 1960, de George Pal). Luego, en la adolescencia, uno se fijaba, no tanto en mujeres enteras, sino en partes clave de mujeres concretas. Hace poco volvía ver Divina criatura, de Patroni Griffi; no recordaba la cara de Laura Antonelli, pero reconocería sus tetas entre un millar de pares. A mi edad he visto pasar algunas generaciones de sex symbols, y dada mi relación con el cine he hurgado todavía más atrás. No me desordena la Garbo, pero sí Verónica Lake o Ava Gardner. En estos días he vuelto a ver algunas viejas películas con otra de mis novias de otra época, Kim Novak. Desde un drama metafísico (Vértigo), hasta comedias elegantes (Kiss me, stupid; The notorious landlady; Bell, book and candle) cada vez la rubia despliega sus armas y acaba conmigo sin remedio. Por alguna razón -y admitiendo desde luego que siempre ha sido una diosa- no me aniquila Sofía Loren, como más acá no lo hizo Demi Moore. Hay cantantes tenidas por bellas que se me hacen sosas; otra gran cantera, las modelos, tampoco funciona conmigo, me parecen indistinguibles (con la notable excepción de Adriana Lima). Y es que el panteón de las bellas es algo personal, las huellas dactilares del gusto. Cuando Mijaíl Gorbachov visitó Cuba, recuerdo a dos sesentones comentando frente al televisor lo riiiica que estaba Raísa Gorbachova.

Aquí les va una lista de algunas de las mujeres más bellas para mi gusto: la gran mayoría son actrices, aunque hay de todo, incluso una joven política. Por orden estrictamente alfabético:

Aishwarya Rai, Ana Celia de Armas, Beyoncé, Camila Vallejo, Catherine Zeta Jones, Charlize Theron, Claire Forlani, Faye Wong, Halle Berry, Jennifer Connelly, Jessica Alba, Kelly Rowland, Kim Novak, Kristin Scott Thomas, Maggie Cheung, Marilyn Monroe, Marion Cotillard, Monica Bellucci, Nathalie Baye, Ornella Mutti, Patty Boyd, Rihanna, Scarlett Johansson, Stefania Sandrelli. Si tuviera que reducir el grupo a tres, me la pondrían difícil; en cambio, si tuviera que escoger una…

Marilyn forever.

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