La cultura del sucedáneo

Foto: Ernesto Oroza

Foto: Ernesto Oroza

No tenemos originales.

No tenemos las piezas correctas.

Es normal que alguien empiece a azulejar su baño con losas azules y de pronto se acaben las de ese color y haya que cerrar el hueco con losas verdes.

Es de lo más común que vayas a cocinar un plato y de los diez ingredientes de la receta matriz sólo haya tres a tu alcance, y debas conformarte con sucedáneos. Algunos han devenido clásicos, se afincaron de tal manera que a su vez tienen sucedáneos. Digo más: mucha gente no conoce otra cosa que los reemplazos, y llega al punto de mirar con reluctancia los originales. “Tú dirás que esto es café puro, pero a mí me sabe raro, prefiero el mezclado” “Él le echa a la pasta ese queso partisano porque dice que es el que lleva. Ya no sabe qué inventar”. El vino, para los cubanos, es una cosa que se hace con arroz o chícharos, y en que los extranjeros, con infinita extravagancia, persisten en malgastar las uvas.

En materia de piratería de audiovisuales no hay quien nos gane. Prácticamente ningún cubano ha comprado un CD o un DVD originales en suelo patrio. Se cuenta que en los días del Concierto por la Paz, Juanes va a almorzar al Aljibe y un tipo se le acerca, elogia su música y luego añade entusiasmado: “compadre, yo le estoy superagradecido. Mi negocio es de discos quemados, y usted no me creería la cantidad de dinero que he hecho vendiendo discos suyos”. Dicen que Juanes no sabía si reírse, estrangular al tipo o ponerle una demanda. Terminó riéndose, supongo.

El sucedáneo tiene tradición. El campismo es agradable, pero lo es muchísimo menos cuando se erige en sustituto de un buen hotel con piscina y mesa sueca. Muchos deben recordar todavía cómo, en los años ochenta, alguna gente ponía delante de sus televisores unas pantallas translúcidas y entintadas para hacerse la ilusión de que veían la programación en colores. Y todavía más atrás, los grupos de rock empleaban cables de teléfono y cuerdas de piano para sus guitarras y sus bajos.

Estamos tan acostumbrados a copias y soluciones emergentes que nos costaría y nos cuesta movernos en un mundo en que los originales son accesibles y las pequeñas soluciones se compran y no se agotan. Las opciones, lejos de facilitarnos la vida, se erigen en dolor de cabeza. Hemos perdido el hábito de elegir, de buscar la combinación que se avenga a nuestros gustos e intereses, para sustituirla por la filosofía de muerde y huye, de lo que te den cógelo. Conocí a alguien que sobrevivió los años duros comiendo croquetas de pescado; de pronto le cayó una buena cantidad de dinero, fue al mercado y compró… muchísimas croquetas de pescado.

Es incalculable la cantidad de autos con piezas de otros autos, cuando no francamente inventadas, que circula por nuestras calles. Se desploma un balcón art nouveau y en su lugar se construye uno de concreto. No hay casa sin un ventilador adaptado, sin una llave de agua, una pata de mesa, una bombilla de traza y modelo diferentes al resto, sin una reproducción de Lam, Mariano o la Mona Lisa. No por gusto Cuba es el reino de las flores plásticas. Si aquello de que la materia no se crea ni se destruye sino que se transforma no hubiera sido formulado o necesitase confirmación adicional, una casa cubana convencería al más escéptico.

Nuestra prensa es un sucedáneo. Nuestro Parlamento, con voz y aplausos eternamente unánimes y dudosa representatividad, también. Nuestros días son días a medio hacer, opacos y apenas funcionales. La verdad, ya no hacen los días como antes.

Este país necesita originales.

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