Las leyes de Murphy

Ilustración: Zardoya.

Ilustración: Zardoya.

Cada vez parece más dudoso que la naturaleza, la sociedad y el pensamiento se rijan por las leyes que laboriosamente hemos formulado para tratar de explicarlos. En cambio, diríase que la única que en verdad los ha calado hondo es la Ley (las leyes) de Murphy. Es más, creo que el ser humano ha subido un peldaño en la evolución, se ha vuelto más maduro y civilizado al asumir con resignación los célebres postulados.

Resignación es la palabra clave. Las leyes de Murphy describen el caos, no lo organizan. No hacen el mundo cognoscible, solo te advierten que

si algo puede salir mal, saldrá mal.

Esa es la matriz, la ley primigenia, enunciada a mediados del siglo pasado y recogida junto a un buen puñado de corolarios y derivaciones en el libro de Arthur Bloch. Tan famosa se ha hecho esta ley empírica pero imbatible que existen volúmenes de las leyes de Murphy aplicadas a la maternidad, los médicos, los estudiantes, etcétera.

Primera ley de Finagle: Si un experimento funciona, es que algo ha salido mal.

Cada solución genera nuevos problemas.

La pieza más cara es la que se rompe.

Un objeto caerá donde haga el mayor daño posible.

La otra cola siempre se mueve más rápido.

La mancha siempre está del lado de afuera del cristal.

Un objeto que cae al suelo rodará hasta el sitio más inaccesible de la habitación.

La mejor manera de echar limón a un pescado es ponerse el pescado en el ojo.

Cuando un cuerpo se sumerge en agua, suena el teléfono.

La probabilidad de que la tostada caiga con la mantequilla hacia abajo es directamente proporcional al precio de la alfombra.

Etcétera. La naturaleza es perversa, de manera que cualquiera puede reconocer esos principios y sentir que reflejan su día a día. Cualquiera, en verdad, pues Murphy es también el Gran Igualador de ricos y pobres, ateos y devotos, fundamentalistas y descreídos. En su formulación se conjugan ingenio, humor y también un poquito de amargura, un saberse derrotado de antemano por la rebelión de los objetos. Tal vez hemos dedicado demasiado tiempo a mirar arriba, tal vez olvidamos que por lo general no son el destino, la extracción social o los demás quienes nos encabronan y nos vencen, sino la falta de lógica inherente a las cosas pequeñas. Pongo un reciente ejemplo personal:

Hace poco tenía que llegar a un sitio a una hora específica. Justo cuando iba a salir, empezó a llover. Detesto llegar tarde a mis citas, así que salí de todas maneras. Una cuadra antes de llegar a destino, escampó. Apenas terminaba la visita, se fue la luz. Como el elevador no funcionaba, bajé cuatro pisos por la escalera a tientas. Al llegar abajo, recordé que había dejado un importante paquete arriba, así que volví a subir a ciegas, lo recuperé y bajé de la misma forma, rezando por no partirme la cabeza como consecuencia de un paso en falso. Apenas gané la calle vino la luz.

La ley de Murphy es la voz de Dios. De hecho, Él te insta a sufrir acá en la Tierra con la promesa de que en el Cielo será otra cosa. Eso debe significar que en el Cielo nuestra fila avanzará más rápido y la mantequilla quedará hacia arriba. Entretanto, podemos ir a la Luna, hacer la revolución o deshacerla, comunicarnos instantáneamente con el otro lado del mundo o clonar un ser humano, pero un objeto que se nos cae al suelo seguirá rodando hasta meterse debajo de ese mueble pesadísimo, de donde habrá que sacarlo haciendo semicírculos a tientas con un perchero. Y así ocurrirá hasta que se acabe el mundo… lo que seguramente tendrá lugar mientras estemos enjabonados y con champú en los ojos.

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