Los santos dirigentes

El humor es, desde su esencia, subversivo. Cualquier intento de domarlo generará resultados mediocres y, a la vez, nuevas sátiras acerca del domador.

Facundo Correcto. Foto: @riendoencuba/Twitter.

La creciente pérdida de credibilidad, la pulverización del capital político de la clase dirigente no es culpa de los artistas, ni siquiera de los malos artistas.

Los dirigentes fueron durante mucho tiempo –y a ciertos niveles continúan siendo- entes intocables, sobre quienes no se podía bromear… en voz alta, mucho menos cuestionar sus palabras o denunciar sus decisiones erróneas y sus cambalaches hasta que otros dirigentes decidieran que era el momento.

Nos hablan del dirigente sacrificado, pobrecito, que hace lo que los demás no harían, que lo da todo sin esperar nada a cambio… o casi nada, que ni es lo mismo ni es igual. Se menciona a la autoridad que, por culpa de los humoristas, terminará perdiendo el respeto de la gente. O sea, no es por la mala fama ganada por generaciones de dirigentes inhábiles que disfrutan prebendas impensables para el Nicanor corriente, no: es por culpa de los artistas, con los humoristas en primera fila. Es por culpa de la gente, que es mala y no merece.

¿Que la generalización resulta hiriente para los buenos, los honestos? ¿Y a cuánta gente, y por cuánto tiempo, lacera una decisión disparatada? ¿Cuántos vieron su vida destrozada, y tuvieron que empezar de nuevo –o se rindieron- porque un dirigente los escarneció, los calificó de traidores, los expulsó de su centro de trabajo o estudio? ¿A cuántos les sucede todavía?

En muchos países la sátira se ceba en abogados y sicoanalistas. Eso no significa que todos los abogados tengan el corazón de piedra o cada analista sea un improvisado que cobra fortunas por repetir en tono de pregunta la última frase del paciente. Como tampoco tantos chistes han conseguido que se conviertan en profesiones rechazadas y malditas.

En las películas de la Keystone, Chaplin se burlaba todo el tiempo de los policías. Buster Keaton protagoniza Cops, un brillante cortometraje que puede promocionarse como muchas cosas, pero difícilmente como una muestra de cariño hacia las fuerzas de la ley y el orden. El inspector Clouseau de Peter Sellers era un cretino con suerte. En la célebre escena del cementerio en La muerte de un burócrata, un policía concreto recibe un golpe tras otro, incluyendo un mandarriazo en la cabeza. ¿Acaso por ello la policía, en USA, en Francia o en nuestro suelo ha sufrido tanto que ostenta el récord de suicidios o terminado siendo disuelta por la pérdida total de su prestigio? No. No tenemos tanta suerte.

Sí, habría que reírse más del simulador, del ladrón, del que nos agrede… (Del maceta, no estoy tan seguro: si es un tipo que ha hecho dinero teniendo iniciativa y trabajando muchísimo, ¿qué hay de malo en ello? Otra cosa es la falta de gusto del nuevo rico: ahí sí hay tela). Lo que me inquieta aquí es la instrumentalidad del proceso; en otras palabras, ¿cómo sería eso? ¿Por decreto? Para tener presentaciones, ¿deberán los humoristas dedicar un 20% de su tiempo en escena a burlarse de esas otras figuras que, indudablemente, también son negativas? ¿O se creará un contingente, una brigada de artistas emergentes que se ocupen de esos temas, puede que no muy buenos artistas, pero eso sí, muy confiables? ¿Será obligatorio? ¿Quién les repartirá los temas y exigirá el estricto cumplimiento de la norma? Otros dirigentes, ¿no?

Mejor no doy ideas.

El punto es que los artistas se inspiran, básicamente, en y con lo que les da la gana. La creación no puede forzarse, normarse, encajarse en reglas y porcientos. (Sería tan provechoso que todos los cuadros dirigentes tuvieran que escribir esta frase cien veces todos los días, como cuando uno se portaba mal en Primaria).

Al público le gusta ver que sus dirigentes son vulnerables. Y le gustaría todavía más que fueran, todos y cada uno, eficientes y honestos y accesibles. Y que, al resultar elegidos, su capacidad haya pesado más que una lealtad política entendida en sentido estrecho. Tal vez entonces darían menos risa y los humoristas se desencarnarían.

Tal vez entonces se revertiría la preocupante tendencia social a ver al delincuente y al simulador como modelos a seguir. Ahí le dejo ese problema a los dirigentes para resolverlo, y a mis colegas para criticarlo.

Un punto interesante es el que sigue: ¿quién es un seudoartista, un seudointelectual? ¿El malo o el incómodo? Es más, ¿qué dirigente puede definir quién es un mal y quién un buen artista?

Malos artistas hay en todas partes, y con no poca frecuencia se erigen en paladines de la moda musical, literaria o cinematográfica, pero la experiencia demuestra que es inevitable, hay de todo en la palestra, incluso el bad painting, la pintura naif, el cine trash encontraron su lugar en la historia del arte. Y, a fuer de sinceros, ¿lo que molesta es que sean malos artistas, o que se metan con los dirigentes? Los toques de clarín no parecen ser contra los malos artistas inofensivos, sino todo lo contrario: de esos, mientras más, mejor…

El humor es, desde su esencia, subversivo. Cualquier intento de domarlo generará resultados mediocres y, a la vez, nuevas sátiras acerca del domador.

 

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