Manías

Foto: Sergio Cabrera.

Foto: Sergio Cabrera.

Ya he hablado de mi obsesión con el tiempo. De mi alergia a la impuntualidad.

Tengo otras. Siempre me he preguntado por qué los espectadores cubanos –y, por lo que he podido ver, también de otros países latinos– se levantan cuando termina la acción y empiezan los créditos de una película. Se trata de una costumbre tan arraigada que, a menudo, los propios trabajadores del cine encienden las luces con los primeros letreros. Uno pensaría: bueno, si cada espectador tuviera un auto parqueado afuera, ahí podría haber un asomo de explicación. Pero no es el caso. ¿Por qué todos están de repente tan apurados? Si pagan por la tanda completa, ¿cuál es ese asunto urgente que los reclama tres minutos antes del final? ¿Se estará meando todo el mundo? ¿Por qué no le dan una oportunidad a esa información al final de la película, que por algo ha de estar ahí? De acuerdo, no es que el nombre de un asistente de grúa o la lista de chóferes aporte mucho al entendimiento de una obra cinematográfica, pero hay datos que sí lo hacen. Por demás, en el cine moderno es frecuente que aparezca una escena a guisa de coda, o una toma falsa, después de un par de minutos de créditos.

En fin, que me quedo solo en el cine.

En un terreno más cotidiano, me revientan algunas cosas que hace la gente y parecen diseñadas para fastidiar. Por ejemplo, cuando avanzan dos o tres personas sin ninguna prisa, conversando, bloqueando la acera. ¿Por qué no están apurados ahí, a ver? Si son un par de señoras de edad, bueno, puedo entenderlo –aunque me encabrona igual– pero a menudo es gente sana y robusta que simplemente se comporta como si la acera fuese suya y el universo tuviera que marchar a su ritmo.

Un caso parecido: los que se detienen de repente en medio de la acera, o bien terminan su conversación con alguien y empiezan a alejarse, pero sin dejar de mirar a su interlocutor… y tropiezan contigo o se meten en medio.

Ah, otra: la gente que se para 5 metros delante de uno a coger el mismo taxi que asoma en el horizonte y te corresponde por antigüedad. Coño, llevas 5 o 10 minutos ahí, y de pronto ese tipo te ignora deliberadamente y secuestra tu taxi… al cual, naturalmente, le quedaba solo una plaza disponible. Y todavía cuando pasa a tu lado te mira por la ventanilla con ese aire triunfal de “Te jodiste, soy un bicho, yo sí estoy en la viva”.

Se dice que, con la edad, manías, fobias e ideas fijas aumentan en número y hondura. Bueno, es posible. Bien miradas, estas últimas obsesiones que he descrito no son sino aristas, pormenores de mi manía con el tiempo. Con todo, mi teoría personal es otra, naturalmente: de año en año la gente es más maleducada y egoísta.

Antes se decía que todos los días salía un comemierda a la calle.

Felices tiempos aquellos.

Salir de la versión móvil