Mi libro

La pérdida de la inocencia al acceder al universo literario cubano es dura y traumática.

En la adolescencia, cuando empezaba a escribir, soñaba con tener un libro publicado, y habría hecho lo que fuera por él. Un libro con tu nombre, con las historias que atrapaste a tiempo, un libro tuyo en librerías, en ferias, en las estanterías de mucha gente. Un libro del que tal vez alguien subraye una frase o la cite luego. ¿Puede haber algo mejor que eso? Como se ha dicho, para haber pasado dignamente por la vida, uno debe haber tenido un hijo, sembrado un árbol y escrito un libro. O más bien publicado un libro. El texto funciona como metáfora de la experiencia acumulada, pero si permanece inédito solo podrá leerlo el autor, que es quien acumuló la experiencia, así que no necesita que se la cuenten, ¿verdad?

Si no te quedaste empantanado en talleres literarios, en algún momento tendrás que lanzarte a concursos o a presentar tu manuscrito directamente a una Editorial. Los concursos son capítulo aparte, siempre te queda la sensación de que los premios son injustos, de que hubo favoritismo, de que gana la concepción más metatrancosa de la Literatura. El autor está a merced de los vaivenes de la política editorial… y de la política en general.

Todos los años, cabizbajos directores y jefes de redacción te dicen que el presupuesto ha sido recortado, que hay algunas obras priorizadas, que ya veremos para el año que viene. Recuerdo un momento concreto en 1993; apenas cumplidos los 30, yo era profesor en Artes y Letras y escritor ambicioso, y cierto funcionario insigne vino a la Facultad a explicarnos las consecuencias inmediatas de la crisis en el área poligráfica. Nos habló de muy pocos libros reales, todos de corte educativo o político, y de plaquettes (librillos con una veintena de páginas) para ir resolviendo lo demás. Entonces, el Lezama de esta generación que esté ahora mismo escribiendo su Paradiso está muy jodido, dije en voz alta. Sí, repitió el funcionario, muy jodido.

Si tienes al fin la suerte de ver el libro, pueden pasar muchos meses antes de que te lo paguen, pues en la editorial no han recibido el dinero, a veces ni siquiera para sus propios salarios. Y con las casas extranjeras el tema no es mucho mejor: por lo general, te tratan como si te hicieran un favor –lo que no es justo pues, por muy mal que te vayan las cosas, al cabo el creador eres tú– y tienes que releer varias veces tu contrato, porque hay trampas casi en cada línea. Y como acá no es exactamente fácil entrar a Internet o contar con cosas como PayPal, dependes de ellos para enterarte de cuánto beneficio ha reportado tu libro. Y aunque eventualmente lo muevan por diversas Ferias internacionales, no necesariamente te mueven a ti. En lo personal me ha ido razonablemente bien, pero tengo amigos con uno, dos, tres libros publicados, obras sólidas y bien escritas que no han sido jamás reseñadas, que no son invitados siquiera a las Ferias provinciales.

En general, las editoriales no escapan a ese desánimo generalizado, cuya consecuencia más obvia es que buena parte de la gente ya no le pone interés ni pasión a su trabajo, ya no cree en él. Funcionarios hay que te confiesan que la obra de ciertos autores se pudre en almacenes pues no la compra nadie, pero hay que publicarlos porque son figuras importantes. Otros se encogen de hombros cuando te quejas de la mala calidad en la impresión de un libro, y te dicen “alégrate, escapaste, el de Fulano salió peor, los colores no tienen nada que ver y la tinta se corrió”. O cuando descubres que el 15 por ciento de la tirada de tu libro salió con pliegos fuera de sitio: ya saben, vas leyendo y de pronto de la página 46 salta a la 88. Ese quince por ciento no lo imprimirán de nuevo, qué va. De hecho, así mismo irá a las librerías.

Es difícil ese momento en que al fin publicaste el libro… y no pasa nada. Es decir, supones que a la gente le gusta porque algunos socios te lo elogian, pero fuera de ahí no tienes retroalimentación en absoluto. Apenas si existe la crítica literaria; es decir, hay teóricos que a su vez escriben libros que verán la luz unos años después, pero perfectamente ocurre que sale tu libro y durante todo el año no encuentras un solo comentario en la prensa. Ni siquiera un comentario negativo.

Lo cierto es que, salvo dos o tres nombres que han descollado por su talento –en el mejor de los casos– o a fuerza de puro oportunismo –en el peor– el escritor ha perdido buena parte de su relevancia pública. Antes la gente decía: “en esa cuadra vive un escritor, al tipo le publicaron un libro”. Ahora se dice: “en esa cuadra vive un reguetonero famoso; sí, chico, entre el restaurante caro y la casa del loco ese que escribe”.

Y luego, mucha gente te dice: “qué va, bróder, no está en mí, tu libro es muy largo, yo no tengo tiempo. Si es bueno, ya alguien hará la película…”.

Salir de la versión móvil