Miaming II

Foto: Osbel Concepción.

Foto: Osbel Concepción.

Está ese problema con las entrevistas. La mayor parte fueron respetuosas y ponderadas: otras las rechacé pues no valían la pena. No tengo la menor objeción a que me hagan preguntas políticas serias –aunque desde luego prefiero que me interroguen sobre literatura o cine– pero tiendo a rechazar de inmediato las que vienen con poca o ninguna imparcialidad, las que presuponen la respuesta. Digamos que una mente perspicaz puede advertir cierta diferencia de matiz entre: “¿Qué opinas del gobierno cubano?” y “¿Qué opinas de la sangrienta dictadura castrista?”

En el segundo caso es muy difícil el diálogo porque el entrevistador no quiere escuchar matices, te interrumpe, pone palabras en tu boca, tergiversa lo que dices y te acusa enseguida de comunista. (Claro que eso no es lo peor: soy un tipo de izquierda, y prefiero mil veces ser tenido por comunista que por republicano). Es por eso que me negué de antemano a conceder entrevistas a Cao, Haza o María Elvira. En cambio, acepté una en Radio Martí que fue muy relajada y divertida. El entrevistador me contó que no hace mucho los vejetes de Vigilia Mambisa les organizaron una protesta… a ellos, nada menos que a Radio Martí, acusándolos de comunistas. Creo que de aquí en adelante ya nada puede sorprenderme.

Claro que algunos periodistas, por muy objetivos que se esfuerzan en ser, al cabo no pueden zafarse de sus ataduras invisibles: uno incluye el adjetivo clandestinos, refiriéndose a mis cortos, en el título de su artículo, a pesar de que en el cuerpo del texto yo explico que varios de ellos fueron filmados en los estudios del ICAIC en Cubanacán, y alguna escena en el vestíbulo del mismo Instituto. En una entrevista de TeleMartí durante mi primera presentación, el locutor habla en off del Departamento de Cultura de Cuba… refiriéndose, evidentemente, al Ministerio de ídem. Vaya, investigar algo tan elemental no le haría daño, digo yo.

El cubano de Miami, por lo que pude ver, no tiene los mismos problemas que dejó en Cuba. En cambio, tiene un nutrido set de problemas nuevos: el alquiler, la salud, la telebasura, la eterna carrera contra el tiempo, el tráfico y el parqueo, las distancias, el despido, las feroces tarifas de allá, y sobre todo de aquí, cuando tratan de llevar demasiadas libras de equipaje a Cuba. Muchos no hablan inglés: no lo necesitan para vivir, aunque probablemente lo necesitarían para mejorar. Revisan las noticias y los tuits en el móvil y se tienen por bien informados tras digerir cuatro titulares casi siempre relacionados con crímenes y accidentes. No se interesan gran cosa por el mundo exterior, excepción hecha de aquellos países que USA esté invadiendo en el momento, y de Cuba, que para algunos es un tema obsesivo.

Las casas son enormes, aunque las paredes parecen de cartón. Los de Hialeah tienen invariablemente un bote en el jardín aunque Hialeah no da al mar: ná, normal, pura especuladera cubana. Me encantó Wynwood, ese barrio repleto de grafitis y galerías. En una de ellas me topé con obras de artistas como Eduardo Roca y Michel Mirabal (Mirabal es mi socio, y fue el productor ejecutivo de Arte, el undécimo corto de Nicanor). En cambio, en Coral Gables el lema podría ser Hasta la Victoria’s secret.

Fue bueno también reunirme con viejos amigos –algunos de eras tan remotas como mi estancia en la Lenin, en la segunda mitad de los 70– y presentar mutuamente a gente con mucho en común que no se conocía pues sus profesiones no les dan demasiado respiro. Hablar de todo, y comprobar una vez más que todo lleva a la política, pero también que el diálogo es posible, por lo menos entre gente razonable. Y para medir esto último, que todos detestan a Trump es para mí rasero suficiente.

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