Nadie me lo dijo

Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

Everybody’s talking and no one says a word
Everybody’s making lo
ve and no one really cares
(…) There’s always something happening and nothing going on
There’s always something cooking and nothing in the pot
(…) Nobody told me there’d be days like these

Everybody’s runnin’ and no one makes a move
Everyone’s a winner and nothing left to lose

(…) Everybody’s flying and no one leaves the ground
Everybody’s crying and no one makes a sound

(…) Nobody told me there’d be days like these
Nobody told me there’d be days like these
Strange days indeed (…)

Estos fragmentos de Nobody told me, uno de los mejores temas del álbum póstumo de John Lennon Milk and honey (1984) reflejan con la brillantez característica del autor el desconcierto del hombre abocado a la mediana edad ante un mundo que le resulta cada vez menos familiar. Es un sentimiento frecuente, bien que difícil de expresar con tamaño acierto.

Hace poco leí del asombro de John Cleese, el veterano de Monty Python, ante el hecho de que, pudiendo disfrutar las películas en pantalla grande (esto es, el formato y el espacio concebidos por el realizador) mucha gente prefiriera verlas en una Tablet u otro adminículo de parecida ralea. No creo que Cleese clamara por renegar de la tecnología o el progreso; su desorientación era la misma de Lennon ante la transmutación de códigos y valores, ante la desnaturalización de las cosas.

Hace todavía menos circuló la carta de renuncia de un profesor universitario uruguayo, inerme frente al desinterés de unos alumnos con la vista perennemente clavada en la pantalla del móvil. Si es cierta o apócrifa, resulta irrelevante: desde luego, es verosímil.

Por una parte, es natural que a partir de cierto punto sintamos que de la noche a la mañana nos han escamoteado el universo que conocíamos, aquel estado de cosas en que transcurrieron nuestra infancia y la juventud y que dábamos por el único, el correcto, la norma. Le pasa a todas las generaciones: el mismo Lennon, obviamente, se quejaba de los años setenta. De ahí viene todo eso de en mis tiempos sí había respeto, la de mi juventud, esa sí era música, la juventud está perdida, etcétera. Por otro lado, admitámoslo, el de hoy es un mundo particularmente desquiciado: individualismo ha existido siempre, pero ahora cuenta, además, con alta tecnología. Entrado hace un rato en la cincuentena, me pasa lo mismo: se me hace hostil la lógica del presente, raro lo que la gente valora, lo que espera y sueña. Intentaré desgranar algunos motivos:

-Todos disparan mensajes desde su móvil, pero pocos saben escribir correctamente. Si se suman las líneas que cualquier veinteañero ha enviado a sus colegas por esa vía, resulta que tienen más páginas que Saramago, Bolaño y Padura reunidos, pero muchos de ellos nunca han abierto un libro. Aunque seguramente vieron la película.

-Los conservadores son los jóvenes. Con honrosas excepciones, la aspiración juvenil suprema es integrarse a una sociedad conveniente, hacer dinero y tener un confortable nicho ecológico. A la mayoría le importa un pimiento arreglar el mundo: esas son boberías de abuelos idealistas. Las manifestaciones callejeras más populares, y las únicas que parecen conseguir algo, son las de zombies en series fantásticas.

-Cada vez más, la espiritualidad se subordina al dinero. Como ha señalado Nuccio Ordine, numerosos centros docentes recortan plazas y horas a las disciplinas humanísticas (arte, filosofía) pues el criterio que prima es el de que los saberes sin beneficios son inútiles. En un planeta regido por el capital, se desdeña el marxismo como un saber ocioso y vencido.

– Cualquiera tiene centenares de amigos en Facebook, pero somos más egoístas que nunca. De los demás no interesa tanto su tridimensionalidad como su imagen en la pantalla táctil. Y lo que podamos sacarles. Como dice Tony Ávila, Regalado murió en el ochenta

-Hay más información de la que jamás hubo, pero ser ignorante y soez resulta no sólo tolerado, sino aplaudido. Se sabe más de las Kardashian o de Paris Hilton que de literatura árabe o cine africano. Se lucha y avanza en la igualdad de género pero el reguetón, en letras y videos, reduce a la mujer a un objeto sexual, hace de la marginalidad virtud… y triunfa en las listas de éxitos. (Bueno, para ser justos, no sólo el reguetón descerebra). Además, los clichés siguen ahí. Desde el punto de vista de un norteamericano o europeo promedio Cuba se reduce a Castro(s), salsa, mulatas, represión, tabacos y carros viejos. Al mismo tiempo, como tienen tanta información a su alcance, creen que saben más de Cuba que uno.

-No sólo no hemos aprendido nada de la historia: es que no hay historia más allá de los documentales del History y el Discovery. Ah, y los videojuegos tipo shooter.

-La democracia es presentada como inherente al capitalismo moderno. Y viceversa. Nadie parece recordar que mucho de lo atractivo de esas sociedades en el presente es el resultado de la lucha, las demandas y el sacrificio de movimientos obreros y socialistas durante más de un siglo. Por demás, la democracia es relativa. Los medios masivos dan por buenos los golpes de Estado si tienen como objeto derrocar un gobierno de izquierda, por muy democráticamente elegido que haya sido. Un pescozón dado por un policía cubano o venezolano es injustificable, qué duda cabe, pero lo cierto es que causa más escándalo mediático que un muerto a manos de la policía europea, o decenas de civiles accidentalmente asesinados por el ejército norteamericano. Claro, esos son muertos democráticos.

-Nadie cree en ideologías, pero sí en energías universales y doctrinas concomitantes (reiki, feng shui, las flores de Bach, la astrología), fenómenos paranormales y cienciología. O en que Paul McCartney murió en 1966 y el de ahora es un doble.

-Los pobres son gordos, los ricos son flacos. Los primeros se atarugan con comida rápida, los segundos siguen dietas y frecuentan gimnasios. De hecho, con lo que comen los ricos de hoy, con la nouvelle cuisine, los pobres de otras épocas se habrían sublevado. Es otro cliché, de acuerdo, pero indiscutible que tradicionalmente los caricaturistas, desde Hogarth y Daumier, han retratado a las clases acaudaladas como individuos gordos y resollantes. Al presente, los Campesinos felices de Carlos Enríquez parecerían un grupo de top models sorprendidas en su camerino. O los Rolling Stones en una sauna.

No, nadie dijo que vendrían días como estos…

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