No descarga

Un país se conoce por sus baños.

Es proverbial lo que ocurre la primera vez que un cubano viaja y entra a un baño. En el mismo aeropuerto en que hace escala, digamos. Llegada la hora de hacer correr el agua para lavarse las manos, o de descargar una vez empleado el inodoro, se siente como Edipo ante la esfinge. Titubea. Embaraja. La tecnología se lo come. Y cuando ya uno le ha cogido la vuelta a un modelo de lavamanos e inodoro, entra al baño de un restaurante y se encuentra con la obra de otro diseñador aún más creativo.

Una sola cosa tienen en común los baños por ahí afuera: todos están limpios. Y los que están sucios, por lo general están más limpios que los baños más limpios en Cuba. (Hay, desde luego, excepciones, como el inolvidable inodoro de bar en que Ewan McGregor se mete de cabeza y bucea, en Trainspotting de Danny Boyle, pero justamente era tan excepcional que se convirtió en materia cinematográfica).

En las películas, los mafiosos se llevan a un tipo al baño para molerlo a golpes y obligarlo a confesar. Aquí, bastaría con que lo llevaran al baño, y punto. Que un inodoro esté ostensiblemente cagado por dentro y, lo que resulta anatómicamente intrigante, también por fuera, es algo normal en este país. Es lo que uno espera. Como tampoco te sorprende que el cuidador del baño, en el mejor de los casos, te de un pedacito de papel sanitario tan inadecuado como unos ajustadores talla 28 para Pamela Anderson. Y luego te mire ceñudo si no depositas calderilla de CUC en el platico de las propinas. Si no hay cuidador o no tiene nada que ofrecer, y no traes contigo un ejemplar de un periódico, sabes que deberás establecer prioridades entre los papelitos con teléfonos, las tarjetas de visita y los carnets sin plasticar que lleves en el bolsillo, y sobre todo mantener el pulso firme…

En los baños foráneos recuerdas la vieja frase: están tan limpios, que se puede comer en el piso. Da gusto entrar, te hacen sentir que la hostilidad ha quedado fuera. Hay agua donde debe haberla. Los secadores funcionan. Son asépticos, pero también sensuales de una extraña manera. Aquí, un baño así sería sospechoso. Casi inmoral. Intimidante: algo anda muy mal aquí si todavía nadie se ha robado esto, o no ha ensuciado aquello. Si entras por accidente en un baño pulcro en suelo patrio te asalta la sensación de que no perteneces allí, de que van a regañarte, o peor, de que al acceder caíste sin saberlo en un Universo paralelo. Es cierto que los encuentras un poco mejores en algunos teatros y oficinas comerciales, lugares así, pero enseguida empiezan a corromperse como un bisté de puerco en la selva amazónica.

Afuera los baños huelen bien, tienen popurrís de flores y virutas de maderas aromáticas, o por lo menos uno de esos ambientadores pegados en la pared. Y se llaman rest room, que es hasta poético. Aquí no huelen bien, pero bien que huelen, y los letreros están en una línea más funcional: baño de hombres, roto, no descarga, etcétera. Otra cosa: afuera no hay cestos para los papeles usados, pues estos se echan directamente en el inodoro. Aquí, si los echas en el inodoro generalmente lo tupes. Este país tiene la plomería vencida.

Una sociedad que no cuida sus baños es una sociedad enferma. Del estómago. Todo el proceso digestivo, de principio a fin, debe implicar disfrute y placer. Al que opine que exagero, le digo que es con la atención a esos detalles que se va armando el bienestar social. La escasez o el bloqueo pueden explicar otras cosas, pero no los detalles. Sin los detalles, una sociedad no descarga. Como decía Titón, el guión del socialismo es bueno, lo que falla es la puesta en escena.

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