Réquiem por la comedia

Salvador Wood en La muerte de un burócrata de Tomás Gutiérrez Alea (1966)

Salvador Wood en La muerte de un burócrata de Tomás Gutiérrez Alea (1966)

Hablemos de cine cubano.

En los noventa se criticaba en comedia; ahora se critica en drama. Aparte de La cosa humana, de Chijona, los capítulos de Crematorio de Cremata, los animados de Ernesto Piña y mis propios trabajos, no hay gran cosa. La situación es particularmente árida entre los cineastas emergentes: año tras año, la abrumadora mayoría de los trabajos presentados a la Muestra de Cine Joven apuesta por la tragedia trágicamente narrada, el drama, la seriedad. Es como si volviera a ganar fuerza el viejo criterio de que los temas serios hay que tratarlos dramáticamente, que la comedia es para la gozadera y sólo su adusta hermana vale a la hora de ponernos profundos y atrevidos.

Es cierto que dos décadas atrás eran comedias casi todas las películas del patio, no tanto porque los cineastas encontraran divertidísimo el Período Especial como porque era lo que interesaba a los coproductores extranjeros. Una historia ágil, con abundantes risas, música cubana y nuestras exóticas sensualidad y pobreza de telón de fondo, vendía. Antes de juzgar con excesiva severidad a los realizadores, téngase en cuenta que no se trataba de elegir entre hacer una comedia o un drama, sino entre hacer una comedia y no hacer nada: a mediados de la década la producción nacional cayó prácticamente a cero, había que buscar partners o esperar estoicamente por un milagro equivalente al de los panes y los peces. El coproductor no sólo ponía el dinero y abría camino a la película en mercados y festivales, sino que seleccionaba el tono, y con no poca frecuencia exigía que el papel protagónico recayera en determinado actor porque resultaba conocido en Europa. Al realizador le quedaba un margen exiguo para hacer evidente su maniera, su estilo personal. A veces lo lograba. A veces nada más.

Pero lo anterior no significa, ni mucho menos, que la comedia sea o deba ser tratada como un género menor, indigno de abordar temas importantes. Para no ponernos universales y hablar de Chaplin, de Allen o Benigni, habría que recordar que algunos de los más conspicuos maestros del cine cubano, Titón y Tabío, recurrieron a ella una y otra vez. Obras maestras como Las doce sillas, La muerte de un burócrata, Los sobrevivientes, Se permuta o Plaff! son comedias sabiamente construidas. Los Noticieros dirigidos por Santiago Álvarez, alguna película de Julio García Espinosa (Aventuras de Juan QuinquínSon o no son), toda la obra de Juan Padrón, echan mano a la sátira, el pastiche y la ironía.

¿Qué ocurre, entonces? No se trata, evidentemente, de que los tiempos sean malos, porque no son peores que el punto álgido del Período Especial, y ya vimos lo que se hacía en esa época. Por lo general, la necesidad aguza el ingenio: a unos les da por jinetear, a otros por abrir cafeterías o vender discos quemados, a los artistas los surte de angustias y temas urgentes. ¿Será tal vez que los tiempos, ahora, son demasiado buenos? Yo diría que no. Nadie diría que sí, ¿verdad?

Me temo que se cierra un ciclo y se abre otro en la vieja batalla de los cultores de la comedia por demostrar que el género está a la altura. Lo mismo que ocurre a quienes apuestan por la ciencia ficción, el terror o el cine policial: todo el mundo se divierte con sus obras, pero son pocos quienes las toman en serio. Creo que los realizadores están llenos de rabia y ganas de develar lo que el discurso oficial soslaya, y eso está bien; lo preocupante es que opinen que la tarea sólo puede acometerse a través del drama. Y, a menudo, de un drama críptico al que siempre parecen faltarle algunas piezas. Por si fuera poco, hay un puñado de críticos que piensa lo mismo: mientras más lenta y complicada, más atormentada y difícil es una película, mejor es. El equivalente en el ámbito literario sería, supongo, considerar válida exclusivamente la obra de James Joyce.

La comedia no es banal per se: hay universos de distancia entre The gold rush o Dr Strangelove y cualquier, ejem, obra con Adam Sandler o Will Ferrell. Es verdad que los cubanos, fieles a aquello de que no llegamos o nos pasamos, a menudo hacemos –y preferimos- piezas demasiado escoradas hacia la farsa. Pero, insisto, ese no es problema del género, sino de los realizadores.

A ver si les hacemos más chistes en la EICTV o la FAMCA, antes de que sea demasiado tarde…

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