Subtitúlame, baby

Hay una amenaza oscura, una conspiración contra el espectador inocente. Veamos: en su novela Lo demás es silencio, Augusto Monterroso atribuye al pintoresco intelectual provinciano Eduardo Torres el divertidísimo artículo “Traductores y traidores”, donde se afirma que:

Después de largos años de experiencias mezcladas con no pocas satisfacciones de toda especie, a estas alturas nadie ignora ya que traducir es tal vez –y aun, para no exagerar, sin tal vez– de todas las ramas que abarca la curiosa mente humana, si no la más difícil sí una de las menos fáciles. Traduttore traditore, se dice oscuramente en italiano. Nada más claro, en verdad, pero, ¿hasta qué punto? (…)

El estilo imposible de Torres me recuerda, más que nada, los subtítulos de ciertas películas, fruto de un traductor automático o perpetrados por alguien con una noción muy especial de la gramática y la lógica discursiva del castellano.

Consumo mucho cine. Es raro el día en que no vea tres o más largometrajes, y la semana en que no pasen por casa uno o más socios con 200 gigas de material nuevo en un disco duro. De cuando en cuando encuentras una joyita que buscabas hacía tiempo, y entonces te topas, horrorizado, con una de estas anomalías:

1-Los subtítulos están adelantados o atrasados. Tienes que llevar un complejo cálculo mental de quién habló ultimo y decidir cuál de las líneas que aparecen medio minuto después corresponden a la muchacha, cuales al tipo y cuáles al asesino.

2- Los subtítulos son incomprensibles. Un par de sencillos ejemplos: en mi versión de Black gold de Jean Jacques Annaud, un personaje dice: “Hagan copias de seguridad a las mujeres”. Genial. Me encantaría que me explicaran el procedimiento, de verdad. En otra película alguien extiende un papel y conmina gravemente a su interlocutor: “ponle el sello al documento”… pero el traductor automático se fue con la acepción errónea de seal y nos regaló “ponle la foca al documento”. O, en una película china que obviamente fue traducida al inglés y luego, automáticamente, al español, “¿cómo puede Fulano creer en esto?” se convirtió en “¿cómo lata Fulano creer en esto?”

3- Hay dos o tres bloques de subtítulos: en español, en francés… e, inesperadamente uno en árabe o en chino. En lo que buscas el tuyo se te fue la escena.

4- Los subtítulos están adelantados, son incomprensibles… y además vienen empotrados en la imagen, no puedes quitarlos, de manera que lejos de aclarar distraen, no te permiten echar mano a tu inglés (o el idioma que sea) y concentrarte en lo que hablan los personajes.

Pero no todo es malo con los subtítulos: algo puede decirse a su favor, y es que contribuyen al entendimiento entre hispanohablantes. Capítulo especial merecen las malas palabras. La televisión cubana, pulcra y tontamente, sustituye fuck por f…!, así que gracias a ella disfrutamos de los puntos suspensivos más indecentes –y unidireccionales– del mundo. Si no por otra cosa, uno puede saber dónde ha sido subtitulada la película por la traducción al castellano de los insultos. Si salen “coger” o “boludo”, es asunto porteño; si dicen que alguien es un “pinche hijo de la chingada”, el trabajo ha sido finiquitado en tierras aztecas; si menudean “follar” o “joder”, la película está traducida en gilipollas.

Aun así, tenemos la suerte de que la mayoría de las películas que pasan en la TV o copiamos del Paquete Semanal están subtituladas y no dobladas al castellano, como en España. O no tener ese peculiar hábito eslavo de poner a un locutor particularmente inexpresivo a repetir los parlamentos en ruso por encima de los originales, sin importar si traduce a un hombre, una mujer, un niño o un viejo.

Ver una película debería ser cómodo, y no un arduo ejercicio criptográfico, en lo tocante a la comprensión primaria de lo que se dice. Si luego el espectador o los críticos se empeñan en interpretar “me pica una oreja” como un postulado neokantiano sobre la condición humana, eso es otra cosa.

Cualquiera que sea la mente diabólica que está detrás de eso, vaya, como diría el encargado de Aquí no hay quien viva: “un poquito de por favor…”.

 

 

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