Las políticas culturales del Paquete Semanal

Foto: Andy Ruiz.

Foto: Andy Ruiz.

Es curioso observar el rictus de asco con que mucha gente responde cuando oye hablar del Paquete Semanal. Me refiero a gente “del medio”, vinculada al cine, al audiovisual, a la cultura. Mientras menor edad tenga el interlocutor, más inusual es el desagrado, y viceversa. Y mientras más cerca se esté de cargos de dirección y administración cultural, más fea es la cara que te ponen.

Supongo que así mismo debió ser con el cine en la época gloriosa de la década de 1920. La gente de las “bellas artes”, la literatura, la pintura de caballete, solía rechazar el nuevo medio por espurio. Hasta que los zapadores de las vanguardias no revelaron la potencia subversiva del cinematógrafo, aquello siguió siendo entretenimiento bajo, vulgar, de gente sudada y sin cultura elevada.

En Cuba el discurso elitista lo penetra todo. Con él se viste la gente que se ha habituado a decir qué debes ver, qué leer, qué escuchar. Y ello deriva hacia una soberbia que niega aquello que se desconoce. Lo cual, como se sabe, merece como mejor calificativo: ignorancia.

Es fácil reconocer en esas respuestas de repudio el temor ante lo desconocido. La incertidumbre ante aquello que no se puede controlar. En las ediciones especiales del Noticiero Nacional de la Televisión de fines del año 2015 dedicaron un programa al tema del “consumo cultural”. Dos altos funcionarios culturales cubanos entrevistados allí (incluyendo un viceministro) usaron el término “control” siete veces, al referirse a los “nuevos canales de circulación de contenidos”. Hablaban de la necesidad de nuevos criterios y mecanismos para actuar desde la insitucionalidad cultural sobre esos “fenómenos inéditos”. Hablaban, en fin, del dichoso Paquete, sin mencionarlo por su nombre.

Pero, ¿es el Paquete Semanal una amenaza? Para la lógica censora, aquello que no cruza por su criba “elevada”debería serlo. Mas, ¿y si así no fuera?

Veamos. A raíz de las críticas públicas a la ausencia de contenidos nacionales en el Paquete, vertidas a raudales alrededor de 2014, la invisible inteligencia que configura ese compendio creó la carpeta Cinemateca Cubana. En ella los contenidos varían, pero en términos generales incluye programas televisivos pasados y recientes, películas nacionales, espectáculos humorísticos grabados en escenarios públicos, entre otras amenidades.

La diversidad de temas y públicos atendidos es estimable. Los capítulos de series policiales (UNO y Tras la huella) son habituales, así como la presencia de una telenovela e incluso de series para niños y jóvenes. Para estos últimos, se incluyen programas habituales de la televisión (Sopa de palabras, La sombrilla amarilla, Qué come qué dice) y animados (la saga de Elpidio Valdés, cortos de Fernanda, Pubertad). Los formatos variados incluyen La naturaleza secreta de Cuba, Confesiones de grandes. Hay una carpeta de documentales que acostumbra a colocar joyitas, que van desde la producción del Movimiento Nacional de Video, las tesis y pretesis de la Escuela Internacional de Cine y Televisión y la Facultad de Medios Audiovisuales del Instituto Superior de Arte, hasta rarezas como Estado del tiempo (Luis Felipe Bernaza), el único testimonio documental realizado por un cubano durante la Crisis de los balseros de 1994, o El viaje (Gustavo Pérez, 1995), precursor de la producción independiente de su tiempo.

Pero la cuestión que más llama mi atención del compendio de la Cinemateca Cubana es la atención que ha venido prestando a eso que en los estudios académicos sobre la televisión se denomina “nostalgia televisiva”. O sea, los repositorios de archivos televisuales con décadas de antigüedad que adquieren visibilidad y pasan a circular a través de las redes y los medios de intercambio digitales.

Por ejemplo, en Cinemateca Cubana aparecieron en el último año dos emisiones completas de Detrás de la fachada (titulados “Los desesperantes” y “Precaver es saber”), el popular programa humorístico de la década de 1980. También, un capítulo de una serie muy popular de los 70, Sector 40. Y una edición muy dropada de Tito, el taxista. También, el mítico concierto de Oscar de León en el Festival de la Canción de Varadero, completo y de calidad óptima. Y una edición de Cocina al minuto donde Nitza Villapol prepara boniatillo. Varios Sabadazo y una decena de ediciones de Toqui. Los archivos se remontan más atrás en el tiempo: recién apareció un programa de La Tremenda Corte, con Leopoldo Fernández.

Hace cosa de un año, una carpeta titulada Del Ayer reunía trozos de diverso carácter y calidad de programas televisivos cubanos de distintas épocas: La Cueva de los Misterios, Shiralad, Los Pequeños Fugitivos, así como un fragmento del añejo informativo Listo Estudio, más un compendio de las diversas existencias y temas musicales que ha tenido el personaje de La Calabacita.

Se sumaron además queridos programas extranjeros, bajados de la web: el canadiense El pequeño vagabundo (The Littlest Hobo), el brasileño El rancho del pájaro amarillo (con un capítulo de 1978 en versión original, titulado “O Minotauro”), una edición de George y Mildred y programas para niños como El Desafío de los Gobots y Violeta en el País de la Fantasía. No pierdo de vista que el autor de esta selección debe tener más o menos mi edad: me estrujó las añoranzas más de una vez.

Esta oleada de archivos se origina en una corriente inversa de intercambio. Pues si bien la nostalgia por ellos y los anclajes memoriales que les dan sentido residen en Cuba, su procedencia no es la isla. Forman parte de la memoria cultural de la emigración cubana. Viajaron en las maletas de la gente décadas antes de que existiera “la cajita”, la TV digital y las memorias flash que permiten esa práctica, común ahora en los hogares cubanos y conocida como PVR (Personal Video Recorder). Los programas cubanos cuyo formato de registro y archivo fueran los quinescopios, antes incluso del video analógico, aparecen hoy en sorprendente calidad de conservación.

En YouTube hay múltiples canales con tales contenidos. Destaca Nostalgia Cubana, que reúne archivos como fragmentos de San Nicolás del Peladero de 1969. Muy activo en esa intención es elmarakazo, que suma clips de actuaciones de Enrique Santiesteban, Enrique Arredondo, German Pinelli y Carlos Montezuma; así como www.cinedelhogar.com. Suma también archivos con temas musicales de grupos e intérpretes olvidados, como Las Diego, Juanito Marquez, Luisa Maria Guell (que canta “Yo no soy como ave mansa”).

El Pisicore343 lleva la delantera subiendo clips de videos musicales de artistas cubanos y extranjeros que gozaron de la preferencia en el país. Uno de sus post reúne “Variedad de orquestas cubanas actuando en diferentes programas y fechas de la televisión cubana”. Abundan archivos de los 60 y 70, con presentaciones en vivo de The Supremes, Los Brincos, Juan y Junior, Karina, Ojedita, Los Formula V, Los Pasos, Matt Monro, Charles Aznavour, fragmentos del concurso Adolfo Guzmán de 1984, las orquestas Chepín Chovén, Ritmo Oriental, Maravillas de Florida, Rumbavana, La Monumental, Yarey. Y, por supuesto, Farah María y Rebeca Martínez, nuestras sex symbols de siempre.

Esta colección de archivos dota de cuerpo y carácter a una cultura de masas que teje a su alrededor nociones de proximidad y comunidad, no importa dónde estén sus adherentes. La televisión es uno de los elementos más significativos en la producción de eso que se denomina “comunidad imaginada” y de una nación como hogar simbólico, a través del siglo XX y hasta hoy. Las audiencias sostienen esa idea no solamente porque cada colectivo nacional prefiere las producciones de su país, sino porque a través de ellos se activa ese principio de organización que es lo nacional.

Los cubanos tenemos maneras diversas de recordar, casi tantas como de olvidar. En Cinemateca Cubana, por ejemplo, se han acordado hace apenas semanas de José Antonio Rodríguez. En la muerte del actor, colocaron en su selección el unipersonal “Saco de fantasmas”, que él mismo dirigiera para la televisión cubana. No había que agregar que se trataba de un homenaje hermoso.

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