¿Qué ven los cubanos en sus televisores?

Este verano, un rumor extraño inunda los barrios cubanos. Brota a través de las fisuras de los tejados viejos, por las persianas de las casas humildes, se cuela incluso por las paredes tras las que se refugia la gente de un sol criminal. Las calles desiertas, los transportes públicos extrañamente poco concurridos… ¿dónde está el tumulto de siempre? Las vacaciones ocurren frente a las pantallas de la televisión, ante la cual se acomodan miles, llamados por ese rumor hecho de acentos múltiples del castellano.

En este pueblo de provincia, los barrios cimbran desde la mañana con ese coro de voces que suena a timbres mexicanos, argentinos, colombianos, más ese otro que la jerga televisiva denomina “español neutro”, que solo se habla en los estudios de doblaje de programas y películas.

Pero, ¿qué ven los cubanos a la hora de la siesta, después del trabajo, hasta altas horas de la madrugada, en jornadas de asueto y bajo la canícula de las vacaciones? Como no puedo ir preguntando puerta por puerta, me dirijo al sitio donde todo comienza: el puesto de venta de contenidos audiovisuales.

Recorro los barrios de este pueblo del interior y por cada cuadra hay como promedio dos distribuidores. Ocupan los sitios más insospechados: un garaje que abre a la acera, una sala a la que se accede por la puerta abierta de par en par, pero sobre todo en los portales. No me explico cómo los ordenadores de escritorio aguantan a todo tren desde las 8 am hasta caída la noche, con 34-35 grados Celsius a la sombra, sin tostarse, con la solitaria ayuda de un triste ventilador.

La gente se arrima a cada tanto, sobre todo los muchachos, husmeando en la pantalla, mayormente cuando no hay clientes y el responsable se prende a un videojuego. Sobre todo por las tardes, transeúntes que vuelven del trabajo sacan sus memorias flash y se detienen unos minutos. Pagan un peso cubano o dos por gigabyte de contenido –aunque eso varía según la ubicación geográfica– y prosiguen su camino fatigados. Llegan a la casa, se refrescan y organizan algo de comer para dejarse caer ante la pantalla.

“Depende de la edad”, me responde el vendedor cuando pregunto qué quiere ver la gente. “Vale, insisto, ¿pero prefieren películas, series o programas de televisión?” “Bueno, los muchachos piden mucho las series de comedia españolas, como La que se avecina, o aventuras, como Águila roja, que anda por la novena temporada. También siguen ahora una nueva, de acción: La embajada. Los adultos ya se van sobre todo por las series. Te piden mucho las novelas latinas…”

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Ahí me entero de que la oferta brasileña ha ido, lentamente, perdiendo fuelle. “Últimamente, han tenido mucho éxito series viejas; la gente ha vuelto a pedir mucho Doña Beija y El rey del ganado. Son series que pusieron en la televisión cubana hace años y algunos quieren recordarlas, o las descubren. Y entre las telenovelas recientes, piden mucho Hombre nuevo, Partes de mí, La vida sigue, Por siempre y Laberintos del corazón”.

“¿Y no estaban reinando las novelas mexicanas, las de Televisa?”

“Si, esas las piden: Yago y Señora Acero, son muy seguidas. Pero las favoritas aquí son las colombianas. Las de narcos”.

Hace pocos años, en Cuba corrían de boca en boca y de usb en usb títulos como La viuda negra, Escobar, El patrón del mal, La Reina del Sur o El cartel de los sapos. La mezcla de géneros como el policial, el espionaje, el romance, la acción, resultan un atractivo enorme. “Ahora están pidiendo mucho Bloque de búsqueda y El señor de los cielos”.

Esto no queda ahí. Hay un grupo de programas de la televisión colombiana que son muy seguidos. “Por ejemplo, Desafío superhumanos y A otro nivel”. La primera pertenece a la franquicia internacional de Survivor, un reality de sobrevivencia. La segunda es un concurso de talentos donde los candidatos tienen que abordar un ascensor que llega a la cima o no, según determinan los jueces que asisten a la actuación del aspirante.

En esta cuerda de televisión comercial, mis interrogados insisten en que los intereses se sostienen casi intactos. Ya la gente no pide apenas programas de espectáculo de variedades tipo Sábado gigante. En cambio, prefieren shows de concurso como Nuestra Belleza Latina, La Voz y La Voz Kids.

Además, la tele-realidad se impone en programas de la televisión latina, incluyendo los espacios de chismes sobre celebridades, producidos sobre todo por Univisión, Televisa y Telemundo. Entre otros, Decisiones, Caso cerrado, El Gordo y la Flaca, Paparazzi TV, Sal y pimienta o Veredicto final. “Hay uno nuevo, ¿Volverías con tu ex?, que es muy visto por la juventud”.

Mientras conversamos, una mujer pasa con su memoria usb: “Cópiame la actualización de Moisés y los diez mandamientos, que cuando regrese de buscar el pan la recojo”. Le sigue un señor maduro que pide el programa sobre pesquería de Discovery.

“Aquí hay para todos los gustos… Pero lo que está dando duro ahora son las series turcas”.

“¡¿?!”

“Sí, son como las telenovelas, y vienen dobladas al español. La gente anda loca con ellas. Hay de todo: de amor, de acción, históricas. Piden mucho El secreto de Feriha, Rosa negra, No te enamores, Medcezir… Pueden tener cien o trescientos capítulos”.

“Chico, ¿y no te piden series norteamericanas?”

“Sí, piden Wentworth y The Last Ship, por ejemplo”.

Hablando del rey de Roma: una chiquilla de 11 o 12 años entra por la puerta exigiendo sus capítulos de Los Jonah y de Wasabi Warriors. En todo este rato, nadie ha pedido ni una peli. Mi orgullo de crítico de cine mengua y se extingue.

Un hombrón con apariencia de haber acabado de sacarse la ropa de dura faena y tomado una ducha, comenta: “Esas series colombianas son el carajo. Mi mujer y yo antes de dormir nos ponemos a ver un capítulo, pero tienen tanto suspenso que decimos ‘vamos a ver cómo sigue’, y ponemos otro, y así nos coge a veces las 2 de la mañana. Es que te agarran… Y no están bien hechas nada: ves a un tipo al que mataron en un tiroteo que sale vivo en la siguiente escena, o a otro con sombrero primero y luego sin sombrero… Se nota el descuido, pero te agarran y no te sueltan. Del carajo”.

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