“Severo secreto”: la conjura de la memoria

Severo Sarduy en casa de Antonio Gálvez, Boulevard Voltaire, París, 1971. © Antonio Gálvez. Foto: Centro Virtual Cervantes.

Severo Sarduy en casa de Antonio Gálvez, Boulevard Voltaire, París, 1971. © Antonio Gálvez. Foto: Centro Virtual Cervantes.

La primera advertencia llegó a través de los poetas de la década de 1980. Muchos de los autores jóvenes reunidos en una antología tan generacional como Retrato de grupo decían reconocerse en escritores como José Lezama Lima o Virgilio Piñera. El neo-origenismo se convirtió en una corriente muy popular entre las nuevas voces. Y los claustros académicos se llenaron de cursos acerca del sistema poético lezamiano, el “curso délfico” y las estéticas de las revistas Ciclón y Orígenes, mientras que las revistas especializadas incluían ensayos acerca de un momento apenas comentado antes de nuestra historia literaria.

Estos autores parecían no tener padres, sino abuelos. Los escritores de la generación inmediata a la Revolución socialista les eran menos referenciales que aquellos que comenzaron a darse a conocer sobre los años 40. El conversacionalismo y el realismo socialista no eran de su interés. Porque lo extraño era que las correlaciones se establecían con autores apenas editados, poco mencionados, mucho menos estudiados en los planes docentes en boga. Y se hizo visible la cesura entre dos tiempos.

De entonces a acá, sobre todo en el medio de la investigación y la crítica literaria, se ha hecho mucho por recuperar voces olvidadas o desconocidas. Incluso, las de autores vivos residentes en Cuba que fueron invisibilizados por mucho tiempo. El trabajo de rescate realizado por Ambrosio Fornet y Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco, en Cuba, y por diversas voces desde fuera, engrosó el canon literario nacional.

Ello ha ido sucediendo en todas las artes nacionales. Ahora, en el cine. Que una película como Santa y Andrés se inspire mayormente en el poeta holguinero vivo Delfín Prats, indica que el canon letrado recurre a los intereses de recuperación de acontecimientos mal atendidos por nuestra mala memoria, o que simplemente sirven de pasto a la ignorancia. Solamente en 2016, los largos documentales Nadie (Miguel Coyula), que pone a hablar al escritor olvidado Rafael Alcides, y El tío Alberto (Marcel Beltrán), que a través del fotógrafo Chinolope se pregunta por el legado de Lezama en la Cuba actual, volvieron a exhumar fantasmas. Ahora le toca el turno a Severo secreto.

Severo secreto es una producción que tomó casi una década finalizar a Oneyda González y Gustavo Pérez. Su propósito central es ofrecer testimonio de la vida y obra de Severo Sarduy, uno de los grandes escritores cubanos del exilio. Les tomó viajar por los Estados Unidos y Europa, localizando fuentes, apelando a la solidaridad de mucha gente y a la colaboración de instituciones que les permitieron hacer una obra importante con un presupuesto ridículo para esta clase de producciones.

La de Severo es una historia extraña. No se fue de Cuba a Francia por razones políticas, sino a estudiar. Antes de 1959, había sido una figura poco importante, vinculada a la revista Ciclón y publicaciones como Lunes de Revolución. En Francia, no obstante, cercano al círculo de la revista Tel Quel, bajo el manto de aprecio que le tendió Roland Barthes, su trabajo como crítico y teórico de la cultura dio lugar a un puñado de obras que, con el éxito de la corriente pos-estructuralista y la entrada en la era posmoderna, lo convirtió en un autor de referencia.

Sarduy postula desde una ubicación metodológica muy original esa vertiente teórica híbrida y escurridiza que hoy se denomina neobarroco. Su nombre es de obligatoriedad en la academia internacional, sobre todo anglosajona y francoparlante. Pero lo llamativo de su posición es que se codea con las visiones más avanzadas de un pensamiento de síntesis de la experiencia americana y poscolonial, que sobre todo busca expresar lo cubano esencial teniendo como referente destacado, por cierto, a la obra de Lezama.

SEVERO SECRETO

Sarduy es casi un desconocido en Cuba. A diferencia de autores cubanos exiliados recuperados y ya publicados en su tierra de nacimiento, su obra no tiene ediciones locales. Y ello es paradójico, tratándose de alguien que no participó de los profundos debates políticos que dividieron las aguas entre quienes impugnaban y quienes apoyaban la experiencia socialista cubana. Sarduy, bien mirado, estuvo casi del todo ajeno a esas pugnas, aunque no se salvó de ser calificado de duras maneras por el sectarismo de una época de severas definiciones ideológicas.

Esa estampa compleja trata de ser abarcada por este documental. Oneyda y Gustavo (Todas iban a ser reinas) se enfrentan al tipo de no ficción que han emprendido antes: el documental testimonial, construido fundamentalmente a base de entrevistas. Si uno mete profundo el escalpelo a Severo secreto, alguna de las declaraciones insertadas pudo ser excluida, pero el acabado general es destacable.

Esto, porque el trabajo de montaje es su mérito mayúsculo. El material histórico, que incluye una seria documentación fotográfica, de archivos de audio e impresos, se somete a una síntesis soberbia. Asimismo, la multitud de voces reunida, desde François Wahl, filósofo francés que fuera su pareja e influencia determinante, hasta estudiosos de su obra, amigos y creadores que trabajan su legado, es reunida en una estructura coral que acaba por parecerse a un debate. Todo el primer acto del documental, referido a la parte más significativa de la vida creadora de Sarduy, produce una sensación de valoración múltiple, de aproximación afacetada y pocas veces imparcial a una figura difícil de encuadrar.

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La estructura obedece entonces a esa necesidad de dar cuenta de una imagen fragmentada y con cuantiosos enveses. Pocas veces se ha obtenido en la no ficción cubana de esta naturaleza tanto éxito en no producir una víctima, sino en esculpir la representación de una figura cuyas contradicciones y matices dieron lugar a una vida y a una obra tan compleja, difícil de explicar en una pieza.

Ello produce entonces un pensamiento de montaje donde varias capas interactúan, chocan, se entrecruzan y transmiten al espectador la fruición de asistir a una evocación que no nace de saberlo todo sobre el personaje atendido, sino que supone escribir el filme como acto de lento descubrimiento. Y en ello se hace nacer una lógica rica de argumentación y de evidencias que además refleja una época igual de productiva en aventuras intelectuales.

Otra parte de la búsqueda expresiva es en esa dirección proponer una construcción testimonial no sincrónica. Severo secreto comienza casi por el final, por la vida intelectual plena y adulta de Sarduy, viaja después a la semilla (cuando indaga en su infancia y adolescencia camagüeyana, y descubre sus raíces), luego indaga por su legado (al referir la experiencia de montaje escénico de De dónde son los cantantes, a cargo de Nelda Castillo) y concluye haciendo un balance general.

En el acto segundo (el episodio camagüeyano), el montaje cede a una función más ilustrativa, se disipa parte de su potencial dialógico, y con ello la tensión soberbia y la emoción de su capítulo inicial. Pero ello se recupera hacia el cierre. Por el camino, no obstante, se ofrecen nuevas evidencias en torno al doloroso alcance de las acciones anti-intelectuales sufridas por muchas figuras importantes del arte cubano, y a la homofobia conexa. Severo secreto no posee una intención confrontacional, ni responde a un ánimo acusatorio, pero solo desnudar la existencia real de tantos nombres ausentes de la historia literaria nacional, lo convierten en un disparador de duras interrogantes.

Que estas preguntas las estén haciendo los jóvenes es por cierto un dato del mayor interés. Porque supone que no habrá olvido. Uno de los méritos de Severo secreto es dejar bosquejado el panorama de esa rama de la cultura cubana del exilio que nunca se desligó de su tronco madre. Por mucho que se haya hecho para hacérnosla dejar entre renglones.

La evocación onírica de Anton Arrufat al final de este largometraje documental luce cual epifanía poética dolorosa. Allí el escritor cubano cuenta haber soñado que se reunía en La Habana con Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas y Severo Sarduy. Juntos, se sentaban a conversar. Arrufat confiesa, quejumbroso, que ello ya no va a ser posible. Sin embargo, documentales como este anuncia que esos seres van a volver. Lo están haciendo ahora mismo.

 

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