Mi camino a San Lázaro

Foto: Otmaro Rodríguez.

Foto: Otmaro Rodríguez.

De niña casi nunca me llevaban los 17 de diciembre porque había tantas personas que se dificultaba mucho llegar a verlo. No es que días antes o después vayas sola. Los 13, los 15 o los 16 vas con cientos, sobre todo cuando empiezas a salir del centro de Santiago de las Vegas y sigues, derecho, hasta llegar al Santuario de San Lázaro.
Recuerdo que un año hice un buen tramo caminando. Mi abuela tenía esa promesa. Ir era acompañarla. Tengo en mi memoria algunas imágenes bien nítidas de aquellas visitas. Al crecer, sin mi abuela y sin más conexión con aquel lugar/tiempo/ritual, dejé de ir.
La vida, a veces difícil, me llevó al Santuario de San Lázaro muchos años después. Ahora por mí misma: con mis ojos, mis filtros, mis búsquedas.

Foto: Claudio Peláez Sordo

El almendrón hasta 100 y Boyeros. Bajas la escalerita. Atraviesas la feria de artesanos debajo del puente. Cruzas –con cuidado– Boyeros (ahora ya puedes ir por el paso peatonal subterráneo) y coges una guagua, u otro almendrón, hasta Santiago. Te quedas en la última parada de los taxis. Caminas 100 metros y siempre te espera el carretón de caballos o la moto-taxi; ambos de 5 pesos. Voy en lo primero que salga, pero prefiero el carretón.
Con los caballos te demoras más en llegar. Y ese tramo de Santiago al Santuario, quiero que sea lo más largo posible.
Pocas veces en la vida me he sentido más acompañada que en esos diez minutos que se hacen de un lugar a otro. Unos por San Lázaro, otros por Babalú Ayé, nos acompañamos, casi siempre en silencio, rumiando, a la vez, las propias promesas y las de las otras personas que habitamos por un rato el carretón. Ahí puedes ir con niños recién nacidos, octogenarios que con esfuerzo se sientan en aquellos bancos inestables, mujeres y hombres en su flor de vida, familias, parejas, madres, hijas, gente sola, aunque no tan sola.

Foto: Otmaro Rodríguez.

Vamos todos con nuestros vivos, nuestros muertos, y con aquellos que, por diez minutos, son también nuestros íntimos. Llevamos alguna prenda violeta, su color; y/o amarilla, por la Virgen de la Caridad del Cobre, Oshún, que también tiene lugar en el Santuario.
El camino está lleno de girasoles, a veces mustios, y de flores violetas ordinarias que parecen listas para un funeral demorado, y que las han maquillado con brillos. A veces pienso que esas flores somos un poco nosotros, la familia del carretón. Todos vamos con algún dolor presente o con la huella de algún dolor pasado. Nos maquillamos de fuerza para el tramo, porque le debemos a él –San Lázaro, Babalú Ayé– o a ella –Oshún, Virgen de la Caridad del Cobre.
Cuando llegas al Santuario todo proceso introspectivo termina abrupta e irremediablemente. De pronto, puedes sentirte cargada en peso por quienes venden más flores, velas, rosarios, pulsos con diente de niño, estampillas, de todo. Si logras salir con vida de la madeja humana y sin parecer un perchero de exhibición de collares que no sabes de dónde salieron, aun te queda atravesar un largo parqueo de carros, motos, y mesas de más vendutas. La familia del carretón se disuelve.

Foto: Otmaro Rodríguez.

Por fin, San Lázaro y la Virgen de la Caridad del Cobre. Mis muertos, mis amores, yo, mi familia del carretón, de vuelta.
Lo que pasa dentro del Santuario es la Cuba de mis sueños. Allí está la Casa Cuba. (Estuve a punto de decir la verdadera Casa Cuba, pero me contuve). Codo con codo, pidiendo respetuosamente permiso para poner un granito de arena –una flor, una vela del color que hayamos conseguido– en el altar que tiene sitio para quien llegue. Ahí, verdaderamente, cabemos todos, todas.
Cada vez me llama la atención que una parte considerable de quienes están en el Rincón son mujeres. También hay hombres, muchos, pero ellas son más. También somos mayoría en el carretón. Siempre me pregunto qué las lleva, y por qué y por quiénes estarán pidiendo. Seguro sus búsquedas se parecen a las mías.

Agua bendita para los creyentes. Santuario Nacional de San Lázaro. Foto: Otmaro Rodríguez.

No hay que irse rápido. Siempre puedes sentarte en el patio, al lado de la fuente de agua bendita, y tomar un respiro. Después de vomitar tu dolor, o convertirlo en queloide, hay que recuperarse. Después de haber imaginado una nueva esperanza, hay que creérsela.
El camino de regreso siempre es menos intenso. Se está más liviana de pena. Todos los estamos. La familia del carretón ya no existe. La Casa Cuba tampoco.
Hoy, 17 de diciembre, cubanos y cubanas seguirán esos pasos de ida y vuelta de Santiago al Santuario de San Lázaro. Lo harán con sus pies, con su memoria, con sus rezos, sus ofrendas.

Foto: Otmaro Rodríguez.

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