¿Habrá buenas noticias?

La ausencia de buenas noticias es terreno fértil para que se expandan, calen y se impongan proyectos de cualquier signo.

Foto: Kaloian.

Delante del televisor, al escuchar la presentación de los nuevos precios del transporte y la gasolina, tuve ganas de decir: “¡Asere, dame una buena noticia!”. Deseo que, por cierto, aparece con bastante recurrencia en los últimos tiempos.

La política, entendida como el arte de gobernar, atañe a la gestión de recursos e intereses diversos. Esto implica, entre muchas otras cosas, administrar las buenas y las malas noticias.

Se debería entender que la insatisfacción de la gente es una variable de peso para tomar decisiones o corregirlas. Además, no es desatinado tomar nota de que tantas noticias difíciles pueden estar generadas por la acumulación de decisiones insuficientes, en algunos casos, y erróneas en otros.

Todo indica, hace algún tiempo, que en Cuba hay carencia de información halagüeña. Los recientes anuncios sobre el aumento de los precios de productos y servicios es un ejemplo más.

En una calle de Centro Habana, varias personas comprando alimentos a un carretillero. Foto: Kaloian.
En una calle de Centro Habana, varias personas comprando alimentos a un carretillero. Foto: Kaloian.

La gente necesita, hace rato, un respiro, un resquicio de esperanza, ver una luz al final del túnel, saberse parte de un proceso que implica el destino del país que se concreta en la vida cotidiana, y no sentirse meros espectadores, con más angustias que ilusiones.

La inmensa mayoría de la gente cubana necesita creer, necesita sentir que algo es verdad y que algo salió bien, necesita creer que hay un rumbo más o menos claro más allá de la tempestad, necesita sentir que su inconformidad tiene alguna respuesta en medidas concretas.

El dato verificable es que entramos mal a 2023 y peor a 2024. Mal en las variables macroeconómicas, en el acceso a alimentos, en la acumulación de basura, en la cuantía y calidad de la canasta básica, en el reverso individualista del proyecto país, en los precios de exclusión, en la esquizofrenia del discurso oficial, en el acceso al combustible, en la grosera diferencia entre la minoría que se beneficia y la mayoría que se jode, en la gente que se va, en la gente que se muere, en los nacimientos escasos.

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¿Qué hacer? ¿Por dónde está la salida? Juro que no lo sé. Pero entiendo que la política tiene entre sus recursos la comunicación, que no es lo mismo que la información; el diálogo, que no es lo mismo que escuchar; la pluralidad, que no es igual a que varias personas digan lo mismo; los principios básicos, que no se reducen a enfoques técnicos.

Me aventuro a sugerir algunas pautas para mover un poco las maneras de entender y hacer la política en este escenario de crisis estructural en el que pululan las malas noticias, que lo son, sobre todo, porque tensionan la vida cotidiana de mucha gente (no de toda la gente).

Por ejemplo, tener la honestidad de asumir que no han encontrado la salida, mirar al pueblo de frente para reconocer que se han cometido errores, nombrarlos y remover de su cargo a los responsables, sin eufemismos.

Sería bueno contarle a la gente por qué no está más este ministro o aquella ministra, y por qué siguen en sus cargos quienes han dado muestras de incapacidad para cumplir con eficiencia su rol, o quienes a vox populi no son del agrado de la gente. Asumir públicamente la responsabilidad en la mala gestión, claro y directo, sin medias tintas; en lugar de dar la impresión de regañar al pueblo porque no ahorra, porque no entiende, porque no sabe, porque no cuida, porque no cumple.

Sería sano que la única salida a las recurrentes malas noticias, y en ocasiones desafortunados enfoques, no fueran memes y comentarios en las redes sociales. ¿Cómo canalizar las inconformidades, las dudas y las propuestas que circulan en el espacio privado hacia el espacio público?

Abrir un debate de ideas diversas, de contrapunteos sobre las salidas posibles, podría ser una variante. Amplificar voces distintas, enfoques variados, preguntas y datos incómodos, comprensiones poco atendidas, ayudaría, quizá, a que las malas noticias no lo fueran tanto.

Foto: Kaloian.

Por ejemplo, aprovechar el espacio televisivo de la Mesa Redonda para que los funcionarios públicos expongan (como hasta ahora) sus consideraciones y propuestas, al tiempo que sus opiniones, datos y enfoques puedan ser contrastados, también en público, con rigor, respeto, análisis certeros y compromiso con un proyecto país.

Es urgente que las afirmaciones básicas del discurso oficial traduzcan la realidad latente, sus contradicciones, sus perspectivas más amplias. No es renunciar a la historia, sino enriquecer la narrativa de los hechos. No es quebrar o negar principios constitutivos, sino validarlos en las decisiones políticas vigentes.

La política es cualquier cosa menos un cheque en blanco al portador. Esta se realiza en las soluciones, en la salida, en la contrastación con los hechos. La política se entiende más en sus resultados que en la declaración de sus intenciones.

Foto: Kaloian.

La casi ausencia de buenas noticias, lo que significa incumplimiento de planes, compromisos y propuesta de solución, es terreno fértil para que se expandan, calen y se impongan proyectos de cualquier signo.

¿Habría condiciones, por ejemplo, para que un Bolsonaro, un Milei, o un Trump en clave cubana ganaran suficientes adeptos en la isla? Ojalá la pregunta sea más algarabía que un hecho potencial, pero invito a no desatender la expresión recurrente de “no importa quién lo haga, el asunto es salir de esto”.

Lo cierto es que la gente cubana necesita buenas noticias. Quiere decir ver solución concreta en transporte, alimentación, ocio, salud (pública), educación (pública), consumo en general de bienes y servicios; justicia, transparencia. Y, de paso, la participación en la definición y control de soluciones que atañen a su vida de todos los días.

Asúmase la política, al menos en este escenario, como el arte de dar buenas noticias. Dependerá de decisiones cada vez más cercanas a una estrategia de desarrollo estable e integral y, sobre todo, más colegiadas, con diálogo, comunicación y principios claros.

¿Habrá buenas noticias? Dependerá de las decisiones políticas que se tomen.

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