¿Cuánto podremos resistir?

Aquí sabemos ser pobres. La pobreza la hemos soportado porque nos hemos creído ricos en cosas más importantes. También nos hemos amargado por no poder disfrutar de la vida y millones se han ido a ver si la pobreza los abandona en otros parajes, donde muchos terminan siendo pobres olvidadizos.

Foto: Julio César Guanche

La pandemia del 2020 no termina. Desde marzo estamos encerrados en Cuba. Una isla ya es una trampa de agua y sol sin que una pandemia tenga que venir a imponer la práctica del distanciamiento físico como barrera ante el contagio que parece tan rápido y uniforme como si se tratara de una cadena de fichas de dominó cayendo en fila sobre la próxima de la formación.

Ya el mundo estaba en un hoyo antes de la COVID-19. Ahora, de pronto, está justificado que no nos saludemos con abrazos, que no nos besemos en la calle, que no nos veamos las caras y las sonrisas, escondidos detrás de máscaras, esas que antes usaban algunos turistas asiáticos previsores.

Cuba está encerrada. La Habana está encerrada dentro de Cuba. Sin transporte, sin visitas, sin paseos, sin aficionados en los estadios de béisbol, la pandemia no se detiene en esta isla sin primavera, ni otoño ni invierno.

Cuba está bloqueada. La Habana está bloqueada dentro de Cuba. Los alimentos son añorados. La cerveza, el café, las golosinas de chocolate, todo lo que antes estaba siempre a la espera de ser comprado, ahora simplemente no existe.

Foto: Julio César Guanche

Hace un año algunos pensábamos que no podía haber nada peor que esas tiendas sucias, medio vacías, por las que podíamos pasear horas sin saber qué escoger porque todo lo que había en ellas era inútil. Ahora esa realidad ha sido superada por tiendas con cientos de personas en colas interminables, a las que es muy difícil entrar solo a mirar.

La pandemia y el bloqueo lo han bloqueado todo en Cuba. Han impedido que la leche condensada se condense, que los helados carísimos se congelen, que los bombones tienten, que las galletas crujan, que los refrescos refresquen las gargantas empolvadas del camino.

Ya no había de dónde sacar fuerzas antes de la pandemia, y la hemos encontrado sin remedio, con los hijos e hijas en las casas, cada vez más tristes y cada vez menos ágiles para aplaudir a las nueve de la noche.

Hemos tenido que trabajar por WhatsApp. Hemos sobrevivido por las recargas que nos hacen desde afuera de Cuba los familiares, amigos y colegas, que saben que los datos móviles son lo único que se mueve en este archipiélago.

Ya el encierro se siente y se percibe en los ojos de las personas. La velocidad del paso de la gente ha disminuido. No hay apuro, a donde vayas habrá una cola. Antes, más bien siempre, el transporte estaba malo en la Habana, en Cuba. Pero ahora en esta ciudad maravilla no hay guaguas, no hay taxis, no hay cómo ir a ver a los hijos y madres, si no es caminando bajo casi 40 grados Celsius.

Foto: Julio César Guanche

La pandemia obliga. Los ómnibus llenos serían el lugar perfecto para que el contagio se dispare, pero la resistencia en casa tiene límites y no se habla casi nada de esos límites. No hablo solo de límites económicos. Ya sabemos que en el socialismo no pondremos al mercado por delante de la salud de la ciudadanía, pero hasta cuándo podremos resistir sanos, optimistas, con energía, con ganas de volver a empezar.

Esta pandemia ha sido una prueba amarga y desalentadora. El Período Especial fue producido como un gran espectáculo. Tuvo sus productos líderes. Bicicletas, camellos, perros sin tripa, cerelac, pasta de oca, masa cárnica, polivit, neuritis periférica, picadillo de cáscara de plátanos, coquitos de zanahoria. Este aislamiento ha llegado sin sucedáneos. Ya no hay ni chocolatín, para que los infantes que están en casa sin escuela o los que viven en provincias abiertas, puedan darle algún sabor a la leche en polvo que reciben hasta los siete años de edad.

El cacao de Baracoa partió con la última tormenta tropical. No hay turistas para usar como justificación de su consumo. No hay barco de cacao cubano que pueda ser bloqueado por Estados Unidos en su travesía de Cuba hacia Cuba. Hay cosas que simplemente dejamos de producir, nadie sabe por qué, nadie explica por qué.

La pandemia se ha pasado aquí con disciplina y penitencia, como en muy pocos países del mundo. Nos han tratado de díscolos en noticieros y discursos, pero en realidad los cubanos y cubanas somos cumplidores, como pocos pueblos, de las medidas de cualquier tipo que imagine su gobierno.

Hay países donde se ha discutido el derecho que tiene el gobierno de obligar a los ciudadanos a usar mascarillas, se ha exigido horarios para pasear a las mascotas y a los niños y niñas, se ha pedido que se pongan términos exactos para los cierres y cuarentenas.

Aquí, en la ardiente y rumbera isla del Caribe, grande como ninguna en este pedazo de mar tibio, nadie se pone levantisco ni pide de más, ni marcha, ni rompe vidrieras, ni hace huelgas, y así y todo, la administración decide que nos debe sancionar si nos salimos del plato, con multas de hasta 3000 pesos, que muy pocos pueden pagar.

Foto: Julio César Guanche

El bloqueo nos sigue golpeando. El champú hecho en Cuba ha sido bloqueado en alguna parte del país y no puede llegar a las tiendas, como mismo le ha pasado al papel higiénico. Si alguien no lo ha pensado, les ilustro que la falta de papel higiénico extingue la dignidad humana tan rápido como un bombardeo. Hay que tratar de romper ese bloqueo, porque aquí estamos nosotros, el pueblo que resiste.

El mundo no es ejemplar. Mientras en Cuba, sin un centavo, tenemos poco más de 100 fallecidos por la pandemia, en países poderosos cientos de miles han perdido la vida porque los gobiernos y los servicios de salud no son más rápidos ni más inteligentes que este virus con forma de mina anti barcos.

Aquí sabemos ser pobres. La pobreza la hemos soportado porque nos hemos creído ricos en cosas más importantes. También nos hemos amargado por no poder disfrutar de la vida y millones se han ido a ver si la pobreza los abandona en otros parajes, donde muchos terminan siendo pobres olvidadizos.

Pero la pobreza la hemos aceptado porque era más importante ser libres y esa libertad nos llevaría después a ser ricos y esa riqueza no iba a ser para nosotros una forma de vida frívola para que algunos tuvieran y otros no, sino una vida con lo necesario, con lo más digno y útil, con bienestar, con democracia, con libertad, con solidaridad. No se trataba de ser pobres y menos indignos para siempre.

Cuba está bloqueada. Todos los planes se hacen más difíciles de lograr bajo estas circunstancias. El pueblo ha resistido y necesita saber cuánto durará este encierro, alguna palabra de aliento, algún dirigente que nos diga que es fácil gobernar a un pueblo tan comprensivo y colaborador.

Todo lo que se pueda hacer para que nuestra espera sea más humana y feliz, debe ser una urgencia de nuestra administración y una obsesión de nuestros políticos.

 

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