Dempsey

Julio Dempsey Fernández Bulté.

Julio Dempsey Fernández Bulté.

El 14 de septiembre de 1923 en Polo Grounds, New York, Jack Dempsey venció a Luis Ángel Firpo, llamado el Toro Salvaje de las Pampas, en una de las peleas de boxeo más narradas de la historia del pugilismo.

El 14 de septiembre de 1937, nació en La Habana el primer hijo del soldado matancero Julio Fernández Pérez y de la joven de Banes María Bulté Betancourt.

La coincidencia con el día de la gran pelea hizo que el niño se llamara Julio Dempsey Fernández Bulté, rara combinación de nombres para un antillano.

El Dempsey cubano también resultó un luchador, pero sin guantes de 8 onzas. Fue Escolapio, vivió en La Habana Vieja, en Los Pinos, aprendió el arte del juego de billar en bares y bodegas, tuvo un caballo por el privilegio de que su padre formaba parte de la caballería de la Cabaña, conoció de pequeño a asesinos y gánsteres en la cárcel del Castillo del Príncipe, donde papá Julio fue jefe de Orden Interior.

En la casa del Dempsey cubano había un rincón martiano, una flor blanca puesta y repuesta en un diminuto búcaro. De esta presencia aprendió el amor a Cuba, a su historia, a la gente humilde, a los pobres de la tierra. Por eso nunca supo la diferencia entre un ser humano negro y otro blanco.

De jovencito leyó a José Ingenieros, Malaparte, Fanon, de viejo prefería a Edmundo de Amicis, Neruda, Galeano, en todas las edades a Martí.

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Julio Dempsey en los 60.

Julio Dempsey fue un clandestino en Los Pinos y Poey, fue un hombre de Pao y de Fontán. El que lo conoció sabe que sus mayores orgullos eran haber sido un teniente de la lucha clandestina y sus hijos. Tuvo la singular doble militancia en el Movimiento 26 de Julio y en la Juventud Socialista. En pocas palabras, fue un comunista distinto. Más de la contienda que de la disciplina partidista. Después de la revolución la militancia en el PCC se la otorgaron muy tarde, apenas en 1987.

Con los años Dempsey pasó de ser Julito a llamarse Bulté. Su nombre de guerra fue Rojas, pero este lo conocen muy pocos hasta hoy. Estudió Derecho en la Universidad de La Habana y tuvo que terminar la carrera en 1963.

Bulté, Dempsey, Julito, trabajó un año con el Che en el Banco Nacional. La educación a sus hijos fue guevariana o así lo sentí yo. Entre los dolores que llevaba en su alma estaba el de no haber sido convocado para ir a Bolivia a morir junto al guerrillero de América. También cargaba la cruz de haberse quedado solo en Cuba cuando sus padres decidieron irse a los Estados Unidos y cuando su hermanita fue alejada de él por la operación Peter Pan.

Julito, Dempsey, era llamado ‟Guasito” por algunos, ‟platanito con bisté” por otros que aprovechaban la rima de su nombre y apellidos, ‟maestro” por amigos, ‟el profe” por vecinos y alumnos, porque Bulté dedicó su vida a la Universidad, después de haber sido un gran sindicalista bancario y conocer al que según él era el hombre más inteligente que había encontrado en su vida: Lázaro Peña.

Bulté tuvo seis hijos, nacieron en 1960, 1963, 1966, 1973, 1975 y 1978, pero esta historia está incompleta sin Jesús, el mulatico que Dempsey adoptó sin papeles después de una zafra azucarera a fines de la década de los 60. Jesús siempre ha sido nuestro hermano, de los hermanos nacidos antes de que él apareciera en sus vidas y de los posteriores.

El profe Bulté era célebre en su Facultad de Derecho por sus cuentos, sus clases inflamadas de una oratoria perdida en la primera mitad del siglo XX, por su oficina abierta, su automóvil sucio, su valentía política, sus libros enormes llamados ‟Ladrillos” y su defensa a ultranza a los estudiantes.

Bulté, Dempsey, Julito, se casó cuatro veces, enamoró a generaciones de alumnas y alumnos con su estampa de actor de cine, practicó baloncesto en su juventud, amó el deporte, fue industrialista sin excesos, prefería a Cabo Verde antes que a todos los demás países donde estuvo, decía chistes por horas, alegraba las noches de los vecinos de Santos Suárez con sus historias, mitad ciertas, mitad no. Narraba por episodios a sus hijos pequeños Los Miserables de Víctor Hugo, era un campeón del juego de yaquis y los palitos chinos, modelaba con plastilina unas perfectas cabezas de caballo. Sus amigos eran chapistas, mecánicos, campesinos, profesores, enfermeras, modistas y pintores, todos sin diferencias.

Fumó cigarrillos por cuatro décadas, se hizo célebre por ir a la televisión a los programas Escriba y Lea, y a la Mesa Redonda para explicar la legalidad del regreso del niño Elián. La gente de la calle lo quería, los presos de nuestras cárceles le escribían cartas esperanzadas en que él sí que los podría ayudar, y el profe se angustiaba porque no podía hacer nada.

Trabajó sin pulmones, creó muchos libros de texto, con una máquina de escribir que sonaba bajo sus dedos como martillazos de desesperación.

Cuando murió tenía una computadora prestada y como despacho un closet guardarropa.

Todavía sus alumnos lo recuerdan con cariño y yo no puedo olvidar que lo vi más de una vez, en los tiempos cercanos a su muerte, en el trance amoroso de hacer la tarea con alguna pionera o pionero del barrio que le pedía ayuda al llegar del colegio.

Yo lo recuerdo llorando cuando le dijeron que su hija Odette había sobrevivido a un parto complicado, y con las mismas lágrimas porque su nieta Virginia regresaba de un ingreso hospitalario. El mismo hombre dulce y tronante que me quitaba el asma con relatos del Che más asmático que yo y en ambientes peores y que me enseñó a tirar con la PPCH en los concentrados militares de la universidad, cuando yo estaba en segundo grado.

Hace ocho años que murió Dempsey. Lo último que me dijo fue que no sabía si vería a sus nietos llegar a secundaria y estaba molesto porque en el círculo infantil de una de ellas habían echado flores a Camilo en una palangana con agua, para evitar el camino al mar.

Tal vez su vida es una como otra cualquiera. Por eso pido perdón por hablarles de Julio Dempsey Fernández Bulté, que cantaba boleros en las noches de apagón, tenía pecas en los hombros y era mi padre. El destino es extraño. En la noche aquella del 14 de septiembre de 1923, mientras Firpo y Dempsey se batían, un avión dejaba ver un anuncio de una crema milagrosa para las pecas.

 

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