Eusebio

Rescató del fondo de la República la olvidada práctica de la oratoria y la posó en nuestras casas para recordarnos que se puede ser decente, valiente, culto y trabajador, también con la palabra.

Eusebio Leal. Foto: Alejandro Ernesto/EFE.

Hace más de treinta años mi padre me presentó a Eusebio Leal en la Plaza de la Catedral, donde acababa de terminar un concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional. Le dijo que yo quería ser como él, aunque en realidad yo también quería ser como Luis Giraldo Casanova e Indiana Jones. Para mí Eusebio Leal era lo más parecido a Indiana Jones que había visto en mi vida. Un hombre de letras que escondía un apasionado hombre de acción.

Cuba ganó con Eusebio un restaurador de monumentos, ideas, principios y belleza. Un hombre fino –porque la finura no tiene nada que ver con la clase social, he visto a tantos campesinos finos y a gente pobre y sin nada como Martí, fino hasta la muerte.

Eusebio rescató del fondo de la República la olvidada práctica de la oratoria y la posó en nuestras casas para recordarnos que se puede ser decente, valiente, culto y trabajador, también con la palabra.

Pero con Eusebio se perdió un político para algo más que para La Habana. Por él extrañaremos la dulzura necesaria en el buró del funcionario que tanta falta nos hace para presidir reuniones eternas donde solo se oyen lugares comunes.

Eusebio Leal es una especie de caballero andante sin corcel que nos salva de las bellaquerías de la vida cotidiana con la bravura que significa dejar hermosura hasta para gente que no la percibe o que cree que no la percibe, pero que en realidad disfruta de la vida mejorada.

Ha pasado la época de los personajes. Ahora los que no están en Facebook no existen y los que no se ultrajan en las redes sociales no participan. Eusebio Leal es un personaje de La Habana. Es un cubano histórico, como aquellos que dieron nombre a los callejones primeros de la ciudad fundada en el puerto de Carenas. No quedan muchos hombres como él para enseñar a nuestros hijos.

Esperemos, pongamos nuestra vela más grande para que el porvenir de La Habana se parezca a la impronta de Eusebio Leal, para que su obra no se convierta en un mercado de baratijas para turistas, ni en un paseo de tiendas con precios humillantes.

Confiemos que La Habana de Eusebio perdurará y que los comedores para ancianos pobres no cerrarán jamás, ni los parques infantiles en pesos cubanos, ni los cafés baratos para cubanos simples, que venden, gracias a Eusebio, café sin chícharo, porque nosotros también lo merecemos.

Eusebio Leal no solo restauró una ciudad vieja, no solo levantó edificios olvidados. Él nos ha dejado sin opciones, como hacen los hombres ilustres, porque nos ha obligado a ser leales a su trabajo, fieles a su sacrificio, respetuosos con la obra que ha dejado para la gente del futuro.

Nosotros, los humildes que no imponemos condecoraciones también lo honramos, damos vuelta a la ceiba del Templete también por él y por él pedimos en nuestras plegarias y arrebatos. Por la patria, por su belleza y por su grandeza.

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