Idus de Baraguá

De izquierda a derecha, Comandante Antonio Collaso, Brigadier Flor Crombet, Mayor General Antonio Maceo, Brigadier Agustín Cebreco, Coronel Salvador Rosado, Brigadier Morúa, Comandante Borja, Coronel Aurelio Castillo, Comandante Manuel Peña y Comandante Castillo. Foto: Biblioteca Nacional de España.

De izquierda a derecha, Comandante Antonio Collaso, Brigadier Flor Crombet, Mayor General Antonio Maceo, Brigadier Agustín Cebreco, Coronel Salvador Rosado, Brigadier Morúa, Comandante Borja, Coronel Aurelio Castillo, Comandante Manuel Peña y Comandante Castillo. Foto: Biblioteca Nacional de España.

En los idus de marzo del año 44 antes de nuestra era fue asesinado en Roma un hombre del partido popular. Julio César había ascendido de manera resplandeciente por el cursus honorum de la República y su celebridad creció mucho por sus victorias militares. Una conspiración de algunos importantes senadores determinó que debían acabar con la vida de Julio, peligroso para la República aristocrática.

Habían quedado atrás los días de otras matanzas a fomentadores de ideas democráticas en Roma. No hubo intento de reforma agraria ni de mejoría de la vida del pueblo que no terminara con la persecución y muerte de sus defensores durante la República. Los hermanos Graco no pudieron sobrevivir a sus aventuras democráticas ni usando hasta sus últimas consecuencias el derecho de veto que gozaban como Tribunos de la Plebe.

Los que perpetraron la muerte violenta de Julio César usaron una justificación fundamental para la vida política de la República: el mayor crimen que se podía cometer en Roma después del derrocamiento de los reyes etruscos era el comportamiento monárquico o la apología del reinado.

Julio César había aceptado ser coronado de forma simbólica, como otros triunfadores en los juegos o en la guerra, pero algunos hablaban de su carácter divino y su liderazgo en el senado era cada vez más peligroso.

La muerte de César el 15 de marzo del 44 A.N.E es considerada el principio del fin de la República para muchos historiadores, pero sus asesinos no querían en realidad salvar la República popular sino su lado no democrático.

En los idus de marzo de 1878, en el oriente cubano, en Mangos de Baraguá, una selecta tropa de jefes y soldados del Ejército Libertador protestó frente al Pacificador español Arsenio Martínez Campos porque entendían que el Pacto del Zanjón, que se proponía a los mambises cubanos, dejaba una paz sin independencia y sin abolición de la esclavitud.

Antonio Maceo encabezaba la protesta diez años después de comenzada la Guerra Grande. Unos días después se adoptó, en medio de la abrumadora realidad que parecía exclamar que la contienda no tenía sentido, una Constitución con solo seis artículos, que mandaba a conformar un Gobierno Provisional, a elegir a un Presidente y a un General en Jefe. De esta nueva organización militar y política resultó que Antonio Maceo fuera proclamado como Jefe de Oriente.

Uno de los artículos de la mínima pero grandiosa Constitución de Baraguá declaraba que estaban vigentes las leyes de la República que pudieran ser cumplidas. La República de Guáimaro continuaba. Para llevar adelante la guerra aun contra la lógica y los fusiles caídos de los ibéricos no hacía falta Cámara de Representantes pero sí hacía falta la Ley y una Constitución.

En los idus de marzo de Baraguá terminó también una República, pero para renacer al menos como símbolo. Las leyes aprobadas por el Derecho mambí, bajo la Constitución de Guáimaro, son un ejemplo del apego a la legalidad de la República de Cuba en Armas. Aquellos representantes, como lo harán también los de Jimaguayú, aprobaron leyes de matrimonio civil, de organización administrativa de los territorios, de instrucción pública, de organización judicial, de cargas públicas y de organización militar, en muchos casos en uso de una técnica jurídica y unos fundamentos de ciencia más avanzados que los de Europa.

La tensión entre el Estado de Derecho y la libertad de acción militar debió haberse resuelto en un equilibrio sano para la República, pero las tesis contradictorias en aquella constituyente de 1869 volvieron fortalecidas y convertidas en dogmas en los años posteriores.

Los órganos legislativos no fueron más un obstáculo para las misiones de la guerra, pero Martí tuvo que lidiar con la idea de que la República se dirigiera como un cuartel. La controversia entre Ley y República por un lado y Libertad e Independencia por el otro, no debía haberse dado nunca. José Martí lo comprendía y lo expresó en el Manifiesto de Montecristi y lo defendió en la Mejorana.

La República de Cuba vive todavía aquellas encrucijadas. Todavía pululan los que temen a la ley y los límites honrosos del Derecho. También están los que no quieren independencia ni les importa ser esclavos del más poderoso. La República de Guáimaro terminó y renació en el mismo acto, en Baraguá, en los idus de marzo de 1878. En los idus de marzo de 2017 esperamos, con paciencia de monjes, a saber de la próxima constitución cubana.

Ojalá que los machetes de los mambises no se oxiden sin remedio antes de la lucha venidera. Ojalá que en todo caso resplandezcan, por el filo de la Libertad y la luz de la Ley.

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