La lista de viaje

La Habana, Cuba. Foto: Desmond Boylan / AP.

La Habana, Cuba. Foto: Desmond Boylan / AP.

Cuando un cubano o cubana logra viajar al extranjero lleva una lista de encargos que es más importante, en todos los casos, que la misión de trabajo que lo ha montado en el ansiado avión. Esta lista lo obsesionará hasta que escriba, al lado de cada cosa pedida, las letras OK.

Nadie escapa de la lista de viaje. No importa si usted es un científico que va a un importante evento de una universidad de renombre o si usted ha ido a un curso por el que su empresa ha pagado cientos de dólares. También lleva una lista de viaje el deportista olímpico y cada uno de los músicos de una orquesta de gira por el extranjero.

Los cubanos viajeros no siempre deciden qué comprar cuando visitan una tienda glamorosa o descubren un luminoso supermercado, porque casi todo lo que llevarán a Cuba estaba previsto en una lista estricta y cerrada que ha tomado en cuenta los precios desquiciados de los productos en la Isla, la rareza de algunos artículos que jamás hemos visto y la posibilidad de revender en el Caribe lo que se puede comprar menos caro en casi todas partes.

Las listas de viaje se parecen unas a otras en la mayoría de los casos, porque en ellas está como norma la pasta de dientes, los jabones, los desodorantes, los utensilios para fregar platos, los efectos electrodomésticos, que cuestan cientos en Cuba, los juguetes para niños y niñas, las chucherías, el queso, el chorizo, las conservas, es decir, todo lo necesario para vivir básicamente.

Un cubano es fácil de detectar en cualquier aeropuerto del mundo y no solo por su hablar desmesurado y sus ropas brillantes sino por su equipaje gigantesco, donde siempre reina un televisor pantalla plana rodeado de enormes bolsas redondas, perfectamente llenas de pitusas y sandalias.

Los cubanos y cubanas además no esperan sentados que los equipajes aparezcan por las esteras de los aeropuertos porque en esas valijas va su vida, sus ahorros, los sueños de la familia, la mínima felicidad del próximo mes, el anhelo de la hija quinceañera o la última comodidad de la madre anciana.

La lista cubana de viajes trae adjunta la célebre plantilla, especie de silueta del pie de la persona querida, recortada en un cartón resistente, que servirá de guía infalible para comprar correctamente el zapato pedido, y evitar así el fiasco doloroso de llegar a Cuba con unos bellos mocasines de una talla más pequeña que la necesaria.

En la recoleta ciudad medieval de Sassari, en Cerdeña, una vendedora china (las tiendas chinas son adecuadas para los cubanos porque en ellas se encuentra de todo a mínimo precio) se quedó boquiabierta ante una plantilla de pie de una pequeña sobrina mía. Solo sabía repetir con acento de todas partes ¡inteligente! ¡inteligente!, porque nunca en su vida había visto una cosa como esta.

Los cubanos hemos aprendido a esperar que el viaje te “toque”, a que los jefes se compadezcan y repartan las posibilidades de conocer otros lugares del mundo, o a pasar por encima de todos los principios y valores para luchar por un viaje hasta las últimas consecuencias.

En todos estos casos, el viaje, sin embargo, significa, una oportunidad única, porque la gente no aspira a viajar como turista, ni con su familia, ni de luna de miel, sino por cuestiones de trabajo y con todos los gastos pagos.

El viaje moviliza a la familia para buscar la ropa adecuada del viajero o viajera que representará a la gens en el extranjero, para encontrar la corbata menos vieja, los zapatos menos gastados, el abrigo con el más tenue olor a guardado.

Cuando lleguemos al país de destino descubriremos que si no nos invitan a almorzar no almorzaremos, que somos los únicos sin laptop de todo el hotel, que somos los únicos que no tenemos tarjetas de crédito y a los únicos que no se les puede ocurrir algunas de las golosinas del mini bar en la habitación del hotel porque no habría cómo pagarlas.

La dignidad es lo único que nos puede salvar en un viaje al extranjero, para no sucumbir a la vergüenza que se siente al pedir que nos lleven al lugar donde se compra más barato, para poder cargar con discreción la mayor cantidad de ropa interior posible, que dure hasta el próximo viaje.

La lista de viaje dice todo lo que se espera a nuestra vuelta. Como decía mi padre, lo mejor del viaje es el regreso, y si la lista se ha respetado, algo dentro de nosotros respirará aliviado, y al descubrir las primeras palmas de Rancho Boyeros, nos diremos: misión cumplida.

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