“Mi tabla de salvación es una Isla maravillosa y terrible”. Una entrevista a María Santucho

"Ha cambiado todo en todas partes. Muchas personas no saben cuál es su lugar en el mundo. Yo me considero una persona afortunada. Soy una sobreviviente."

Foto: Cortesía de María Santucho

María Santucho nació en Santiago del Estero, República Argentina, en 1960. En el año 1976 tuvo que exiliarse en Cuba al ser perseguida por el régimen militar de su país.  Es Licenciada en Historia del Arte en la Universidad de La Habana y ha desarrollado una carrera profesional como Productora y Promotora cultural.

Ha realizado la curaduría de importantes exposiciones de artes plásticas realizadas en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau y en otras galerías como La Acacia.

María Santucho ha sido la productora general de los documentales realizados en el Centro Pablo, dentro de su programa audiovisual, desde el año 2000. Entre esas obras se encuentra Rumor del tiempo, sobre la vida del pintor y escritor Julio Girona, Conversando con Ruth y Daniel Santos: para gozar La Habana, dirigidos por Lourdes Prieto.

Su libro de ensayo El nuevo cine argentino: una mirada cercana, ganó mención en el Concurso de El Caimán Barbudo, en 1987.

Ha sido guionista de proyectos documentales como No es tiempo de cigüeñas (1987) y asistente de dirección en varios documentales y filmes de ficción de la industria cinematográfica cubana. María dirigió, en 1988, el documental Una señal en el asfalto, centrado en la figura de Carlos Varela.

Es fundadora y coordinadora general del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Produjo por 20 años el espacio A guitarra limpia y dirigió por igual tiempo la sala Majadahonda, ambos proyectos de dicha Institución.

Recientemente ha creado en Argentina, junto a amigos y amigas, el Colectivo Cultural Chicho. Colabora activamente en todas las labores y eventos relacionados con la Red de Radios Rurales.

Foto: Cortesía de María Santucho

En la actualidad está enfrascada en la realización del podcast Al oído, breves cápsulas de audio con entrevistas a personalidades del ámbito artístico, literario y del pensamiento cubanos que han acompañado la labor que por más de 20 años ha realizado el Centro Pablo.

Pero una apretada biografía de María Santucho no dirá nada de su bondad, de su solidaridad con los necesitados, de su amor por Cuba y Argentina sin diferencias. En su pequeño apartamento de Buenos Aires son acogidos, como gatos sin aleros, cubanos y cubanas de paso por el sur, como si los conociera de toda la vida. Así me la topé yo y entendí de solo escucharla, que podía sentirme seguro en aquella gran ciudad porque su corazón era mucho más espacioso que su casa.

Viniste para Cuba en 1976. Eres tan argentina como cubana. ¿Puedes contarnos algo de esa dura experiencia que significa dejar tu país siendo una adolescente y tener que asumir otra cultura, otra historia y otros sueños?

Yo siempre digo que haber podido hacer mi exilio en Cuba fue sanador. Cuba me permitió en primer lugar hacer una vida “normal”, y luego me permitió, sobre todo, no sufrir la derrota de un proyecto revolucionario con el dolor, que sé, muches compatriotas lo vivieron. Cuba me demostró que los ideales por los que tantas personas habían dado su vida no era una utopía. Que valía la pena tal sacrificio y no solo valía la pena, sino que había que hacerlo. Pero como te digo esto también debo decir que esa transición hacia la tranquilidad que me permitía Cuba, me costó mucho asimilarla. Fue un proceso complejo, físico y sicológico, lo recontra sentí en mi cuerpa de adolescente de 16 años. Lo recuerdo como un momento de andar a los tumbos, sin saber qué quería, y muy incómoda con mis contemporáneas y contemporáneos de la Isla, a quienes veía como superficiales porque sólo pensaban en estudiar, en salir los sábados a fiestar, muy pendientes de la moda, de la música, sobre todo internacional. Pasó un tiempo antes que yo lograra entender que, para eso, entre otras poderosas razones, se había hecho la Revolución. Y cuando me di cuenta que mi vida había ocurrido en medio de situaciones absolutamente anormales, busqué desesperadamente recuperar el tiempo “perdido”. Ese proceso fue muy angustioso.

María, has sido parte y testigo de algunas zonas y manifestaciones del arte visual cubano por varias décadas. ¿Qué crees que diferencia el cine y la plástica cubanos, de los 90 y los de la actualidad?

En el año 1986, culminé mis estudios de Licenciatura en Historia del Arte de la Universidad de la Habana. Quiero decírtelo justamente porque me siento una persona afortunada de haber podido elegir algo que me ha permitido continuar una frustrada militancia política en mi país de origen y me refiero a haber descubierto que el arte y la cultura son espacios para generar cambios profundos en la sociedad. Soy una convencida de que puede más una canción, un poema, un documental o una obra plástica que mil políticos o políticas. Dicho esto, pienso que las diferencias no están en los resultados que los movimientos del arte generan en momentos distintos. Esas diferencias hay que buscarlas en los contextos en que esas obras se produjeron. Recuerdo los finales de los 80 principios de los 90 con una sensación maravillosa de explosión artística que brotaba por todos lados con la única idea de cambiar el mundo para mejor. Es el espíritu que anima a las generaciones más jóvenes (y algunes que conservamos la almita joven) como sabes. Y también esas diferencias están en las maneras con que los poderes políticos permiten, aceptan y respetan en un marco de diversidad y tolerancia, esas expresiones de creatividad y pensamiento. Aquellos años y estos, arrojaron y siguen arrojando muestras de talento, de riqueza y de valentía para nombrar, mostrar y compartir el mundo en el que vivimos. Ni en los 90 ni ahora ha sido tarea fácil que les jóvenes de entonces y les de hoy, transiten por caminos cómodos.

Foto: Kaloian

Eres una activista feminista, tanto en Argentina como en Cuba, ¿Cómo fue tu adaptación de mujer argentina a mujer cubana en los 70 y 80 en la Isla?

Este, como el tema generacional, fueron y siguen siendo temas pedregosos para mí. Y no solo por las diferencias culturales entre una mujer cubana y una argentina, sino por mi origen social, mi temprana militancia política en una organización armada en Argentina y luego mi vida cubana. Es una mezcla explosiva como supondrás. Mis primeros años en una ciudad casi pueblerina, profundamente católica, con familia creyente a medias pues mi madre sí era una católica apostólica y romana, no practicante por suerte y mi viejo, un católico de origen convertido, por fortuna, al marxismo. Y luego Cuba, que también es un híbrido ideológico. Mi feminismo toma forma y se expresa, en estos últimos años gracias a la marea verde que se potencia en la región y atraviesa todo, aunque tuve siempre encendida la lucecita de la defensa de los derechos de las mujeres y las minorías. Durante los primeros años de mi vida en Cuba, nunca me cuestioné que los derechos de las mujeres y ciertos fenómenos tan propios del machismo, existían, y de qué manera. Incorporé como muchas cubanas (y cubanos) que hecha la Revolución muchas cosas quedaban garantizadas igual que la educación y la salud. Por lo tanto no hubo para mí ni el más mínimo signo de discriminación, abuso, que ameritara pararme en un lugar diferente o especial cuando de género se trataba. Esto no quiere decir que no hubieran ocurrido cosas que me hicieran sentirme mal o incómoda ante algo violento en este terreno. Hubo y muchas. Sufrí el acoso callejero, tanto o más que en Argentina, y aunque era algo que me generaba, primero miedo y luego con el paso de los años, enojo, lo había naturalizado de tal manera que lidiaba con eso y miraba para otro lado. Así que hago acá una mea culpa público, haciéndome cargo de no haber gritado a tiempo.

¿Qué diferencias consideras principales entre la lucha por derechos para las mujeres en Cuba y Argentina?

Aprovecho la pregunta para decir que haber empezado a volver a Argentina hace unos 10 años, primero un par de meses al año y ahora ya mitad en el sur y la otra en la Isla, me permitió abrirme la cabeza desde Argentina y hacia Cuba en los temas de género.

Ocurrió un fenómeno interesante, porque unirme a grupos de feministas en Argentina me vinculó a esas luchas con una actividad que yo solo había tenido en el terreno cultural en Cuba. Y esa actividad y oír voces conocedoras de este movimiento y a compañeras más cercanas a mí en el cotidiano, me dieron herramientas para primero hacer un autoanálisis de mi propia vida como mujer, entender los procesos que se venían dando en la región y como es lógico, todas esas herramientas y voces y miradas me hizo valorar lo positivo de nuestro contexto cubano y también los muchísimos problemas no resueltos, incluso agudizados, ante una práctica complaciente de falta de ejercicio del debate.  En este sentido, aun cuando considero que el proyecto revolucionario generó un piso sobre el cual algunas de las luchas feministas que hoy persisten en la región, se establecieron en Cuba con este triunfo revolucionario, ese lugar de confort impidió que las mujeres cubanas y toda la sociedad acompañaran el proyecto, pero sin una independencia de ideas y acciones.

Los movimientos feministas en Argentina, tienen un entorno político más difícil y eso es un factor que dificulta el avance y las conquistas de los derechos, pero le da una independencia casi absoluta del poder político y por eso hoy este movimiento propone cambios y los defiende, mucho más que los partidos políticos. Las agrupaciones y organizaciones feministas han generado una lucha transversal en la sociedad y por eso se han conquistado algunos derechos. Así como el movimiento LBGTIQ+ muy en coordinación y paralelo con la marea verde.

Foto: Kaloian

Has vivido rodeada de artistas en Cuba, los conoces, los has estudiado, has sido tú misma uno de ellos. ¿Crees que el arte y los artistas cubanos deben quedarse en su zona de confort o se debe esperar algo más de ellos como activistas sociales, intelectuales, ciudadanos, presionadores de políticas de todo tipo?

Primero debo decir que la gran mayoría de les artistas e intelectuales cubanes que conozco y con les que me relaciono profesionalmente, no están en ninguna zona de confort. Me cruzo poco, por fortuna, con personas así. Como sabes hace muchos años soy la Coordinadora General del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, que dirige el poeta y cineasta Víctor Casaus, lugar que me ha permitido la dicha de este vínculo que decíamos. Cuando fundamos el Centro Pablo, con la ayuda de muchas personas e instituciones, que no caben en esta cuartilla, pero juro que están todas en nuestra memoria y corazoncitos, la idea principal era justamente abrir espacios para interpelar absolutamente todo. Año 1996, etapa muy dura si la hay, y justamente eso nos motivó para no permitir ni permitirnos coquetear con lo “correcto políticamente” y muchos menos quedarnos en una zona de confort. Y supondrás que siempre hay “sillas que te invitan a parar”, y con gran orgullo debo decir que, aunque a veces muy cansades, nunca estuvo en nuestros planes permitir o permitimos nada que pareciera una agachada complaciente con lo que no estábamos de acuerdo.

Un excelente poema de Víctor dice: “Todo lo que tengo, y no tengo, lo tengo y no lo tengo, de pie”.

María, ¿qué sientes que ha cambiado más de Cuba desde que te sirvió de refugio en 1976? ¿Empezarías una vida de nuevo aquí?

 No sé si reírme con un dejo de nostalgia, o llorar directamente. Igual es mejor reír, aunque se te caigan las lágrimas.

Ha cambiado todo en todas partes. Muchas personas no saben cuál es su lugar en el mundo. Yo me considero una persona afortunada. Soy una sobreviviente. Mi tabla de salvación fue y es una Isla maravillosa y terrible, con personas extraordinariamente cálidas, solidarias, con todo afuera, capaces de las más increíbles hazañas épicas y, en el cotidiano, de una estridencia que aturde y una desprolijidad que hace que el día a día, a veces, sea muy pero muy difícil. De todos modos, no puedo ni quiero privarme de eso.

Lo dije antes, encontré una fórmula de un tiempo en Argentina y un tiempo en Cuba. Tengo familia y amigues en cada lado. No es poco, es un montón poder hacerlo. Que la vida en la que perdí tantas cosas hermosas me devuelva esta posibilidad me hace comenzar mi día, diciendo y diciéndome: gracias a la vida…que también me ha dado tanto.

María al lado de un escrito en un muro en Argentina donde se refieren a Mario Roberto Santucho (1936-1976) (su tío), revolucionario argentino, fundador y secretario general del Partido Revolucionario de los Trabajadores.
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