Nuestro pacto

Foto: Alex Heny

Foto: Alex Heny

Vivir un proceso revolucionario es una aventura inolvidable. Los que han brindado sus años de lozanía a la transformación social y al montaje del nuevo proyecto de país, esperan a cambio de sus pérdidas y sacrificios algunos resultados, sobre todo que beneficien a las nuevas generaciones, donde se encuentran los hijos y los nietos de los hacedores de la nueva cultura.
Nunca entendí que el agradecimiento debiera ser lo único que nos conectara a los que dieron su vida por la Revolución. Mi padre, que fue un luchador de la clandestinidad del Movimiento 26 de Julio, en los barrios de La Habana a fines de los años 50, repetía que él no había hecho nada para que se lo agradecieran.
La Revolución cubana se hizo para que cambiara el país, su política, su economía, sus relaciones de poder, sus relaciones exteriores, su manera de hacer arte, de producir la vida espiritual también.
Crecí admirando a todos los que murieron por la libertad, pero no creí jamás que debía solo darles las gracias sino seguir su legado.
En 1968 Fidel dijo en Demajagua que la Revolución cubana era una sola desde 1868 hasta el presente, pero los jóvenes de mi generación, nacidos en los 70, nos hemos encontrado con muchas trabas para cambiar todo lo que debe ser cambiado.
Contra la idea de Fidel muchos funcionarios cubanos repiten, dentro y fuera de nuestras fronteras, que la Revolución lo hizo todo, que todo fue logrado en 1959.
Nos preguntamos entonces ¿la Revolución continuó o no lo hizo, después de los años intensos de los 60? ¿Qué ha significado para los nacidos en los 70 ser revolucionarios si ya todo se había transformado con el triunfo y unos pocos años más? ¿Cómo ser revolucionarios en Cuba en 2017 sin ser tachados de centristas, reformistas, neo socialdemócratas, anexionistas, hipercríticos?
¿Por qué nadie recuerda que la Constitución de la República nos ordena a usar la crítica y la autocrítica como principio de organización y funcionamiento del Estado y a esto le llama democracia socialista? ¿Por qué no nos llaman demócratas socialistas cuando cumplimos el mandato constitucional?
Los que hemos aceptado el pacto simbólico de vivir en y con la Revolución cubana, aunque esta hace mucho tiempo se haya convertido en Estado, en Gobierno y en Administración Pública, con todos los vicios que esto conlleva, hemos aceptado algunas cláusulas del contrato original, que nos parecieron dignas, humanas, justas y hermosas. Entre ellas, preferir la solidaridad a la competencia del mercado, la paz a la guerra, ser no alineados que pertenecer a un bloque militar, ayudar al Tercer mundo porque pertenecemos a él, preferir la frugalidad al derroche, amar la imagen de los niños y niñas en las escuelas y nunca en las calles pidiendo dinero en las noches.
Pero el pacto que aceptamos también incluía vivir en una república en democracia, en un Estado de derecho, en un socialismo donde no se diluyera la libertad. Es decir que no aceptamos el despotismo, ni la impunidad, ni la falta de transparencia de la actividad de los funcionarios públicos, ni la pérdida de espacios de participación popular, ni el desprecio de la ley por los burócratas, ni la ausencia de pluralismo político.
Otras zonas del pacto no han sido renovadas. Los que aceptamos vivir en revolución no aceptamos por eso vivir en silencio ante la ineficiencia estatal, la corrupción o la pobreza creciente de nuestro pueblo.
Tampoco aceptamos con nuestra primera anuencia que lo ganado se enfermara y decayera, como la calidad de la educación y de la salud, públicas, que no se parecen en nada a aquellas que disfrutábamos en los años 80, cuando éramos felices y no lo sabíamos.
El pueblo de Cuba que ha querido vivir en una revolución para superar los años tristes del capitalismo neocolonial, no entiende cuándo fue que nos preguntaron si estábamos de acuerdo en aceptar inversiones extranjeras que disminuyeran nuestra propiedad social; cuándo fue que nos preguntaron si aceptábamos contratar mano de obra de la India antes que cubana para construir nuestros hoteles; cuándo fue que nos preguntaron si aceptábamos sacar del concepto de prosperidad el uso del papel sanitario, del queso amarillo, del Internet de banda ancha.
El pacto social revolucionario debe ser puesto al día.
Del lado de la administración no aparecen propuestas nuevas que nos hagan ilusiones; y a nosotros nos piden el mismo esfuerzo, la misma tolerancia a vivir con veinte dólares mensuales, la misma aceptación de un transporte público que no nos lleva a ninguna parte, de una alimentación apenas humana, el mismo silencio como prueba de nuestra confianza en un sistema que no nos habla de frente ni nos pide permiso para subir precios y desaparecer productos del mercado, para siempre.
Nuestro pacto es otro, algunos de nosotros, que aceptamos vivir en revolución, verificamos un contrato más rico, que traía consigo el derecho humano a pelear por la libertad, por la república, y por la democracia.
Nosotros hemos aceptado un pacto que nos hace responsables del futuro de Cuba, y para empezar nos obliga a pensar, a decir, a organizarnos y a luchar por la justicia.
Nuestro pacto no puede ser un documento viejo y de museo, debe servir y cuadrar a las nuevas generaciones, debe dar esperanzas a los viejos y a los nuevos, debe abrir el camino a una revolución más grande.
No es tiempo de aceptar un pacto lleno de deberes y al que cada día se le desgaja un nuevo derecho.

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