Sed de izquierda

Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

No somos milicianos ni empresarios. No sabemos marchar ni hacer un negocio. No podemos alzarnos en la selva porque las guerrillas han sido desmovilizadas. No queremos ni podemos ganar demasiado dinero porque nos parece imposible e inmoral. No soportamos el capitalismo porque es injusto y brutal pero no creemos que sea necesario entregar todos los sueños a un Estado o a un partido.

Nos gusta el socialismo, sus héroes y mártires, sus estatuas y sus banderas, sus himnos y hasta algunos de sus más feos edificios fálicos e inmortales. Adoramos la democracia porque creemos que sin ella nada de lo anterior tiene sentido.

Somos admiradores de los indignados pero no queremos que piensen que podemos llegar a “ponernos así” en un país tan justo como este. Estamos de parte de los desempleados de todo el mundo y no sabemos cuántos hay en nuestro país.

Estamos seguros de que sin derechos humanos no se puede vivir y hablamos en voz baja cuando se trata de los nuestros.

Respetamos a todos los que desde las sociedades civiles del mundo luchan por la libertad y contra la impunidad y no hablamos de la sociedad civil cubana, que también existe y trabaja y gana batallas y pierde muchas otras.

No queremos que Cuba cambie y se llene de supermercados iluminados pero salimos de la Isla desesperados por entrar en un Walmart a comprar todo lo que no se vende aquí.

Criticamos las condiciones de vida de los presos del mundo y no sabemos cuántos privados de libertad tenemos en nuestra patria.

Estamos seguros de que el capitalismo se basa en la manipulación de la información y para probarlo podemos llegar hasta a manipular la información.

Estamos en contra de la censura pero sabemos que hay cosas que no pueden “salir” por televisión.

Hemos producido conocimiento y esperanza para siglos de lucha de la izquierda en todo el planeta, mas no queremos que otros nos enseñen lo que han aprendido en siglos de aprendizaje.

Somos el ejemplo histórico de resistencia frente a un imperio voraz, pero les tenemos miedo a algunos que piensan diferente.

Les hemos brindado a los más pobres y a millones de personas la posibilidad de leer y de estudiar, y sin proponérnoslo ha resultado que aparentemente todos pensamos igual.

Hemos cambiado la historia de América Latina pero le tenemos miedo al próximo movimiento que lo mejore todo entre nosotros.

Somos el país de los jóvenes seguros y desprejuiciados pero no podemos dejarles el poder de decidir porque estamos seguros de que el relevo no ha llegado aún.

Sacamos la lengua a la doctrina que expuso el fin de la historia después de la caída del campo socialista pero repetimos que nuestras instituciones y organizaciones son eternas e inmortales.

Les dijimos a nuestros jóvenes que leyeran y después les dijimos que debían ser incondicionales.

Le dijimos al mundo que fundaríamos la república de Martí, con todos y para el bien de todos, pero después exclamamos: la universidad es para los revolucionarios.

Somos una izquierda adolorida que ha olvidado la lucha y es valiente y ejemplar ante enemigos de otras épocas, pero es incapaz de aportar nada fresco a las nuevas circunstancias porque estamos concentrados en vigilar al imperio y a la disidencia.

Fuimos una vez los que bautizamos al corazón parido por aquella era gloriosa. Pero no podemos fecundar al futuro porque no ha bajado la orientación de hacerlo.

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