Érase un cubano recordista en las artes de la estafa

El Águila Negra pasaría a las páginas de la historia de Cuba por, digamos, no tan nobles motivos.

Ilustración: Claudia Margarita Guillén Miranda.

Transcurre 1937. El personaje del que hablaremos hoy se adentra en los predios del Hotel Nacional, esa joya de la arquitectura habanera, dentro de una muy lujosa limusina. Del vehículo desciende un caballero de porte distinguidísimo, a quien acompañan su secretario, su mayordomo, su chofer y una pareja de guardaespaldas. El recién llegado es José María Ramírez Álvarez, multimillonario hombre de negocios mexicano.

Poco después de su llegada, a los empleados del hotel se les estarían saliendo los ojos de las órbitas por las desmesuradas propinas que el caballero les entrega. José María Ramírez Álvarez pronto va a ser recibido con beneplácito en los saraos de la high life local.

Se rumoreaba que el potentado había viajado hasta la capital cubana para fundar una sociedad anónima, destinada a construir una plaza de toros y un hipódromo.

Pero…veremos qué pasa más adelante con tan singular personaje. 

Nace una leyenda

En 1888, un muerto de hambre viene al mundo. Nace José Roque Ramírez, en Bijarú, un recóndito punto del norte oriental cubano. No podía felicitarse de su llegada, pues ocurrió en el paupérrimo último escalón de la escala social: los guajiros, míseros habitantes de la Cuba rural.

Ah, pero el pequeño Ramírez no venía tan desarmado al mundo, pues lo acompañaban tres dones: un cerebro privilegiadísimo, la astucia para ganarse la confianza del prójimo y una carencia total de escrúpulos.

Pronto estaría haciendo de las suyas, en asuntos de dólares falsos, lo cual provoca que vaya a dar con sus jóvenes huesos a la cárcel santiaguera, que iba a ser su universidad.

Allí Ramírez se tropieza con cierto recluso gaditano, que cumple una condena de treinta años. Es Leonardo Tejeda Legón, apodado El Murciélago. Tejada se convierte en su maestro, instruyéndolo en el intrincado arte de timar a la gente.

El discípulo resultó aventajadísimo, pues dejó su huella en innumerables coordenadas del planeta. Desde Barcelona hasta Londres. Desde Shanghai hasta Buenos Aires.

En Canadá, tras prometerle matrimonio, Ramírez despoja de 250 mil dólares a una dama entradita en años.

En la Guayana francesa se sienta a jugar a las cartas con el Gobernador General y el funcionario termina con los bolsillos vacíos.

Y todavía en Haití se recuerda cómo le hizo pasar cien barras de bronce como si fuesen de oro a un acaudalado caficultor francés.

Se ganó el mote internacional de El Águila Negra. Y algún biógrafo iba a calificarlo como el Arséne Lupin tropical.

Los malos duermen bien

Sí, estimado lector, acertó usted al sospechar que el magnate mexicano que se alojó en el Hotel Nacional no era otro sino el guajirito José Roque Ramírez, natural de Bijarú.

Y aquí se metió en muy grave peligro. Porque intentó timar nada menos que al coronel Eleuterio Pedraza, temido jefe de la policía.

No obstante, salió vivo del lance, para morir muy tranquilamente en tierra mexicana, cuando transcurría 1967, sin confesar a nadie dónde tenía escondido su caudal.

No sé si, al exhalar el último aliento, se arrepintió de sus incontables travesuras.

Trayectoria

El Águila Negra (José Roque Ramírez) fue un timador y estafador nacido en la localidad holguinera de Tacajó. Su verdadero nombre era José Roque Ramírez y llegó a convertirse en uno de los grandes estafadores internacionales de todos los tiempos. Fue sin duda un sagaz timador y estafador que llegó a burlar a la policía de buena parte del mundo. Muere en ciudad de México en 1967 sin que la policía de país alguno supiera dónde guardó su mal habido caudal.

Desde muy joven trabajó la tierra sin éxito alguno, luego se traslada a la ciudad de Guantánamo, donde se iniciaría en la vida delincuente. Pasaba billetes falsos de 20 dólares; ya que en esa época no existía la moneda cubana. Lo descubren, pero pudo evadir la acción policial escondiéndose en Boca de Samá. Ya en este lugar su madre lo enseñó a leer y a escribir y allí, durante tres años, se mantuvo tranquilo y olvidado. Es capturado cuando visita su pueblo natal para ver cómo andaban las cosas. Lo capturan y le imponen una condena de 12 años de privación de libertad. Entonces fue a parar a la Cárcel Provincial de Oriente, sita entonces en la calle Marina número 12, en Santiago de Cuba.

Es en ese establecimiento penal El Águila Negra empieza ya a hacer de las suyas y orquesta una gran estafa que consistía en enviar cartas a hombres ricos de otras localidades sobre un cuantioso tesoro, cuyo escondite guardaba supuestamente en secreto un oficial preso. Se necesitaba de mucho dinero para sacarlo de la cárcel, pero, a cambio, el oficial, tan pronto estuviera libre, estaría dispuesto a compartir su fortuna con los que lo ayudaran. Las cartas iban escritas en el papel timbrado del doctor José Roque Ramírez, abogado con domicilio en Marina número 12, la misma dirección de la cárcel. Tiempo después es descubierto por el juez municipal de Arroyo Blanco, Pedro Roca, quien, extrañado de no recibir aviso por los más de 3 000 pesos que invirtió en el negocio, tomó el tren con destino a Santiago. Dos años más vinieron a sumarse a su condena, la cual no llega a cumplir al ser indultado por el presidente Mario García Menocal a causa de una carta que El Águila Negra remitió a la esposa de un ministro del presidente Menocal.

Ya en libertad pone en práctica todo lo aprendido con el El Murciélago, lo cual le permiten salir vencedor en cuanto juego de naipes participa. En Sagua la Grande, de una sola sentada, acopia 5.000 pesos, y 6.000 en Ciego de Ávila.

Parte a conocer el mundo y el puerto mexicano de Veracruz será su destino. De ahí, elegante y con buenos modales, bien vestido y con una conversación fácil y amena, emprenderá las travesías, siempre en camarotes de lujo, que lo llevarán a varios países. En todos estos países comete sus fechorías y estafas.

En Canadá le birla un cuarto de millón de dólares a una anciana a la que había jurado amor eterno. En la Guayana francesa juega a las cartas con el Gobernador General de la colonia y lo despoja de varios miles de dólares. En la Pampa, Argentina, deslumbra a patrones y peones.

Se hace llamar Belisario Roldán y pretende ser un rico magnate petrolero de Tampico. Los gana a todos con su verbo locuaz, su cordialidad, su gentileza. Se muestra como un caballero opulento y generoso que sabe hacer regalos fantásticos a los ricos y sorprender a los que lo sirven con propinas insospechadas. En Bahía Blanca, también en la Argentina, adquiere caballos de pura sangre y más de mil toros con destino a su granja experimental, en México, y se escabulle antes de pagarlos. No se marcha de la Argentina sin estafar a un importante joyero bonaerense por más de 60.000 dólares.

En la ciudad haitiana de Puerto Príncipe se presenta como un diplomático mexicano interesado en adquirir, por instrucciones de su gobierno, grandes cantidades de café. Es ahora el señor Castañón y pone en su mirilla a un caficultor francés radicado en la isla, el señor Berard, viejo, arisco, egoísta y ambicioso. Le compra
todo un cargamento del grano, que no le paga, pero que llega a su destino, en Veracruz. Enseguida le ofrece 100.000 dólares por su posesión y le explica el motivo. Ha descubierto en ella un entierro de barras de oro. No accede el francés a la venta, pero está dispuesto a compartir las ganancias con el cubano. Busca Roque Ramírez un detector de metales, opera el aparato, perciben sus señales y excavan. Cincuenta lingotes salen de la tierra.

Raspa Roque uno de ellos y Berard, estremecido, recoge las limallas que luego analizará un joyero. No hay duda posible: es oro puro.

Como nadie en Haití lo compraría, Castañón otorga un voto de confianza al francés y lo insta a que viaje a Nueva York, donde la Casa Morgan se perfila como un comprador seguro. Le pide entonces un favor: que le anticipe 30.000 dólares para emprender cierto negocio no previsto en su presupuesto.

Da Berard gustoso el dinero e invita al cubano a que se instale en su residencia hasta que regrese. En Nueva York, el fiasco fue total. Eran de bronce los 49 lingotes que llevaba. El que sí era de oro puro había quedado en poder de El Águila Negra, que pidió conservarlo como recuerdo.

El intento de estafar al Coronel Pedraza, en el cual fracasa al ser reconocido por un oficial del ejército, le costó a El Águila Negra dos años de cárcel, de la cual sale debido a la anmistía general concedida por Fulgencio Batista.

En 1943 regresa a México y se instala en su lujosa residencia de Chapultepec. Lleva esa vez, producto de sus estafas, unos 270 mil dólares consigo. Dos policías cubanos, Jacinto Hernández Nodarse y Luis Torres Catá, le siguen los pasos. La justicia cubana lo reclama y a sus requerimientos la policía de México lo detiene en más de diez ocasiones. Gasta Roque Ramírez una fortuna en abogados que retardan una y otra vez la extradición hasta que, por orden del Ministro de Gobernación, lo confinan en la prisión de Lecumberri. Alega Roque Ramírez su condición de ciudadano mexicano, pero son falsos los documentos con que pretende avalar su ciudadanía y Cuba demuestra que no se trata de dos sujetos con el mismo nombre, sino de un solo hombre con dos personalidades.

Llega a Cuba producto de su extradición el seis de agosto de 1944. Es sentenciado entonces a una larga condena, la cual no cumple en su totalidad, y sale de prisión en el año 1954, producto de la gestión de un oficial del ejército de Batista que intercede por su persona y logra su indulto.

Muerte

José Roque Ramírez se traslada a México con toda su familia a pasar sus últimos años y fallece en el año 1977, víctima de un derrame cerebral.

 

Fuente consultada: 

Quintana Bermúdez, Ángel. El Áquila Negra y Otras Historias. 2da ed. Holguín: Ediciones Holguin, 2012.

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