Un par de semanas atrás terminé Revólver, que el año pasado presentó el cineasta y escritor Fausto Canel (La Habana, 1939). Me demoré en escribir al respecto, y estoy todavía con algunas escenas en la mente. Primero, es de agradecer que Canel haya vuelto al cine, ¿o será mejor decir que haya vuelto extrayendo de su baúl esta joya que tenía oculta a saber desde qué momento? Porque hay pistas del tiempo en el cual se filmó, no así de cuándo y dónde acabó de producirlo.
Segundo, como espectador he pasado el tiempo justo siguiendo la trama. Los hechos guardan semejanza con acontecimientos sucedidos en el Londres de 1988, o todavía mejor: en el París de 1975, cuando tres funcionarios de la embajada cubana fueron expulsados al verse envueltos en la fuga de un venezolano apodado Carlos “El Chacal”, a quien se achaca la muerte de dos agentes de la Dirección de Vigilancia del Territorio después de un tiroteo.
Pero, vayamos por partes y dejemos la historia solo como tramoya. Advierta que esta obra acontece en épocas anteriores a dichos sucesos. En cuanto a tiempo, no me ha parecido demasiada larga ni demasiada corta. Dura lo justo, pese a que algunas veces se prolongue el ardid policial o detectivesco, escenas y diálogos que me han resultado más pesadas, aun cuando patenticen otra vertiente en su cinematografía. Porque, a los ochenta años, se aparece Canel con una perla hasta hoy desconocida para sus seguidores. ¿Recuerdan ustedes Carnaval, Final de juego, Desarraigo? Nada de eso. Nos asombra con material ameno entre el policíaco y el thriller, hecho quizá para que lo versione Netflix.
Se trata de una historia donde se juntan asesinos, agentes secretos, revolucionarios, fotógrafos y mujeres bellas y peligrosas, todos los personajes moviéndose en torno a una misma locación: la embajada cubana en Londres, la ciudad de pantalones anchos y chicas en minifaldas de 1966, la misma donde los Beatles cantaban esa canción a la que se debe el título de la obra en cuestión y la misma que viviera el autor, algunas veces acompañado por su amigo el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, de extra por aquí, como el propio Canel que esta vez ha asomado en más de una escena.
Por cierto, la historia me recuerda en algo (debe ser por la intriga al interior de una embajada) a La bala perdida de Juan Arcocha, aquel calvo sonriente que traducía a Sartre y a Simone de Beauvoir en su viaje a Cuba, en 1960. La semejanza no es solo porque haya reiteración de maletas y trenes, sino porque también hay agentes de la CIA, de la KGB, de la seguridad cubana y personajes históricos como Caridad del Río, la madre de Ramón Mercader (el asesino de Trotski) quien parece que todos concuerdan en ver como una “tierna y amorosa” recepcionista.
Canel cuenta la historia de Hugo, un antiguo fotógrafo de publicidad a quien la desgracia política ha llevado a retratar mundos sumergidos. Pese a eso sigue teniendo contacto con altos oficiales vinculados al poder, y uno de ellos es Ariel, quien le solicita un servicio como fotógrafo que a Hugo llevará al centro de una tormenta.
El perfil de este Hugo se parece al de Alberto Díaz Gutiérrez (Korda), y en alguna medida Canel pudiera haber jugado con ciertos detalles biográficos del más famoso fotógrafo de los estudios K, porque si Korda pasó a la historia inmortalizando al Che Guevara, Hugo también cobra importancia policial al hacerle una foto de pasaporte al guerrillero, aunque nunca sabe que es él, pues se lo han presentado como un tal Adolfo Mena González.
Lo curioso de esta historia que el autor ofrece como nueva es que fue filmada hace mucho tiempo, pues de otro modo no puede uno entender que sus intérpretes recurrentes vuelvan a la pantalla mental dándole vida a los personajes de ahora. En sus mejores momentos se les ve otra vez a Sergio Corrieri, Yolanda Farr, Norma Martínez, Reinaldo Miravalles o Lilian Llerena.
Todo en Revólver es así, de doble lectura; incluso la primera escena representa un engañoso comienzo. Pareciera que uno se enfrentará a cualquiera de esos documentales sobre arrecifes coralinos no viendo más que peces de colores en los primeros segundos, hasta que de pronto el cuerpo de un buzo emerge y pasa rápidamente. La pantalla se abarrota de burbujas y la cámara sigue al hombre hasta la superficie, descubriéndonos un cielo azul y numerosas palmeras entre las que brota el título escrito con la tipografía que vemos en el cartel.
También para los finales hay otros aciertos, como la técnica de mezclar imágenes del momento en que una multitud se reúne en la Plaza de la Revolución para escuchar a Fidel leyendo la carta de despedida del Che. Y hay otra vez una genialidad del montaje al sobreponer secuencias inéditas del Che Guevara. Supongo que, en el caso de la movilización, fueran estas las últimas escenas filmadas por Fausto Canel antes de exiliarse en 1968.
Así como Hugo retrata mundos sumergidos, en su nueva obra Canel sugiere las caras desconocidas de la diplomacia, donde cualquier cosa puede ocurrir, entre ellas un crimen pasional con tintes de persecución política. En esta historia hay guiños a la realidad, y del mismo modo muchos símbolos. Bastante material para analizar en definitiva, pues su obra cada vez acapara más la atención de los más jóvenes.
Muestra de ello es el homenaje que acaba de hacérsele de forma independiente en La Habana desde el Instituto de Activismo Hannah Arendt (INSTAR), en una muestra de cine independiente a la que Canel tenían las intenciones de asistir, aunque no pudo porque, como ha declarado, cuando estaba a punto de subir al avión le dijeron que necesitaban más papeles e investigaciones de las que tenía en mano. Fue así que solo pudo regresar a la Habana vieja otro Canel, una especie de imagen proyectada en una pantalla y al que los jóvenes miraban con asombro.
Pero, lo más curioso es que aparezca ahora diciendo que Revólver es su primera novela, cuando tiene un libro como Ni tiempo para pedir auxilio (Ediciones Universal, 1991) que a mí tanto me atrajo; de manera que, para mí, esta es en verdad su última película filmada en Cuba.
Lo bueno de todo esto es que Fausto Canel pasó de crítico de cine, realizador y novelista a ser un hombre totalmente moderno: viaja dentro de una memoria flash, se transforma en holograma y estrena películas que no son más que libros. Espero me hayan entendido, o al menos, me haya hecho entender.