El arte siempre ha fungido como vía para canalizar las inquietudes de las personas y mostrar irreverentemente el descontento por aquellas fallas que pueda tener la sociedad.
El teatro ha sido una de las manifestaciones más volubles a este tipo de formas de expresión y por estos días una de las principales salas teatrales de La Habana y del país acoge una pieza que si bien promete escandalizar a más de uno, no piensa dos veces en decir verdades por crudas que sean.
La hijastra es el título de la última propuesta del director Juan Carlos Cremata Malberti (Mi pequeño pueblito, El premio Flaco) con la asistencia del Centro de Teatro de La Habana y la productora El ingenio.
Con texto original del novísimo dramaturgo cubano Rogelio Orizondo, la historia de la puesta gira en torno a una serie de conflictos desencadenados en una familia, consecuencia de la pérdida de una madre y esposa. Suceso que marcará drásticamente el destino de una niña sin brazos, quien queda a merced de sus maltratadores padrastro y vecinos.
De manera general el sentido dramatúrgico de la obra grita a los cuatro vientos ciertas incomodidades con problemas sociales reales, aludidos a través de símbolos y escondrijos disimulados en el guión. El texto a su vez resulta tosco y áspero en la forma de tratar el enlace de las historias, incluso en el adornamiento de la historia de la niña, violada por un perro mientras el padrastro disfrutaba masturbándose, o el desenlace de la vecina metamorfoseándose de cuidadora de cementerio en prostituta barata.
No hay miramientos en las formas… todo se dice claro y se llama por su nombre. Tal vez ese sea uno de los aciertos – o desacierto también- de esta puesta y de la manera que posee Cremata de concebir las versiones. Es sin dudas una obra voluble en sus interpretaciones que no esconde un lenguaje y puesta en escena crudos que rozan la banalidad y no apta, como dijera su director, para mentalidades conserva-duras.