Los cubanos se han movilizado de forma inédita para ayudar a los damnificados en las zonas más devastadas por el tornado que azotó La Habana la noche del 27 de enero. En muy pocas horas, a través de las redes sociales, se fueron uniendo cientos de personas para trasladarse por sus propios medios hacia los municipios Regla, 10 de Octubre o Guanabacoa, donde el tornado dejó destrucción y tristeza. Los artistas, como sucede en muchas partes del mundo, han sido de los primeros en llevar su solidaridad, tras conocerse la magnitud del desastre.
El martes 29 el pianista Cucurucho Valdés, nieto del legendario Bebo, los cantautores Athanai, Haydée Milanés, el artista plástico Carlos Manuel Paifer Iglesias y el trovador Jorgito Kamankola, salieron a ver con sus propios ojos el rostro de la devastación que dañó en varias partes lo ya dañado.
Los músicos compartieron con las personas en los barrios profundos del municipio Luyanó y entregaron donaciones a los niños y a las personas más necesitadas, un gesto cuyo valor en sí mismo pertenece al reino de lo simbólico.
https://www.facebook.com/haydeemilanes/videos/324744211479830/
La iniciativa, publicada en Facebook, fue compartida y replicada por cientos de internautas en breves minutos. ¿El resultado? El miércoles decenas de personas se incorporaron a un pequeño grupo que fue creciendo y se espera que en los próximos días se expanda.
El segundo día, tras rápidos mensajes virtuales y llamadas telefónicas, se sumaron a esta brigada nacida desde la espontaneidad trovadores como Mauricio Figueiral, Adrián Berazaín y el músico Iván Latour, ex vocalista de Havana, una de las bandas más icónicas del rock en Cuba.
Las personas en las comunidades dañadas lo primero que agradecen es la presencia, el cálido apretón de manos o el abrazo. No reclaman nada. Ni miran apenas si los artistas traen algo en las manos.
“Lo que importa es que vengan y compartan con nosotros, que nos visiten, que nos escuchen”, era una frase que repetían una y otra vez los habitantes de un reparto que se extiende a lo largo de la calle Delicias.
Luego ellos mismos se organizan para que se pudiera distribuir lo que se llevaba de la manera más justa posible.
“Haydée, en la esquina hay una madre con tres hijos que perdió todo. Necesita agua, comida y lo que puedan darle”, dice una mulata de 50 años cuando reconoce a la cantante entre el grupo.
La cantautora va hasta las cenizas de un casa con el fotógrafo Alejandro Gutiérrez, su esposo. Habla con una muchacha casi adolescente. Está sentada en una silla con uno de sus hijos en brazos y los otros revoleteando como remolinos sobre los escombros y los cables de electricidad caídos. Les entrega unos pomos de agua y alguna ropa de bebé. La muchacha lo agradece. Ella no conoce a Haydée, no sabe que canta, y mucho menos ha ido a uno de sus conciertos. Solo vio ante ella a una cubana que quiere ayudar, que siente suyo el dolor de todos y que no queda impasible ante esas ruinas que son el testimonio de un suceso por el que nadie nunca debió haber pasado.
En el lugar de esta muchacha convertida en madre demasiado pronto pudo haber estado cualquiera de los que iban en el grupo. Todos lo saben. Por eso es como si la ayuda fuera recíproca. “Como si también la recibiera cualquiera de nosotros”, comenta en voz alta Mauricio mientras le alborota el pelo a un niño que no comprende, por suerte, la magnitud terrible de lo que ha pasado por su cabeza o por debajo de sus pies solo unas pocas horas antes.
“Ustedes han sido los primeros”, le dice un anciano a Athanai mientras el músico se larga por un pasillo con rumbo a la incertidumbre. El cantautor lleva unos pocos pomos de agua hervida, jabas de pan y galletas.
“Este es Athanai”, grita un hombre de unos 60 años cuando ve al “blanco rapero”. “Coño mi hermano, gracias por venir. No te puedo ofrecer mi casa porque ya ni eso tengo”, dice señalando una abultada montaña de escombros. El hombre ríe de forma pícara. Los que estamos cerca no comprendemos cómo alguien puede todavía guardar un poco de humor ante tanta desgracia.
“Pasen por aquí que hay mucho por hacer, pero iremos resolviendo, sigue hablando este viejo carpintero que se ha convertido de pronto en una especie de líder de la comunidad. El músico deja las cajas y se toma unas fotos con unas pequeñas niñas para atesorarlas entre sus pertenencias más queridas. Él tiene dos hijas en España de 12 y 14 años. Una se llama Habana. Y en su brazo izquierdo Athanai tiene tatuado el nombre de su hija y de su ciudad.
Gaby Sant, a su lado, conversa con algunas de las personas afectadas. Los testimonios solo hablan de sorpresa, de dolor, de espera. Atemorizan. Preocupan. Todas las emociones humanas en una misma frase, en un mismo hecho contado por sus protagonistas. La señora que conversa con Gaby, la novia de Athanai, sintió que la joven comunicadora mexicana estaba al límite. Extrajo entonces de donde no había un poco de optimismo para inyectarlo a sus palabras. “Verás que todo se resuelve. Por lo menos estamos vivos”.
Cucurucho Valdés ha sido otro de los artistas más activos. El pianista ha ido a la comunidad para presenciar los hechos de primera mano. Y ayudar. Quizá nadie pensaba que el nieto de Bebo y sobrino de Chucho fuera tan conocido en estos barrios humildes. La gente le grita “Cucurucho” desde la mitad derruida de algo que fue un balcón. El músico sonríe. En sus manos hay dos cajas con ropa. Las lleva hacia un enjambre de ladrillos que permanecen donde antes estuvieron casas.
Frente, hay un edificio que permanece de pie con varias familias dentro por gracia de Dios, aunque algunos aseguran que Dios se olvidó de ellos. “Hasta el viento se llevó la cruz de la iglesia”, dijo una señora que vino desde Habana del Este a cuidar a su amiga de toda la vida. Ambas tienen 80 años. Se conocieron en algún rincón de los años 70 y su amistad, aseguran, está hecha a prueba “hasta de tornados”, bromea la señora de Miramar.
Cucurucho entrega algunas prendas mientras Mauricio Figueiral y Adrián Berazaín pasan por su lado con dos galones de agua. Entran por un pasillo donde el día antes estuvieron los muchachos de la AHS. Unos 500, dijo en Facebook el presidente de la organización, el dramaturgo Rafael González. En ese mismo sitio Jorgito Kamankola junto a Nelson Valdés, Silvio Alejandro y las periodistas Alba León y Rachel Domínguez estuvieron sacando escombros con la precisión de un contingente. Kamankola había llegado con nuestro grupo el martes y también se sumó a estos jóvenes que estaban allí movidos por la sensibilidad.
Haydée y Alejandro recorren los parajes más destruidos. Se hace un video hablando sobre lo que ve y llamando a la movilización ciudadana y de la comunidad artística para ayudar a sus coterráneos. Athanai también transmite con su móvil unas breves palabras de poco más de un minuto. Todos coinciden en la urgencia de aumentar la cooperación, de no esperar, de irse a las comunidades con lo poco que se pueda para cooperar con todos los que perdieron todo. El grupo se toma fotos. Cada uno las sube a Facebook.
Las personas la comparten, se solidarizan y lo más importante, preguntan dónde estarán al otro día. El objetivo se ha logrado. La espontaneidad está en la calle.
“Cambia todo cambia”, canta Mercedes Sosa a través de unos audífonos. Su canción para mí es una metáfora de la ciudad. “Cambia, todo cambia”, pienso cuando miro el celular y veo cómo las personas se han juntado de forma inédita a través de las redes sociales para cooperar por una buena causa, para darle una mano a sus compatriotas.
Las fotos de los artistas están siendo compartidas de manera veloz. Ya el grupo que se reunirá el próximo viernes ha crecido en unos minutos. Llegan mensajes por Facebook y a los móviles con una pregunta que posiblemente todos estos grupos, sobre todo de jóvenes que trabajan en las comunidades, han recibido: “Díganme cuando saldrán de nuevo para estar allí con ustedes”.
Algunos critican que las personas publiquen sus fotos asistiendo a las zonas del desastre. Otros cargan contra artistas del género urbano que, dicen, han hecho un espectáculo de sus donaciones.
La gente, sin embargo, agradece todo tipo de colaboración. “Siempre que sea sincera y con buenas intenciones es bienvenida, porque aquí necesitamos desde un pomo de agua hasta una lata de refresco” nos dice una señora que se presenta como directora de una escuela y al menos este miércoles no tenía dinero para comprar insumos básicos. “Mañana será otro día”, dice como si tratara de quitarle peso a la realidad, pero la realidad, lamentablemente, se impone.
La Fábrica de Arte Cubano (FAC) también está recibiendo las donaciones y su equipo las está clasificando en el lugar, tras una convocatoria en las redes sociales. Luego con el apoyo de personas que disponen de transporte envían los donativos paulatinamente a las áreas afectadas.
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Este miércoles se hizo la entrega de dos caravanas en 10 de Octubre y Regla, el primero en la mañana y el segundo en la tarde. Con el apoyo de algunos habitantes y los autoridades comunitarias se fue confeccionando un listado de familias, a las que directamente se les fue entregando las donaciones en función de las necesidades de cada una.
Toda la organización y entrega la realiza el equipo de FAC junto a jóvenes que colaboran con la iniciativa. Este jueves también salieron en caravana hacia zonas afectadas para repetir el procedimiento. Y como ellos, muchos otros.
La solidaridad crece en La Habana. Son muchos, decenas, cientos, o miles de personas las que se están implicando. No solo para llevar provisiones, también para trabajar, recoger escombros, limpiar.
https://www.facebook.com/AHSCuba/videos/830307234028072/?__xts__%5B0%5D=68.ARBhd4QnvAD3diWcuf5QeDAHoqFGi3hEaOtg1nm5wra-HkBZ7webfbQhtY5M1d351Swi3qXclSuMgAGeOWdCUckU6nXtXmWUkCYOwS_s9iBPA1rWzd4g_Re1ewzbsE018-BEs-dBcbETy-7vX9OM2HLpqvsUiDe2JJ5cnoFtf_mBTJm6ZKc3ZwZtZi2HuzvpcT4roR7jUBFpROZpFgfPQv6gfA18zX7tRu27-8aLDjLxlVv8RjNZq-M5PmA4iXjZ8rEUxkPw78DKGwM9P_vA7aydJwebA-d5TwzSOvVlgKNOiWJEoSzGxs1TEoowY_0b6imuJluTi4J6G4JpgLrb7YXFmb0c5hNbaZgV_UVBXAcLBuRGlbRgV3KRdhVWgiBCzndlsLyDetlQPeJogNvV8UADq-PYAtM79b4Z3xqQgf_nlDB00v7IGWSB89NSMQk6VzInT74V8UW75C_X7NeTOI_f7Y4Yd2ehBYWZ4zd4AOc8Vusaov05kg4F&__tn__=H-R
Antes de marcharnos reviso nuevamente Facebook. Las fotos se siguen compartiendo. Entramos casi sin darnos cuenta en el reino de la espontaneidad.
https://www.facebook.com/lazarom.benitezdiaz/posts/1018029998383816
https://www.facebook.com/DescemerBueno/videos/2545398528866529/?__xts__%5B0%5D=68.ARBB84n86IdeYw-bvgM89SQznd4Y4bVpUOTteJXBTPrUBu3yrOyBsv2534-OvXQ5FpwqddiNLnyJUVogsokXVqlil8SaFPBsGPMw_Tt0Wtk2nhFgCZvh_kErMpvyHYwfz41bgkQjTascpT8q7MfUDn4kDaqdD0mrLDftvOHMhPUzAyJXNob109LsMLd7-VIWxvCseajBwZr9oTowBKj3OGvu9ytTylUCOyHPd-t2zzT937AvmPabInA8B1RvBp8K19bT0usEF9JVN_bFyXulpk1XcI4MOlQ3oBayq0JXXruUYgAciYL_Ngf7Qgr0vzLV4zXZ0ESRbbLIIGMryuTU8gCBB7fD25RY2RDiotlTpmiM1BtTMygkiP0E&__tn__=-R
Casi al abordar el carro una señora bien portada de 60 años se me acerca para preguntarme si pensábamos volver. No sé por qué pienso en mi madre en Nuevo Vedado y en mi padre en el frío bajo cero de Atlanta.
Pienso qué hubiera sido de ella y de mí si el tornado nos hubiera atacado de frente. Si se hubiera colado por las ventanas de un edificio de microbrigada que está, como tantos, dejado casi a la buena de Dios.
La señora me mira fijamente como esperando alguna señal. Solo puedo decirle que volvemos el viernes. Ella y yo sabemos que no es mucho, que realmente es muy poco, pero es lo único que podemos hacer: regresar.
Le enseño el móvil y ve las muestras de solidaridad en las redes. La emoción se le dibuja en el rostro. Le muestro además los mensajes de ayuda concreta de mi amiga Yudi en Estados Unidos y de José Eduardo en Bolivia, uno de esos hermanos latinos con los que compartí la universidad. A mi lado Athanai, Cucurucho, Haydée y Mauricio revisan sus móviles y la reacción de las personas es sorprendente. “Cambia, todo cambia”, sigue cantando “La Negra” en mi cabeza.
Grandes todos, dios los bendiga por su misericordia y ayuda para con toda esa gente necesitada y urgida.